Los recientes procesos electorales estuvieron plagados de noticias falsas y teorías conspirativas. Pero, ¿por qué hay tanta gente que cree esas mentiras? La culpa es del cerebro.
Muchas de nuestras decisiones individuales y sociales dependen de la veracidad de la información. Sin embargo, tenemos sesgos psicológicos que nos predisponen y hacen vulnerables a las falsedades.
Como resultado, somos propensos a creer, fijar y luego recordar la información falsa, aunque después nos enteremos de que era todo mentira.
“Me atrevería a decir que la información falsa lleva las de ganar en todos los niveles”, dice Nathan Walter, profesor de estudios de la comunicación en la Universidad Northwestern, que estudia cómo se rectifica la desinformación.
Nadie es completamente inmune a una mentira, en parte por la constitución de nuestro aparato cognitivo y en parte por la forma en que la falsedad saca provecho de eso.
Para muchos de nuestros juicios o conclusiones, apelamos a atajos mentales “heurísticos”, reglas sencillas y eficientes para orientar la toma de decisiones y llegar a un juicio o solución de un problema. Pero si no estamos atentos, nuestros sesgos y tendencias cognitivas pueden hacernos susceptibles a la desinformación y la mentira.
“En principio, la gente cree cualquier cosa que ve o escucha”, dice Stephan Lewandowsky, psicólogo cognitivo de la Universidad de Bristol y especialista en el modo en que respondemos ante una información que se revela como falsa e intentamos corregirla en nuestra mente. “Y eso es totalmente razonable y lógico, ya que la mayoría de las cosas que se nos presentan diariamente son ciertas”, agrega.
Además, cuanto más veces vemos la repetición de algo, más probabilidades tenemos de tomarlo por cierto. Ese “efecto de verdad ilusoria” surge porque la familiaridad o la facilidad de comprensión son unos de los “atajos” de la verdad: a medida que algo se repite, se nos vuelve más reconocible y asimilable, sea falso o sea verídico.
“Normalmente, hay una única versión cierta y una infinidad de modos de falsearla, ¿no?”, pregunta Nadia Brashier, profesora de psicología de la Universidad Purdue, que estudia por qué la gente se cree las noticias falsas y desinformación. “Por lo tanto, si escuchamos la misma versión una y otra vez, las probabilidades indican que debe ser cierto”, afirma.
Pero esos atajos no funcionan tan bien en el ambiente político y redes sociales de la actualidad, que repiten y amplifican las mentiras. Un estudio demostró que hasta exponerse a una noticia falsa una sola vez hace que el hecho parezca más verdadero. Brashier sostiene que los políticos repiten mentiras todo el tiempo y que parecen ser conscientes del poder que el “efecto de verdad ilusoria” tiene sobre nosotros.
También somos más susceptibles a la desinformación que encaja con nuestra visión del mundo o nuestra identidad social, y eso nos induce a caer en el sesgo de confirmación, que es la tendencia a buscar y preferir la información que confirma lo que ya creíamos.
Las historias falsas y los ejemplos emocionales son más fáciles de entender y más penetrantes que cualquier razonamiento estadístico. “Ahora nos movemos en un nuevo mundo de números, probabilidades y factores de riesgo –dice Walter–. Pero el GPS que usamos para orientarnos, nuestro cerebro, es muy anticuado”.
“Efecto de influencia continuada”
Cuando ya hemos escuchado algo falso, nos cuesta mucho arrancarlo de cuajo de nuestra mente, aunque nos esforcemos por creer la verdad. Se han realizado muchos estudios que demuestran que la desinformación puede seguir influyendo en nuestras decisiones aunque haya sido rectificada y creamos la verdad, un fenómeno conocido como “efecto de influencia continuada”.
En su metanálisis del conjunto de los resultados de 32 estudios a más de 6500 personas, Walter descubrió que rectificar una falsedad reduce, pero no elimina por completo, el efecto de la desinformación.
Así, uno de los mayores obstáculos para corregir la desinformación es que escuchar la verdad no borra la falsedad de nuestra memoria. Muy por el contrario, a partir de entonces la falsedad y su rectificación conviven y compiten por ser recordadas. Los estudios de imágenes cerebrales realizados por Lewandowsky y sus colegas encontraron evidencias de que nuestros cerebros almacenan tanto la información errónea original como su versión corregida.
“Parece ser cognitivamente casi imposible escuchar algo, entenderlo y, al mismo tiempo, no creerlo”, aclara Lewandowsky.
Descartar la información errónea requiere todo un proceso cognitivo adicional que implica etiquetarla como falsa en nuestra memoria. “Pero a esa altura, en cierto sentido ya es demasiado tarde, porque quedó en nuestra memoria”, añade.
Para colmo, con el paso del tiempo nuestro recuerdo de la rectificación de los hechos puede desvanecerse, dejándonos solo con la información errónea.
“La evidencia sugiere que cuando la gente recibe una información correctiva de una falsedad anterior, se enfrenta con limitaciones básicas de la memoria humana”, dice Brashier.
Finalmente, rectificar la información falsa se complica todavía más si esa mentira encaja con nuestra identidad o sistema de creencias. Para dar sentido a lo que ocurre en nuestro alrededor, construimos modelos mentales del mundo “y es muy difícil demoler un tabique sin que todo ese edificio se venga abajo –señala Lewandowsky–. Cuando esa falsedad es un componente importante del modelo mental de una persona, es cognitivamente muy difícil extirparlo y asimilar que es falso”.
Desacreditación previa
Hay tanta información falsa dando vueltas que no es factible reaccionar ante cada nueva mentira que aparece.
La desacreditación o refutación de una mentira no alcanzan por sí solas para combatir la información errónea: también es importante la “desacreditación previa”, lo que esencialmente significa preparar nuestro cerebro para reconocer la información falsa antes de toparnos con ella. Así como las vacunas preparan el sistema inmunitario para luchar contra un invasor externo, la desacreditación previa puede inocular y fortalecer nuestro sistema inmunitario psicológico contra la desinformación viral.
En un estudio de este año, Lewandowsky y sus colegas realizaron siete experimentos en casi 30.000 personas, a las que les mostraron cinco videos cortos sobre técnicas comunes de manipulación: incoherencias, falsas dicotomías, chivos expiatorios, ataques ad hominem y lenguaje de manipulación emocional. Antes de presentar una “microdosis” de información falsa, cada video les advertía a los participantes sobre el inminente ataque de desinformación y técnicas de manipulación.
Y el experimento reveló que ver esos videos podría ayudarnos a descreer de las falsedades en el futuro.
Otra forma de protegerse es simplemente prestar atención para ver si lo que nos muestran es exacto. Cuando las personas navegan en sus redes sociales, no siempre están atentas a la veracidad de lo que ven.
“De la desinformación no se salva nadie. Yo misma me he creído muchas historias falsas, por más que sea justamente mi campo profesional de estudio”, concluye.