Hace al menos 4 años descubrí el veganismo. Había tardado mucho tiempo en hacerme vegetariana, a pesar de todas las veces que el tema me había despertado interés. Era defensora del vegetarianismo pero no lo ejercía. Después de intercambiar ideas con varias personas que sí lo hacían, preguntarles por qué y escuchar sus visiones, tomé la decisión y así fue que empezó una serie de descubrimientos sobre el funcionamiento, principalmente, de la industria ganadera, y de sobre cómo alimentar a una población en constante crecimiento tiene consecuencias para la especie humana, para los animales y también para nuestro planeta. A los meses vi un documental, Cowspiracy, sobre cómo la industria que produce carne, pescado y lácteos tiene un impacto directo y tangible en el medioambiente. Contribuye con un alto porcentaje de gases de efecto invernadero, destruye hábitats naturales y bosques, y genera sufrimiento a miles de especies salvajes. En medio de esa destrucción natural, la industria es responsable de incendios forestales para el desarrollo de tierras agrícolas, lo cual implica el desplazamiento de comunidades indígenas que protegen y contribuyen a la preservación de la naturaleza. La producción de lo que culturalmente se consume como alimento requiere de procesos que nos afectan directa e indirectamente, no sólo a nosotros, sino a todos los seres sintientes con quienes compartimos el planeta.
Demandar una transformación en el modelo de producción alimenticia para salvar la vida de millones de animales es también una cuestión de justicia social, ya que sabemos que la producción animal industrial es derrochadora, y no transforma de forma eficaz el alimento que podríamos obtener de las tierras cultivables directamente, sin utilizar a los animales como intermediarios. Por ejemplo: se necesitan 13 kilos de cereal por cada kilo de carne de vaca deshuesada producida.
Estamos acostumbrados a creer que una alimentación sin carne ni lácteos es poco saludable. Sin embargo, existen varios estudios que prueban lo contrario. Por cada 100 gramos de carne roja o procesada que las personas consumen por día, se descubrió que el riesgo de enfermedad cardíaca aumenta en un 19 por ciento. Las alimentaciones basadas en plantas, sin embargo, están asociadas con un menor riesgo de enfermedades del corazón, así como de diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer.
Además, más del 66 por ciento de los antibióticos se usan en animales de granja, no en humanos. Cuando los usamos en exceso, permitimos que surjan superbacterias resistentes a los antibióticos. En 2019, más de 1,2 millones de personas murieron por infecciones resistentes a los antibióticos, y este motivo contribuyó a la muerte de millones más. La razón por la que se utilizan tantos antibióticos es por las pésimas condiciones en las que mantienen a los animales de granja.
Cómo elegimos alimentarnos, siempre y cuando tengamos la posibilidad, tiene un enorme impacto en el mundo que nos rodea. Cuando nos damos cuenta de la conexión entre todas las especies, podemos ver la profunda diferencia que marcamos eligiendo sistemas de producción de alimentos de origen vegetal. Esa elección significa que no se maten vacas, que se utilice menos tierra, que exista más alimento disponible para las personas, que no se desperdicie comida, que no se talen bosques, que no se extinga la vida silvestre, que no se contaminen los ríos, que no surjan superbacterias resistentes a los antibióticos, que nadie sufra afecciones respiratorias por la contaminación del aire, y que nos mantengamos sanos.
El veganismo comienza entonces siendo un acto político en favor de la protección de los animales explotados en granjas, separados de sus crías, criados por millones, y termina simbolizando la lucha contra las múltiples injusticias generadas por el negocio agropecuario.