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La corrupción nos partió la columna

Algunos títulos son disparatados y el disparate no puede atribuirse al periodismo.

Titular con Malvinas. Sabino Vaca Narvaja, nuestro embajador en China, afirmó en el Canal Central de la Televisión China que el reclamo de ese país por Taiwán es como el reclamo argentino por las Malvinas, porque ambos responden al mismo concepto de integridad territorial. Taiwán está a 180 kilómetros de la costa china y las Malvinas a 1.680 kilómetros de la costa argentina. Mejor no toquemos el argumento de las distancias porque a los fanáticos de la argentinización de las Malvinas la comparación les resulta indiferente y es difícil saber si alguien calcula algo en nuestra cancillería.

Los reclamos que la República Popular China le presentó a Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, se relacionan con su visita a Taiwán. Menos mal que todavía a nadie se le ocurrió comparar la visita de Pelosi con la que Guido Di Tella, excanciller argentino, realizó a las Malvinas en el 2000.

El campo donde se instala la corrupción no solo es económico, sino ideológico: necesita de ese soporte para justificar los delitos en nombre de las virtudes de quienes los cometen

No es sorprendente que Sabino Vaca Narvaja pase por alto la política estadounidense de acercamiento y diálogo con China, iniciada por Nixon. La cancillería debe informarse mejor cuando arma decorativas comparaciones patrióticas con el tema Malvinas, donde ya hemos cometido demasiados errores, comenzando por la invasión a las islas organizada por el dictador Galtieri y celebrada en la Plaza de Mayo, donde el pueblo festejó el desembarco sin pensar en los conscriptos que, con inadecuados pertrechos, fueron enviados a padecer o morir en las islas. Estuve allá años después y los malvinenses recordaban con lástima a esos jóvenes hambrientos que muchas veces tocaron sus puertas para pedirles comida.

Otro titular. Larreta amenaza sacarles los planes a las familias que no manden a sus niños a la escuela: eso se llama incentivo material en reversa. Los intendentes del PRO se quejan de que Kicillof es avaro en la asignación de obras a sus distritos, incluso en los casos que manden a todos los chicos a la escuela. Hay más ejemplos de todo tipo que remiten a lo siempre igual: el principio de contradicción entre dichos, actos y consecuencias.

La vértebra quebrada de la columna ética y política argentina es la corrupción, de la que se acusa con pruebas a quienes comenzaron como dirigentes de base. A Milagro Sala, hoy en prisión domiciliaria en su provincia, la vi llegando a Trelew en 2010, para las ceremonias por la muerte Néstor Kirchner, con unos veinte seguidores, que no se privaron de victorearla por las calles. A los preferidos que viajaron con ella, Milagro Sala les daba la oportunidad del duelo en directo, una experiencia que vitaliza la política con la síntesis de ausencia y confirmación.

CFK está ocupada en que sus riquezas no comprometan su imagen y la herencia de su hija

Corrupción, el duelo interminable. Impresionan las acusaciones del fiscal Luciani sobre los favores que Cristina Kirchner dispensó a Lázaro Báez en la adjudicación de obras públicas.

La corrupción, junto con el patriotismo teatral y el declaracionismo, son los relámpagos y truenos de otro rayo que no cesa: la inflación, tan persistente como el discurso de la vicepresidente Cristina Kirchner, que quiere asegurar su pasado ante los jueces y la historia. Se ha batido otro récord, no solo en la corrupción por la que se enjuicia a la vicepresidente sino en la suba de precios, que en julio fue la más alta de los últimos veinte años.  

Debe ser que nos contagiamos, si hubiera necesidad, del avión chavista que los jueces locales debieron incautar a pedido de la justicia de Estados Unidos, apoyado por la fiscal Cecilia Incardona, que pasó por alto los reclamos de nuestro amigo, el presidente Maduro. El kirchnerismo venezolanista le puso una marca roja a la fiscal que fue contra los deseos de la usina que dirige Cristina desde el Senado y la Casa de Gobierno.

