Desde temprano se vislumbraba un día muy complicado. El lunes había terminado envuelto en rumores e incertidumbre y no había indicios de mejora. El martes Sergio Massa llegó temprano al quinto piso del Palacio de Hacienda y se reunió con sus funcionarios más cercanos para hacer una arenga motivacional en medio del tembladeral. Cuando arrancó la ronda de operaciones financieras los peores pronósticos quedaron reflejados en las pizarras de la cotización del blue que enfilaba directo a los $500, acompañado por los dólares financieros. El Gobierno no daba ninguna señal, a pesar de que para entonces ya llevaban siete rondas seguidas de escalada sin reacción oficial. La estructura del poder volvió a sacudirse, tal como había ocurrido en julio del año pasado, cuando la renuncia de Martín Guzmán derivó en un descalabro que pareció terminal. Los funcionarios cruzaban llamadas infructuosas en busca de respuestas.
Se activaron mecanismos de consulta para intercambiar información sobre posibles focos de reacción social en el conurbano, que nunca ocurrieron. Solo se reportaron faltantes de productos en las góndolas y listas sin precios. En el kirchnerismo también había desconcierto porque Cristina se replegó con su círculo íntimo sin bajar una señal. Gremialistas y dirigentes sociales transitaron los teléfonos para generar una malla de contención. “Por unas horas me hizo recordar a la previa del estallido del 2001. Hubo mucha preocupación, sobre todo por el silencio interno, nadie estaba ofreciendo una explicación”, repasa un operador entrenado del kirchnerismo. Otra excursión al precipicio al que la Argentina se asoma cada vez con mayor frecuencia. El deja vu interminable. El peor día para el Gobierno desde que Massa se hizo cargo de la economía.
En el Palacio de Hacienda aseguran que la semana empezó a cambiar de rumbo cuando el ministro le ordenó a Leonardo Madcur hablar con Luis Cubeddu del FMI para informarle que intervendrían en el mercado con reservas, pese a la restricción que había. “Deciles que se cayó la cláusula. Y si joden, contales que el principal accionista del Fondo también hizo lo mismo cuando la FED salió al rescate de los bancos quebrados hace un mes y medio”. Supuestamente esa fue la frase de Massa a su funcionario. Si fuera así, hay una pregunta que surge naturalmente: ¿por qué no se hizo antes de que el dólar subiera tanto? “Porque (Miguel) Pesce se demoró en intervenir, no tiene el ritmo que hoy demanda el mercado”, sostienen en Economía. Sin embargo, hay otra versión menos épica, que manejan en el kirchnerismo: recién pudieron anunciar la intervención el martes porque no tenían la venia del FMI. “Estuvieron todo el fin de semana y el lunes esperando, hasta que llegó un aval implícito de Washington. El Fondo no va a decir que está de acuerdo, pero al emitir el comunicado diciendo que se trabaja en una renegociación está diciendo que no va a salir a desautorizar al Gobierno”, comentó una fuente que vivió el clima de zozobra de esos días.
Al cerrar la semana en Economía había calma, pero no efervescencia por haber frenado la corrida cambiaria. Todavía hay una sensación de fragilidad porque más allá de algunas medidas puntuales (como la activación del swap con China y la posibilidad de algunos créditos de bajo monto de organismos internacionales), todo depende de la renegociación con el FMI. El cronograma que prevén es que Gabriel Rubinstein y Madcur viajen el jueves a Washington, y que Massa desembarque la semana siguiente. “En tres semanas lo cerramos”, aseguró el ministro a los suyos. Algunos economistas que estuvieron en contacto con técnicos del organismo de crédito admiten que no se puede descartar que se habilite un adelantamiento de los desembolsos en un plazo relativamente corto de tiempo, aunque no serían por los 10.000 millones de dólares que pretende el Gobierno. El Fondo busca acompañarlo al menos hasta las PASO de agosto, para no quedar como corresponsable de una debacle con impacto electoral. A cambio es probable que requiera un menor déficit (que se neutralizaría con la inflación) y un ajuste cambiario que oscila entre el desdoblamiento y la devaluación, una opción que Cristina Kirchner rechaza de plano.
Estas medidas que se avecinan y el temor a generar más turbulencias en el mercado son las razones que mantuvieron a Pesce en su cargo. “Nosotros creíamos que ya estaba afuera”, admitió un funcionario kirchnerista. El lunes fue citado por Alberto Fernández a la Casa Rosada. Allí hubo una charla dura de 19 minutos de la que también participó Massa en forma telefónica. Al titular del BCRA le achacan lentitud ante la escalada dólar y haberse quedado corto con la suba de la tasa de interés (que esta semana debió actualizar). Al final se acordó que continuara en su cargo, pero con la mesa de dinero intervenida por el ministro a través de Lisandro Cleri. En el clima de sospechas reinante, algunos miraron con suspicacia el pedido de indagatoria de la Justicia contra Pesce, Guzmán y Mercedes Marcó del Pont, tres abonados a las críticas de Massa, por supuesta sobrefacturación en la compra de aviones, una causa que se reactivó súbitamente esta semana.
