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Massa Superministro. Ambicioso e inclasificable, su historia política desorienta

Era el Coloquio de Idea 2015. Disertaban los tres candidatos presidenciales y había una silenciosa disputa para ver quién se quedaba con el cierre de la jornada, porque el que habla último concentra la atención, como si los otros fueran sus teloneros. Habían hablado Daniel Scioli y Mauricio Macri.

Sergio Massa, que había confirmado, no llegó sino hasta que le estaba por quedar el escenario para él. Se supo el secreto: había estado dando vueltas con el auto cerca del Sheraton de Mar del Plata para asegurarse de cerrar sin tener que negociarlo. Llegar justo en el momento indicado fue siempre una búsqueda del ahora nuevo ministro de Economía y todo lo demás desde aquel 2013 cuando se impuso en las legislativas y empezó con amagues de tener «su momento».

Hoy suele decir que iba muy apurado allá cuando se lanzó a la carrera por la presidencia en 2015, los tiempos de aquél video que volvió a encontrar Malena Galmarini en la noche del insomnio oportuno esta semana. Tras la aventura del Frente Renovador, decidió en 2019 meterse en el Frente de Todos recién después de que el ya candidato Alberto Fernández, ungido por Cristina Kirchner, lo invitó a tomar un café frente a las cámaras de televisión.

Ahora, tras dos años y medio de equilibrismo en un cocoliche político y económico nunca visto, decide que este semejante momento de alto riesgo es su momento de apostar por todo. Dos semanas antes de matarse en su helicóptero, Jorge Horacio Brito, repantigado en su oficina de Catalinas, me dijo tres cosas sobre el ex intendente de Tigre: «su motor es la ambición»; «si un día es presidente yo me voy a ir del país porque soy su amigo y me van a señalar con el dedo por empresario amigo»; y -lo más relevante hoy- «interviene todo el tiempo en la gestión porque trabaja 24 por 7 y no soporta ver que todos los ministros se hacen la paja (sic)».

Otro banquero, en este caso de la banca internacional, ya imaginaba el desembarco del hombre de dientes blancos que vive en Rincón de Milberg, cuando vio la paliza que sufrió el oficialismo en las PASO 2021. Su tesis ahora resuena mucho más: «Si al Gobierno le va muy mal y la sociedad pide oferta de derecha, Massa puede ser el único capaz de aterrizarle el avión en picada al oficialismo y convertirse en el candidato potable para una elección que no demande centro izquierda».

El tigrense, justamente, un adalid de la política como oferta y demanda, hoy juega. Bastante bien la sintió el tipo para ser financista. Es cierto, ahora no sólo es que «al oficialismo le fue mal». Las variables económicas están descontroladas, no hay dólares en el Banco Central y los pronósticos optimistas son que la inflación se estabilice en el 80 o 90% a fin de año.

Además, por la expectativa que generó el desafío es mayor: mostrar que manda él, y mandar es manejar todo, incluido el área energética y lograr que lo que se postula se hace. Toda una hazaña en un gobierno en el que cada decisión es un chicle gastado: Cristina quiere, Alberto duda, los hechos pasan. Es muy difícil imaginarse qué juega hoy en el bocho del flamante súper ministro.

El combo de juventud, ganas de poder y contactos hoy se combinan con el ímpetu del que se siente la última bala del cartucho. Ya se le acumulan los chats de los que le tienen fe y también hacen fila los que en el fondo un poco le temen porque lo consideran imprevisible en todo sentido.

Esa cosa que tiene de que le habla al oído y se ríe con su amigo Horacio Rodríguez Larreta en la cena de Asociación Conciencia y ahora es el que tiene que terminar de definir una disputa por coparticipación con la Ciudad, ponele, lo vuelven elástico en todo sentido. Un poco peligroso. De no fiar.

Puede ser amigo de Brito y todos los empresarios que se imaginen, pero al mismo tiempo darse baños de Conurbano con un discurso anti narco y punitivista como quedó para la historia en las publicidades de campaña con imágenes de operativos militares en las calles. Puede tomar mate con Juan Román Riquelme, y chicanear por el futuro de Tigre.

Maneja los medios y su imagen con obsesión. Una vez en un almuerzo del Club del Petróleo lo vi elegir a él mismo la foto para que su equipo de prensa mande a los periodistas. Puede reírse con la imitación que le hacían en el programa de Marcelo Tinelli o ahora ser el más compinche en la familia ensamblada de Moria Casán con su suegro, el Pato Galmarini.

A propósito, Moria es otra que la vio: «Puede hacer ula ula con la política», describió hace un mes por radio. Buen momento para ver si es cierto. Nadie tiene claro bien bien qué piensa Massa de nada. Es pragmático, vivo o ventajero según quién lo describa. Salvo por un tema. Su posición es pro Estados Unidos sin el más mínimo titubeo. Por eso para algunos tiene el ancho de espadas para el capitalismo argentino endeudado con el Fondo Monetario Internacional y a tiro de la geopolítica que explicó Laura Richardson, del Comando Sur, hace días cuando dijo que seguirán de cerca los procesos políticos en la región ante la amenaza de China y Rusia. Pero no entiendo.

¿Cuál es el activo que exhibe Massa para seducir al Departamento de Estado?, le pregunté en una fuente que juna bastante de este mundo. Su mayor capital es mostrarse como el garante de la no radicalización del kirchnerismo.

Tal vez eso explique una parte de la reacción de los mercados financieros, tan rápidos para ver tragedias como cuando se fue Martín Guzmán como para soñar con salvadores que se hacen cargo de una administración a la deriva, y que a esta altura pone en juego la suerte del peronismo en el poder, con todas sus principales figuras adentro. Hasta pareciera que sobreactúan las ganas de que le vaya bien.

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