“¿Y si se está preparando el almuerzo mientras le hablo?” A Miguel (29) la pregunta se le vino a la cabeza mientras intentaba narrar un problema de trabajo. “Ajá”, escuchó del otro lado. Era la segunda sesión con un psicólogo nuevo, al que había llegado a través de la prepaga. Dejó la historia a la mitad y le dijo: “Disculpá, pero me pone incómodo no verte”. Del otro lado, la respuesta le vino como una cachetada: “Con la cámara se cuelga Internet”. “¿Y vernos presencial?”, insistió. “No, ahora el sistema es así”, respondió el profesional y pasó a explicar que ya no había consultorios físicos.
Para Martina fue lo contrario. Tiene 17 años. Comenzó terapia en 2021 para manejar ciertas cuestiones en las que el aislamiento le afectó en sus relaciones. La vida volvió a la normalidad y su terapeuta le ofreció pasar a tener sesiones presenciales. Pero la adolescente prefiere seguir con el Zoom. “Es la única forma que tuve siempre. Estoy acostumbrada a hacerlo así. Y además tengo muchas actividades, entre la escuela, el club y las clases de inglés como para sumarle también el viaje a terapia. Me es más práctico”, dice.
La cuestión de la virtualidad, ampliamente debatida y estudiada en el campo del psicoanálisis, no tiene una única perspectiva. Incluso antes de Internet, hubo quienes optaron -o aún lo hacen- por el teléfono. “La polémica en torno a si las consultas virtuales eran reales o buenas como sesiones de terapia se zanjaron en la pandemia”, subraya a Clarín la psicoanalista Diana Litvinoff, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
“La virtualidad durante la pandemia permitió que las terapias se mantuvieran y, de esa manera, que muchas personas ante los cambios, pérdidas y temores, pudieran elaborar sus ansiedades y, por supuesto, que los psicólogos mantuvieran sus trabajos”, describe Litvinoff y agrega que también se habilitó la atención de personas que viven o migraron a puntos geográficamente alejados.
Según el caso, están quienes prefieren seguir con la virtualidad o volver a la terapia presencial
Para la autora de “El sujeto escondido en la realidad virtual”, la terapia mediada por un celular o computadora no implica desventajas respecto a la consulta presencial, siempre que se mantengan las “condiciones indispensables” como, por ejemplo, que que se garantice su confidencialidad por parte de quien lo va a escuchar y que el paciente cuente con privacidad para hablar libremente.
Fue uno de los inconvenientes que surgieron en la pandemia, sobre todo, por las medidas de aislamiento social, que hicieron que muchas personas se volcaran al trabajo 100% remoto. Personas con crisis de pareja se encerraban en un auto para poder hablar con la seguridad de no ser escuchados por el concubino y padres salían al balcón con los auriculares puestos mientras dejaban a los hijos mirando una película adentro.
«La palabra tiene otro peso»
Mariela, de 33 años, cuenta a Clarín que en su caso no tenía ningún inconveniente para tener la sesión en su casa, en la zona sur del Conurbano. Empezó en medio de la pandemia y se atendió durante 10 meses por videollamada. “Él me dijo que era de Villa Crespo pero sinceramente no pensé en qué iba a pasar cuando ya se pudiera volver a viajar y yo tenía mucha necesidad de hacer terapia”, explica.
Cuando la actividad comenzó a reabrirse, el psicólogo le dijo que iba a volver a atender de forma presencial, pero Mariela pidió seguir virtual. Desde Temperley tenía más de dos horas de viaje entre ida y vuelta. Así siguieron un tiempo más.
Antes de la posibilidad de la terapia por Internet, muchos ya lo hacían por teléfono
“Un día voy con mucho dolor en un hombro al osteópata, que me hace notar todo el estrés que tenía y me sugiere que le ponga el cuerpo a mi proceso de terapia. Sin dudas, hay algo en cualquier actividad humana que cambia cuando el cuerpo está puesto en situación. La palabra tiene otro peso e incluso el viaje, que el ritual llegara después del esfuerzo de viajar, le daba cierto carácter”, agrega.
Como contracara, a veces el viaje la cansaba. “Pero el psicólogo y la terapia me gustaban, así que continué”, sigue la joven profesional de Temperley. Hace unas semanas, le tocó el turno para darse el refuerzo de la vacuna contra el Covid. Al día siguiente, comenzó a sentir cansancio físico por lo que pidió al terapeuta hacer la sesión virtualmente.
