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El pacto Máximo Kirchner-Pablo Moyano

El miércoles, cuando caía la noche, el Presidente ya estaba en la Residencia de Olivos. Claudio Ferreño, su amigo desde hace tres décadas y presidente del bloque del Frente de Todos en la Legislatura porteña, lo llamó pasadas las 20 para contarle que un tal Walter Santiago -al que pronto se conocería como Alfa, un hombre de 60 años que compra y repara autos de colección, excéntrico y provocador, aspirante eterno a Ricardo Fort y al que le gusta vestirse de gorila, según un político oficialista que tuvo acceso a fotos íntimas– los había acusado de corrupción en una charla a deshora, típica de Gran Hermano. La imagen no había salido por Telefe sino por Pluto TV, una plataforma de streaming que les permite a los fanáticos seguir el reality las 24 horas. Pero Fernández estaba leyendo Twitter y había visto los 33 segundos del recorte del video que lo involucraba cuando sonó su celular

—¿Quién carajo es este tipo que me llama coimero y que dice que es amigo tuyo? ¿Cómo me va a decir eso? —preguntó el Presidente sin siquiera decir hola.

—Es un impresentable, un lumpen, un tipo que conocí en Coghlan y que fue conmigo a cuarto grado. Yo me hice amigo del hermano. Soy padrino del hijo más chico y mi hijo mayor es su ahijado. Este loco se fue a vivir a Miami hace varios años, yo no lo vi más, es un impresentable. La última vez que lo crucé fue en el velorio de la madre. Pero mi relación no es con él —le dijo Ferreño.

Alberto no lograba tranquilizarse. Su amigo buscó contenerlo: “No le des pelota. Yo ahora voy a salir a desmentir todo por Twitter”. Fernández le dijo que le parecía bien.

Mientras Ferreño preparaba la desmentida se anticipó Gabriela Cerruti y a las 21.02 publicó los primeros tuits. Pocas horas después, la portavoz dio una entrevista para explayarse sobre el tema y, más tarde, brindó nuevas explicaciones en una conferencia de prensa. Un operativo sensacional para que el tema se instalara, según la consulta Ad Hoc, en más de 35 millones de personas, que interactuaron en sus redes y en sus celulares. Podría tratarse de un verdadero milagro para la comunicación política de la Casa Rosada si no fuera porque la mayoría usó el contenido para socializar “con tono de burla/ironía hacia el gobierno nacional”.

El sector que despotrica hace tiempo contra Cerutti, que a esta altura abarca por igual a dirigentes albertistas, cristinistas y massistas, aprovechó para cargar sobre ella. “Si no la echan con esto, es joda”, era lo mínimo que se decía en las charlas entre ministros y funcionarios que se cruzaban en los pasillos de Balcarce 50. “Una experta en convertir problemas en problemones”, devolvía por WhatsApp un viejo amigo de Alberto. Hasta los periodistas que se confiesan militantes cuestionaban a la portavoz, tal vez, es cierto, para no agarrársela con el propio Alberto. Ella redoblaba la apuesta y, ya que estaba, se cruzaba con quienes la criticaban, desde Diego Brancatelli a María Eugenia Vidal.

Con el correr de las horas, quizá Fernández tomó nota de que él también era responsable de la mala lectura del hecho. Llamó a Ferreño el jueves y lo citó en su despacho de la Casa Rosada. Se suponía que era para ponerle punto final al asunto. Se vería el viernes que no. Fernández le dio una entrevista a C5N y dijo que no pensaba callarse.

El diputado porteño ingresó antes de las 16 por la explanada y subió al primer piso del edificio. Fernández lo esperaba, para su sorpresa, con otros dos de sus mejores amigos, el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello, y el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos. “¿Qué hacés, Alfa?”, lo recibió Olmos. El alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, esperaba afuera para ser atendido.

La cumbre derivó en reproches hacia el primer mandatario: “¿Cómo vamos a levantar a un personaje así?”. Alberto defendía su postura. “El que calla otorga”, repetía, y aseguraba que iba a llevar a la Justicia al participante. A sus interlocutores no les terminaba de quedar claro si él había convencido a Cerruti de salir a contestar o si había sido al revés y, en todo caso, qué era más inquietante.

Fernández daba vueltas sobre el tema y afirmaba que había cosas raras que no le terminaban de cerrar. Que se había enterado de que Alfa había ingresado a la casa de Gran Hermano sin pasar el filtro del casting y que el diálogo de la polémica se había dado frente al silencio de Romina Uhrig, diputada nacional por el Frente de Todos entre 2019 y 2021 y ex pareja del ex intendente de Moreno, Walter Festa. Se habló de pedir sus expulsiones del programa, pero se toparon con el reglamento del show de TV, que lo impide porque -supuestamente- los integrantes del ciclo están incomunicados. Solo consiguieron una módica referencia de Santiago Del Moro: lo que dicen los participantes corre por su cuenta.