El acuerdo para retrotraer precios que anunció el ministro en su reunión con la CGT y los movimientos sociales todavía no tomó cuerpo. En Hacienda aclaran que no habrá una gran convocatoria, sino que se instrumentará a través de una serie de encuentros por sector. La charla en Economía fue impulsada por los gremialistas, que también se asustaron ante el riesgo de un desborde. Massa representa para ellos no solo el único sostén de la gestión sino también la única expectativa electoral, aunque no todos estén convencidos. Sin embargo, después del encuentro volvieron algunos resquemores porque se difundió que en la convocatoria también se hablaría de contener demandas salariales, una idea que rechazan los sindicalistas. Estas diferencias hicieron que se pusiera en duda la participación de Massa en el acto del martes por el Día del Trabajador, al que fue especialmente invitado. Se irá a Brasil con el Presidente.
En definitiva, en los últimos diez días se produjo una transición económica brusca entre el esquema de parches circunstanciales con los que Massa aspiraba a llegar al final del mandato, que rigió desde que asumió en agosto pasado hasta mediados de este mes, y la nueva fase que se inició tras la difusión del 7,7% de inflación de marzo y la posterior corrida cambiaria, marcada por un hipercoyunturalismo de medidas urgentes para evitar el derrumbe. De una visión de mes a mes, se pasó a una evaluación día por día sin otra lógica que la de evitar el desastre. Lo único que puede aportar algo de estabilidad es una promesa de ayuda del Fondo o una nueva flexibilización de las condiciones del dólar agro que estimule a los productores a liquidar. El resto son artificios.
Triste, solitario y final
Hubo otra áspera transición en la semana que termina, además de la económica. Fue el proceso de definitivo vaciamiento de la figura del presidente Alberto Fernández, apenas días después de haber anunciado que no iría por la reelección. No sorprende que haya ocurrido porque ya venía con un poder muy menguado; en todo caso asombró la rapidez y la virulencia con que quedó expuesto. Massa, que terminó de convencerlo de la necesidad de su renunciamiento para evitar más ruidos políticos en la economía, lo corrió del centro de la escena sin sutilezas. La relación entre el Presidente y el ministro está en su peor momento. Allí anida un riesgo latente en este contexto de volatilidad. Una persona que estuvo en Olivos esta semana escuchó duros cuestionamientos de Fernández hacia el funcionario. Está herido, y eso es un problema.
El acto del viernes con los gobernadores simbolizó lo que pasó a lo largo de toda la semana. Allí iba a estar Massa con los mandatarios provinciales en otra demostración de centralidad. No se preveía la participación del Presidente en el CCK, pero en la noche del jueves llegó un pedido de invitación desde la Casa Rosada. Lo aceptaron, pero se lo hicieron notar. La incomodidad de Fernández parado sin hacer nada mientras Massa y los gobernadores firmaban un acuerdo hídrico fue una postal brutal de la nueva escenografía del poder. Después el ministro habló como un candidato en funciones de gobierno. El Presidente, a su turno, olvidó que estaba el gobernador de Misiones en el acto, admitió no haber sabido nunca el nombre de su exvicejefe de Gabinete Jorge Neme y dejó una frase de antología: “Algunos me informan que voy a pasar el invierno más frío en muchas décadas”. Quiso ser una referencia al cambio climático; sonó a premonición.
Mientras Massa lo limaba por un lado, Cristina lo ignoraba por el otro, en el acto que encabezó el jueves en La Plata. Es más, le enrostraba su debilidad al invitar a Victoria Tolosa Paz y Pepe Albistur, sus amigos. “Fue como el acta de defunción del albertismo”, dicen en La Cámpora, que a través de Máximo Kirchner estuvo a cargo de las invitaciones (Juan Manuel Olmos, el mayor gambeteador del oficialismo, también fue invitado, pero dijo que se demoró en una reunión en la Casa Rosada). Como ocurre con los actos de la vicepresidenta, hay que recurrir a especialistas para interpretar las gestualidades políticas, los guiños y las señales. Es un arte.
Primer dato: el acto fue precedido por una campaña en redes lanzada desde el Instituto Patria en donde aparecían algunos referentes (Carlos Bianco, Mayra Mendoza) diciendo: “Las lapiceras del pueblo escriben un nombre: Cristina”. Algunos creyeron que era parte del operativo clamor para que fuera candidata. En realidad apuntó a demostrar que es ella quien tiene la lapicera para definir candidaturas y listas. Nada de primarias como quiere Fernández; decide ella.
Segundo dato: apoyó la gestión de Massa, pero no tanto como esperaban en La Cámpora. Según los códigos internos eso quiere decir que, si bien el ministro sigue siendo la principal apuesta electoral de la vicepresidenta, el respaldo está más condicionado que antes por el agravamiento económico. “Se pasó de un apoyo incondicional a otro condicional. Cristina tiene devoción por los propios, y condicionalidad con los aliados. Sergio es aliado”, tradujo un intérprete camporista.
