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Las críticas de Elisa Carrió demuestran que ganar es más difícil cuando uno se hace goles en contra

Hasta el momento, la gestión de Sergio Massa no logró recomponer las expectativas ni comenzar a resolver las múltiples inconsistencias macro. Ciertamente su nombramiento sirvió para detener la dinámica hiperdestructiva en la que había entrado la economía argentina desde la renuncia de Martín Guzmán (o incluso unos días antes), pero la tensión continúa.

Aunque Gabriela Cerruti sostiene que ahora “hay una sensación de estabilización”, lo cierto es que la “sensación” es de permanente fragilidad. El gobierno no logra acumular dólares y el nivel de reservas genera preocupación. Esto a pesar de que existen fuertes trabas a las importaciones, que perjudican cada vez a más sectores, que tienen dificultades para hacerse de los insumos necesarios para la producción.

Además, hay dudas respecto a lo que pueda suceder con la inflación en los próximos meses, ya que los aumentos de tarifas podrían generar una mayor presión sobre los precios. El cuasi congelamiento de los servicios públicos de los últimos dos años y medio implicó una inflación contenida que ahora Massa se verá obligado a liberar para cumplir con sus promesas de reducción de subsidios y ajuste del gasto público. El punto del cual se parte es complejo: esta semana el INDEC dio a conocer la variación del IPC de julio (+7,4% mensual y +71% interanual). Evidentemente no es responsabilidad directa de Massa, que acaba de desembarcar en la cartera de Economía, pero este es el deplorable escenario desde el que deberá habilitar los nuevos aumentos de luz, gas y agua.

Como si fuera poco, al gobierno se le comienza a caer el “relato” de que todo es culpa de las presiones inflacionarias globales. Mientras en Argentina se conoció el dato de inflación mensual más alto desde abril de 2002, en el mundo comenzaron a aparecer señales de desaceleración. De hecho, Bolsonaro logró (gracias a un paquete de medidas ortodoxas) que los precios al consumidor de julio en Brasil retrocedieran un 0,7%. Y Joe Biden también celebra la caída en Estados Unidos, impulsada por una fuerte baja del combustible.

En el gobierno reconocen que, en términos de competitividad electoral, están peor que en noviembre de 2021 (cuando perdieron por 8 puntos a nivel nacional, incluyendo derrotas dolorosísimas para el peronismo, como la provincia de Buenos Aires o Santa Cruz). Cristina Kirchner estuvo dispuesta, al avalar la designación de Massa, a una nueva contorsión hacia posiciones más pragmáticas para buscar hacer la “heroica” en 2023, pero hasta ahora el desgaste acumulado, en el mejor de los casos, no se ha revertido y sigue siendo el mismo. Además, la economía no envía señales positivas como para que el Frente de Todos pueda ilusionarse con un cambio significativo de esta tendencia.

Ante este panorama, la oposición tiene serias chances de ganar las elecciones del próximo año. Esto se desprende también de los sondeos que D’Alessio IROL – Berensztein viene realizando. El último estudio correspondiente a julio muestra que, si las elecciones fueran hoy, el 41% de los argentinos votaría a candidatos de JxC, mientras que el 29% lo haría por figuras del FdT. En tercer lugar, aparecen los libertarios (9%).

Las críticas de Elisa Carrió demuestran que ganar es más difícil cuando uno se hace goles en contra

Sin embargo, a pesar de la ventaja que los candidatos de JxC le llevan a los del FDT, la oposición parece empecinada en dañarse a sí misma y complicar, innecesariamente, el camino al gobierno. Esta semana Elisa Carrió salió a atacar a varios dirigentes de su propio espacio y estalló un escándalo interno. La primera que le respondió fue Patricia Bullrich, que salió a defender a los agraviados con el hashtag “Basta Carrió”. Detrás de Bullrich, aparecieron Horacio Rodríguez Larreta y varios más, como Gerardo Morales, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó y Cristian Ritondo.

Es entendible y esperable que pueda haber discusiones e incluso duras peleas por las candidaturas, pero la forma en cómo estas se están procesando evidentemente son perjudiciales para los protagonistas. Teniendo una situación tan ventajosa en términos electorales, en JxC deberían estar preparándose para eventualmente convertirse en gobierno: conformando equipos de trabajo, confeccionando un plan económico consistente y creíble, y definiendo las prioridades de la próxima gestión. Es decir, preocupándose por los problemas reales que afectan a los argentinos. En vez de eso, la ciudadanía los ve discutir por cuestiones que le son ajenas. En un contexto de enormes dificultades, las disputas por el liderazgo tendrían que ser, en todo caso, un aspecto más marginal del debate y procesarse puertas adentro.

De hecho, la oposición debería estar más preocupada por convencer a sus eventuales votantes de que JxC tiene la capacidad y los equipos necesarios para resolver los problemas del país. El mismo sondeo de D’Alessio IROL – Berensztein muestra que hay una distancia significativa de 5 puntos porcentuales entre aquellos que piensan votarlos (41%) y los que consideran que cuentan con tal capacidad y equipos (36%). En el FdT esta distancia es de 2 puntos. ¿El votante de JxC no está tan convencido? Difícilmente logren mejorar estas cifras a partir de discusiones personales y vacías de ideas.

Las críticas de Elisa Carrió demuestran que ganar es más difícil cuando uno se hace goles en contra

No es posible asegurar aún si las actuales peleas en JxC terminarán por generar una merma en términos de su competitividad electoral, la cual por el momento conserva más por los continuos fracasos del oficialismo que los aciertos de la oposición. Algo es seguro, ganar es más difícil cuando uno se hace los goles en contra. Los efectos concretos dependerán de cómo evolucionen los conflictos a partir de ahora: el riesgo de ruptura es real y es el peor de los escenarios. Por lo pronto, los líderes del PRO dan por finalizado el tema Carrió y esperan bajar la tensión. ¿Podrán mantener la tregua?

Por Sergio Berensztein

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