“A mí me da igual si este tipo gana el reality o se va de la casa mañana, pero no puede continuar la polémica. Terminemos con esto”, sostenía el legislador. “Dale, Alfa”, bromeaban otra vez con Ferreño. Las risas eran superficiales porque Alberto se alteraba. Hay coincidencia entre sus íntimos: lo pueden acusar de la suba permanente de la inflación o de la crisis política que marcó su mandato con su vicepresidenta, pero nunca de hechos de corrupción. Es, y quiere que sea, la gran diferencia con su mentora. “La decencia es lo único que tengo para dejarles a mis hijos”, declaró. Le faltó decir: quien quiera oír, que oiga.

La preocupación de quienes quieren a Fernández pasó a ser si no habría fotos comprometedoras con Alfa. “Vos te sacás fotos con todo el mundo, pero yo creo que es imposible. Nunca se vieron”, intentó apaciguar Ferreño. Por lo menos esta vez ni Fernández ni sus asesores negaron ante los medios la existencia de imágenes, lección que dejó el escándalo de las fiestas en Olivos durante la cuarentena.

Sí sobrevoló en el poder, en un momento, la sospecha de que, detrás de la movida, podría existir fuego amigo. Los tiempos no dan de ninguna manera, pero un albertista se detuvo en la frase de hace una semana en el Coloquio de IDEA, cuando el Presidente les preguntó a los empresarios si alguien les había pedido “un centavo” para hacer obra pública, una alusión que a Cristina le despertó momentos de furia. Siempre que se habla de una operación, en el entorno presidencial se desliza el nombre de La Cámpora. No hay hasta hoy, sin embargo, ningún indicio de que la agrupación pueda tener algo que ver.

El camporismo pasó la semana sumergido en otras cuestiones. Tras los roces por la celebración del Día de la Lealtad peronista, Máximo Kirchner, Axel Kicillof y los intendentes mantuvieron una reunión para explorar los primeros puntos de un plan electoral. No lo dijeron en la charla, pero Máximo y su madre traman una estrategia que podría reducir a la mínima expresión a varios aliados. A Alberto, por caso, de quien -si se observa bien- se verá que ha pasado a ser minimizado en la discusión pública, cuando no ignorado, pese a que él lanza estocadas que tiempo atrás reprimía. Lo hace hablando de sí mismo en tercera persona. Curioso.

El cristinismo impulsa de nuevo la suspensión de las primarias, que el albertismo pretende mantener a toda costa. Si el debate se acalló fue porque el oficialismo intentará sacar la ley de Presupuesto con el apoyo de la oposición y, luego sí, clavar el puñal. En ese punto hay un acuerdo con Sergio Massa, que se ve -aunque diga y proponga decir lo contrario- como el candidato natural para 2023. Si antes, claro, logra reducir la disparatada  inflación que aflige al país.

Los movimientos de La Cámpora, de Kicillof y de voces muy cercanas a Cristina son intuidos por la CGT, el Movimiento Evita y otros sectores piqueteros. Eso podría explicar sus últimas acciones y una incipiente alianza para enfrentar al cristinismo. Dice un cacique de los gremios: “La lapicera para las listas la va a tener Cristina y no podremos discutir un nombre”. Al Frente de Todos le ocurre como a la oposición: sus integrantes tienen diferencias fuertes, pero temen que la cosa se ponga peor si se produce una fractura.

Máximo Kirchner lanza de a ratos críticas al modelo económico, aunque no son todo lo virulentas que podrían ser. Puede tener que ver con que a menudo recibe pedidos de paz de Massa, con el que nunca interrumpe el diálogo, y porque el tigrense podría terminar siendo la apuesta electoral. El ministro de Economía tiene plazo hasta diciembre para dar señales de que los precios irán cediendo. Un nuevo salto en el índice del Indec podría herirlo de modo definitivo.

Kirchner refuerza a la vez su sociedad con Pablo Moyano. No es un vínculo fácil. El camionero amenaza con un paro general si su gremio no alcanza paritarias del 131%. Una de las personas que mejor conoce a Pablo cuenta: “La alianza con Máximo es por las causas judiciales y es un pacto de acero: los dos tienen poder de movilización por si llegara a hacer falta”.

Ambos ven con angustia el futuro. Una profundización de la crisis podría dejarlos definitivamente a la intemperie. 

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