Pese a todos los favores recibidos del bifernandismo, Alberto Fernández tiene derecho a ofenderse por los modales de un diputado venezolano que lo llamó “pelele, títere y jalabolas”. Inmerecido insulto, ya que el embajador argentino en Caracas, Oscar Laborde, se anticipó a lo que la justicia decidiera sobre la tripulación del avión que sobrevolaba el territorio nacional cargado de venezolanos, al declarar que no duda de que esos magistrados argentinos están sesgados en contra de Venezuela. ¿De quién es embajador Laborde? ¿Cómo se larga tan suelto de cuerpo a hacer declaraciones sobre lo que resuelvan los jueces?  

Laborde encarna la doble figura del convencido y del obsecuente, una combinación de rasgos que el justicialismo siempre cobijó, porque promete fidelidad y acción a cualquier precio.

El campo donde se instala la corrupción no solo es económico, sino ideológico. Más todavía: la corrupción necesita del soporte ideológico que justifique los delitos en nombre de las virtudes de quienes los cometen. Milagro Sala organizó a muchos pobres de su provincia y para eso también se necesita plata.

Un poco de historia antigua. Aquellos que fuimos peronistas o marxistas en sus diferentes variantes siempre estuvimos seguros de entender lo que estaba sucediendo. Nos equivocamos muchas veces, pero esa seguridad no se desvanecía porque se apoyaba en los instrumentos teóricos y políticos con que analizábamos el presente. Y nuestra visión del futuro se fundaba también en esos análisis.

Esos instrumentos se fueron debilitando con el tiempo. El marxismo no se encontró con la crisis del capitalismo que sería la aurora de una nueva etapa civilizatoria; ni el peronismo se convirtió en la fuerza que podía mejorarlo todo. Fueron ilusiones que es equivocado llamar juveniles, ya que persistieron a medida que pasaba el tiempo y nos enorgullecíamos por el reclutamiento de nuevos creyentes. Mi generación creyó en la potencialidad vital y renovadora de Cuba, hasta que se conocieron los juicios y las persecuciones con que el régimen, que había nacido joven e impulsado por un viento romántico y heroico, encerró a los disidentes.

Gorbachov, en Rusia, fue la imagen de un progresismo renovado que anunciaba un aura democrática para un extenso territorio al este de Europa que nunca la había conocido. Hoy, bajo el mando de Putin, más reglamentarista que los zares, la de Gorbachov es la última versión del dirigente que concibió grandes sueños.

De todo ese pasado, solo puedo mencionar dos hechos que no defraudaron lo que prometían. Merkel, la canciller alemana, condujo con firmeza y cuidado la reunificación de esa nación que había quedado dividida después de la segunda guerra. Y la transición española desde la muerte de Franco, conducida con amplitud de frente popular por Felipe González y el PSOE.

Hoy parece una lejanía digna de un sueño juvenil. Pero no fue solamente un sueño juvenil lo que construyeron la Alemania y la España democráticas. España, sobre todo, corrió en los años 80 grandes peligros de restauración autoritaria y fue la alianza progresista de los partidos, con los comunistas y los socialistas en el puesto de mando, la que permitió que llegaran hasta hoy. España aprendió algunas lecciones, que –pese al racismo al acecho frente a los nuevos migrantes– serenan el escenario.

Rusia y España quedaron destruidas después de guerras civiles; y el pasado sigue teniendo una influencia fatídica en Rusia que invade Ucrania. Pero, aun así, rechazamos el pesimismo como una forma sencilla de pensar la historia.  

Movimiento inverso. Argentina tomó otra dirección. Llegamos a 1983 con vacilaciones y temores, pero sucedió lo imprevisible: el justicialismo aceptó la derrota electoral que le anunció Raúl Alfonsín. El peronismo tradicional se mantuvo en varias provincias, pero conoció la derrota en la de Buenos Aires. En feudos más tradicionales, Menem fue un ejemplo de que el anclen régime provincial todavía conservaba su fuerza. Pero el sindicalismo no se dedicó a la guerra contra aquel primer gobierno democrático de 1983. Hizo decenas de paros, aunque también supo medir las movilizaciones y los reclamos.

