La educación en Argentina está en crisis. Muchos chicos que viven en la pobreza van a la escuela pero no aprenden. Uno de los motivos por lo que ocurre esto es que los establecimientos no dan abasto a cubrir la demanda. Así lo reflejan distintos estudios.
Según un informe de la fundación Cartoneros y sus Chicos, el 50% de los niños y niñas hijos de cartoneros de 6 a 18 años no sabe leer ni escribir, lo que pone de manifiesto la progresiva desigualdad en el acceso al aprendizaje general.
El estudio, realizado durante 2021, refleja que la situación empeoró con la pandemia, cuando los chicos se quedaron sin escuela por más de un año.
En paralelo, un estudio de la Universidad Torcuato Di Tella, afirma que el abandono escolar llegó a quintuplicarse durante 2020 y perjudicó con mayor énfasis al 62% de los chicos que viven en situación de pobreza.
“La crisis educativa y social en Argentina afecta a distintos sectores de nuestra sociedad que cuentan con mayores o menores recursos y que trabajan día a día por lograr una mejora. La pandemia no sólo no favorece esto, sino que redobló la apuesta y el desafío se hizo aún mayor. Desde Cartoneros y sus Chicos no solo buscamos brindar un acompañamiento en distintas áreas educativas sino que también trabajamos como un generador de integración y contención para cientos de niños y jóvenes que hoy necesitan de más oportunidades”, dice Pablo Kavulakian, presidente de la fundación.
Kavulakian reflexiona sobre las condiciones que tienen estos chicos para estudiar. «Durante la pandemia tuvimos que darles tablets para que puedan seguir aprendiendo. Pero viven en casas con conexión a internet mala y además el aparato lo usa toda la familia. También los chicos no tienen espacio para seguir estudiando en sus casas y, a veces, sus padres no los pueden ayudar con la tarea porque tampoco tienen mucha formación».
Aclaró que la tarea de la fundación es reforzar lo que los chicos ven en la escuela pública. «Tenemos dos turnos, mañana y tarde, y recibimos por tres horas a los niños después o antes de ir a la escuela». Cuenta que el problema que ven es que no aprenden en el aula. «Los chicos pasan de grado sin saber leer y escribir. Y eso es muy grave», comenta.
La fundación trabaja junto a la cooperativa Madre Selva, con la que este año están realizando una nuevo relevamiento para saber cuántos chicos saben leer y escribir. «La idea es evaluar a 600 familias en tres niveles. El uno es el grupo de los chicos que no saben leer. Por ahora llevamos relevadas 180 familias y encontramos que el 60% de los chicos que tenían 3 años en la pandemia y ahora tienen 6 no saben leer y escribir».
El aprendizaje
Diego Guilisasti, docente y director de la escuela de la fundación, explica cómo es el método de estudio. Comenta que están con los alumnos tres horas y media. Durante ese tiempo, aprenden y refuerzan los conocimientos que ven en las escuelas. La técnica es una enseñanza de uno a uno, personalizada. «Nosotros nos enfocamos a que cada uno tiene una dificultad distinta y vamos trabajando individualmente. Eso mejora muchísimo el desarrollo educativo de los chicos», agrega Diego.
Cuenta que durante el año hacen tres evaluaciones. Al principio, para saber en qué nivel está el chico. A mitad de año, otra que les dice cómo va evolucionando. Y, al final, donde ven los resultados de todo el trabajo del año.
Entre el primer y el último examen, el 96% de los chicos mejoraron su nivel educativo. La mejoría promedio en el año en Lengua fue del 24%, en Matemática del 19%, en Naturales del 22% y en Sociales del 18%. Si bien el equipo está orgulloso de este avance, preocupa mucho el bajo nivel general. Aumentar el nivel se volvió uno de sus objetivos primordiales del 2022.
«Este método nos permite trabajar por proyectos. Y los más grandes les enseñan a los más chicos», añade Guilisasti.
Daño a la autoestima
No saber leer ni escribir daña la autoestima de los chicos y sienten mucha vergüenza. «En la escuela se vuelven maestros del escondite. Los docentes no se dan cuentan. Copian todo lo que les enseñan pero no entienden lo que están copiando. Entonces, pasan de grado sin aprender a leer o escribir. Porque copian las letras y números como si fueran dibujos. En un dictado te das cuenta de que no saben«, dice Guilisasti.
Y agrega: «Tenemos chicos de quinto y sexto grado que no saben leer y escribir. Un chico con esta falencia, en el segundo año abandonó la escuela. Cada vez veo más y hasta de 17 años. Ciertamente no está alcanzando la escuela, no está funcionando. Es un contexto muy complejo, quizás empieza a aprender en la escuela pero en la casa no hay nadie que los ayude, porque los padres también son analfabetos».
Diego apunta que «no hay estadísticas actuales que te digan cuánto chicos hay que no saben leer y escribir». Y remarca esto como un problema grave en la educación en Argentina. También señala que hay muchos chicos en edad avanzada de la primaria que no saben los números y que no pueden restar ni sumar.
El compromiso de las familias
En la fundación se ve a los chicos disfrutando de su educación. Y eso es algo que las familias de ellos apoyan incondicionalmente. Saben que la educación es el futuro de sus hijos. La hija de Claudia, de 7 años, es una de las alumnas de la fundación. Y comenta que la nena aprendió a leer ahí este año. «Durante los dos años de pandemia, ella no fue al jardín. Y empezó directamente acá. Ahora está contenta porque sabe leer y escribir».
Erica, mamá de Valentin, de 8, cuenta que fue muy díficil para su hijo aprender. Que no sabía ni escribir su nombre. Que le gusta ir al apoyo escolar pero no tanto a la escuela. «Antes iba a un colegio privado, pero no aprendió nada, y lo pasé a la escuela pública. Ahí empezó a mejorar un poco. Ahora está avanzando rápido y está entusiasmado. Le sube la autoestima». Dice que durante la pandemia fue muy difícil, ya que ellos no tenían wi-fi para seguir conectados. «Se nos complicó mucho poder conectarnos para que él pudiera seguir avanzando. Esos fueron años donde no avanzó nada».
La fuerza de voluntad
La historia de Miriam es un ejemplo de lo que les ocurre a muchas otras mujeres. Ella tiene varios hijos, cuatro menores. Es mamá sola y está decidida a que sus hijos se eduquen para que tengan un futuro mejor. Paralelamente, está cursando una enfermedad y no quiere que sus hijos se enteren. Hace un esfuerzo descomunal para que tengan una infancia feliz, y que puedan disfrutar de su educación.
Uno de sus hijos empezó el secundario en medio de la pandemia. «Como yo soy de riesgo, no salimos de casa y él tuvo que seguir por internet. Fue muy díficil para él adaptarse. Ahí atrasó bastante su educación. Cuando él estaba ya en segundo año, me dijo que no quería pasar a tercero. Porque no conocía a ningún profesor. Sentía que no estaba preparado. Había cosas que no entendía y le daba vergüenza ir a la escuela. Tenía miedo que lo cargaran. Y prefirió repetir de año«.
Miriam asegura que es lo mejor que pudo hacer. «Ahora está mucho mejor. Se relaciona con sus compañeros y le va muy bien. A veces es mejor que repitan y aprendan bien, a que pasen de año sin entender».