“Me contestó que no, que si me sentía cansada para ir, entonces que no estaba para tener la sesión tampoco. Pero a la semana siguiente, cuando voy al consultorio, me quiso cobrar la sesión que no había querido darme virtual, explicándome que la sesión ahora era presencial, lo que me pareció muy confuso porque habíamos estado 10 meses de forma virtual antes”, expresa.
Diván, sillón o pantalla
La pregunta hasta ahora era ¿puedo sentarme frente al terapeuta o tengo que recostarme en un diván?, formula la psicóloga Diana Hunsche en su libro “A terapia ¿yo? Mitos y prejuicios sobre la psicología”. El diván, ese sillón diseñado para recostarse mirando al techo, fue un elemento introducido por Sigmund Freud para realizar el psicoanálisis, con el objetivo de evitar que las expresiones faciales del analista influyeran en el discurso del paciente y que este se deje llevar por el hilo de sus pensamientos.
Con los años, se comprobó que al estar frente al terapeuta, sentado cara a cara, las reacciones del último, “lejos de intimidar o condicionar el discurso del paciente, le brindan libertad, incluso para el disenso”. Toda psicoterapia tiene a la palabra como instrumento en el camino de “sanación”. Eso no cambia, aunque existen otras escuelas psicoterapéuticas en las que se trabaja con escenificaciones, como el psicodrama o las constelaciones.
“Sin embargo, en todas las terapias, más allá de la escuela a la que pertenezcan, se incluye al cuerpo por la sencilla razón de que no existe una persona sin cuerpo. Somos una unidad, por lo que la terapia va a abordar esa totalidad compuesta por cuerpo y mente, en la que coexisten emociones, intuiciones, etcétera. El cuerpo siempre va a estar presente en nuestro relato y constituye la herramienta que nos permite hablar, gesticular, escribir, llorar y reír. Y esto funciona tanto en la sesión presencial como en la virtual”, desarrolla la especialista.
Y agrega que, incluso en la virtualidad, el cuerpo surge en nuevas representaciones:
- El paciente se ve a sí mismo y sus reacciones como si estuviera frente a un espejo.
- El terapeuta también.
- Estos puntos anteriores hacen que ambos estén más pendientes de su propio aspecto y gestos.
- Cada cual ve lo que ve el otro.
- Cada cual ve al otro en su propio contexto (consultorio, hogar) a diferencia en la terapia presencial.
- El contacto visual directo queda interrumpido en la terapia virtual.
- Para que el paciente tenga la ilusión de ser observado directamente a los ojos, el analista debe desviar su mirada de la imagen del paciente y enfocarla en la cámara, con lo cual deja de verlo. La paradoja que aparece es que, para que el otro se sienta mirado, hay que dejar de verlo.
«Respetar la singularidad»
Para el médico psicoanalista Guillermo Bruschtein, integrante de APA, es importante destacar que “nunca hay un método que sea perfecto”. De hecho, dice que la manera de atender “se viene discutiendo desde el origen mismo de las terapias para ayudar al sufrimiento psíquico”.
También especialista en psiquiatría por la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), Bruschtein desarrolla: “Lo que entendemos es que hoy se ha producido una transformación entre viejos encuadres que eran más rígidos a unos más flexibles, donde se puede privilegiar el diálogo entre el paciente y el terapeuta por sobre el encuadra. Entonces si un paciente se siente en confianza con el terapeuta, va a poder trabajar más allá del dispositivo. En cambio, pacientes que no sienten confianza no la van a sentir ni a través de la pantalla ni en el consultorio”.
Desde su punto de vista, la atención virtual puede “empobrecer” la lectura del lenguaje corporal del paciente. “No todos lo utilizan, pero siempre hay un lenguaje corporal de cómo el paciente se presenta, se viste, de la gestualidad que tiene mientras habla, por ejemplo, si adopta una actitud defensiva como cruzar los brazos o encogerse, o por el contrario, se relaja, mientras menciona algo”, sigue.
“Yo soy partidario de ir flexibilizando. Lo importante es que la terapia tenga resultados, que el encuentro entre dos personas que se juntan a hablar de la conflictiva de uno sea fructífero”, explica. Hace poco, contó, un paciente le pidió una sesión presencial para poder hablar específicamente de una situación traumática.
La tuvieron y retomaron la virtualidad. Es valioso, agrega, que en el contexto de nuevos dispositivos para la atención y también de nuevas realidades económicas “se respete la singularidad de cada situación y las posibilidades de cada paciente y terapeuta”.