Todo parecía marchar hacia adelante, aunque con las dificultades conocidas, ya que la Argentina había comenzado a alinearse con los países con millones de pobres y sigue allí hasta hoy.

Hubo algunos intentos militares, los últimos. Berni fue uno de los sublevados. La reacción masiva frenó a los trasnochados que comandaba. Atrás quedó el asesinato de Rucci en 1973, asqueroso gesto de la guerrilla para mostrarle a Perón de qué eran capaces esos jóvenes que juraban por el líder y mataban a su más leal apoyo.

Una vez erraron los pesimistas. En los años 80, no hubo secuela de cadáveres. Quizá se podía comenzar a hablar de progreso del ideal democrático y de eficacia no violenta de las reivindicaciones populares. Lo que la Argentina logró en los años de esa década demostró el error de los pesimistas que solo pronosticaban la vuelta de lo siempre igual: golpes militares triunfantes, reacciones militares violentas después del Juicio a las Juntas, sindicalismo enloquecido. Sin embargo, basta hojear la hemeroteca de esos 80 para ver que las dificultades estuvieron al borde de conducir el país a un nuevo retroceso.

De la Rúa no terminó su mandato. Alfonsín tampoco terminó el suyo. Pero Ubaldini, el dirigente sindical máximo de aquellos años sabía que no era posible unir otra vez a fuerzas sindicales y militares. Ese camino estaba agotado.

Néstor Kirchner descolgó el retrato de Videla de la pared donde se lo habían dejado como fetiche. Ese acto fue el capítulo final del peligroso y exitoso Juicio a las Juntas Militares realizado en 1985. De allí en más no podían surgir nuevas fantasías con perspectivas de éxito en esas Fuerzas Armadas que participaron en todos los golpes desde 1930, y estaban manchadas por el derrocamiento de Yrigoyen, de Frondizi y de Illia. Hoy no se insinúan golpes militares ni circulan rumores que los anuncien. El general Balza puso en caja a las Fuerzas Armadas y es probable que, esta vez, la historia no se repita.

Volvamos al presente. Massa, superministro, llamó al diálogo para alcanzar acuerdos básicos, que no se han logrado en el Congreso, pero se confía en las mesas de enlace y reuniones de ese tipo. Larreta indicó la conveniencia de una coalición.

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Creyente. Massa está convencido, otra vez, que es su momento

Mientras tanto, la vicepresidente está ocupada en lo suyo: no solo en sus propiedades y dineros, sino en que esas riquezas no la comprometan al punto de ensuciar su nombre en el continente y comprometer la herencia de su hija, que era una criatura cuando padre y madre aseguraban el futuro de la familia.

Hoy la mitad de la población de Argentina vive en la pobreza y la mitad de los adolescentes están fuera de la escuela. Eso es lo que se logró, y por fin encontramos nuestro destino sudamericano. Decirlo así es una injusticia para países como Brasil, Uruguay o Chile, que no retrocedieron, sino que avanzaron después de las dictaduras sufridas en los 70 y 80 del siglo pasado. O sea que el destino chileno, brasileño o uruguayo no es el nuestro. Eso es bueno solo para que se nos baje la cresta.

De todas formas, Massa cree, nuevamente, que su momento ha llegado. A fines de agosto o principios de septiembre viajará a Washington, donde estuvo hace muy poco Silvina Batakis. Los yankis van a necesitar un índice para registrar a los ministros de Economía argentinos que los visitan. Abundan los viajes porque los funcionarios han durado poco.

En realidad, todos viajamos. Lo prueban nuestras consistentes capas medias que no lo han perdido todo y se fueron este invierno a visitar Miami. Las tradiciones hay que conservarlas y, además, la ropa allá está muy barata.

Por: Beatriz Sarlo

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