Tercer dato: al elegir a Milei como blanco principal, Cristina definió una nueva estrategia de polarización política, que es acompañada por algún tipo de asistencia económica, según admiten fuentes del propio oficialismo (que también invitan a seguir la relación afectiva que mantienen Karina Milei, hermana del diputado, y Guillermo Scarcella, un oscuro recaudador del sciolismo. En este sentido la idea sería plantear un enfrentamiento directo con el libertario que beneficie al FdT y licúe a JxC. Pero también entraña otra mirada más perversa: que en un escenario de derrota es mejor que sea Milei quien llegue al poder, porque creen que en pocos meses estaría en severos problemas para gobernar y eso adelantaría los tiempos del regreso.
Cuarto dato: Cristina estuvo en el escenario con figuras desconocidas para el gran público, en un intento por mostrar algo de renovación (Cristian Girard, Victoria García, Rodrigo “Rodra” Rodríguez, entre otros). Es parte de la crisis interna de la que supo ser la juventud kirchnerista. Hoy Máximo y Andrés Larroque están en construcciones distintas, Wado de Pedro sigue en campaña y Kicillof recibe periódicamente mensajes subliminales del Kirchner hijo. En el campamento K, todavía nadie descarta un pedido in extremis para que el gobernador sea el postulante presidencial, si lo de Massa no prospera. Desde hace tiempo Cristina da por perdida la elección, pero lo que no está dispuesta a resignar es el control del peronismo. En las conversaciones del Frente de Todos se habla como escenario posible de la “peor derrota histórica del PJ”, lo que significaría sacar menos de 30 puntos, resignar la provincia de Buenos Aires y tener minorías parlamentarias. Si esto ocurre, sería el final del kirchnerismo, que en los últimos 20 años perdió elecciones pero nunca la hegemonía interna, razón por la cual jamás prosperó un proyecto alternativo.
El temor del PRO
Así como el oficialismo quedó conmocionado por la crisis económica, la principal fuerza opositora, el PRO, quedó sacudida por los datos de encuestas que le marcan el deterioro que les provocaron las peleas internas y por el crecimiento sostenido de Milei. Eso explica la esforzada foto de unidad del viernes; temor más que convicción. La percepción de que mientras el país se desplomaba ellos estaban enfrascados en la irresolución actuó como un contraste muy fuerte. Y eso fue aprovechado por el líder libertario.
Alejandro Catterberg, director de Poliarquía, hace una advertencia muy clara: “Hemos observado tres distintos escenarios. El primero en el que las dos principales coaliciones resisten la ola de desencanto, con un Milei de 20 puntos, un panorama que se dio entre agosto y diciembre del año pasado. El segundo, un triple empate, que rigió en los primeros meses de este año a partir de las consecuencias económicas de la sequía y el internismo de JxC. Y el tercero, una derrota histórica del FDT, donde saca el 25% y el ballotage es entre JxC y Milei. Muchos aún creían que estábamos en el escenario 1, cuando estábamos en el 2, y ahora estamos transitando hacia el 3. Las posibilidades de Milei son reales porque genera entusiasmo, fija agenda y se aprovecha de un clima social que tiene semejanzas con la previa al estallido de 2001″. Hay quienes piensan que el líder libertario va a tener problemas para transformar apoyos en votos por su falta de estructura nacional y de fiscalización, pero en todo caso su crecimiento alcanzó para sacudir al PRO.
En la reunión de anteayer en la casa de Jorge Triaca ninguno de los líderes de PRO mostró las garras y todos evitaron el clima de guerra. Eso hizo que algunos dieran crédito a la versión de que Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta se habían reunido en secreto unos días antes para limar asperezas, un rumor que los protagonistas se encargaron de desmentir. Pese a ello, los protagonistas admiten que la tensión se percibía en el aire. Era como moverse entre negociadores de un armisticio. Algo se quebró internamente, hoy los líderes del PRO son como extraños conocidos. La foto fue el mayor logro del encuentro, pero no pudieron avanzar en soluciones a los problemas de la estrategia electoral. Les preocupa que Kicillof desdoble las generales o haga elecciones concurrentes en la Provincia, porque eso alteraría el escenario. Tampoco le encuentran salida al laberinto porteño, donde Jorge Macri refuerza sus ambiciones, Larreta apuntala a Fernán Quirós (esta semana Soledad Acuña anunciará que se baja de su candidatura y quedaría para ser una eventual vice de él) y María Eugenia Vidal mantiene la ambigüedad (se bajaría esta semana de la carrera presidencial) .
Las dos principales coaliciones, el FdT y JxC, operan hoy en forma disfuncionalidad. Se percibe el desgaste de los liderazgos y las limitaciones para reemplazarlos por una dinámica orgánica de toma de decisiones. Requieren reformulaciones para las que no parecen estar dispuestos, y así se enfrentan a un riesgo importante: perder sentido como instrumento de representación social. Claro, hay una diferencia importante: el oficialismo enfrenta un horizonte de derrota y JxC tiene altas chances de llegar al poder. Pero detrás de eso hay un sistema político que está crujiendo.