Categorías
Noticias Política

A 70 años de su “pase a la inmortalidad”: qué dice “Mi mensaje”, el libro casi desconocido de Evita

Es sabido, aunque poco recordado, que el cadáver de Evita fue secuestrado, ultrajado y desaparecido durante 16 años, en una siniestra saga que involucró a altos oficiales del Ejército Argentino, a la orden religiosa de los paulinos y al propio Papa Pío XII, como engranajes de una operación secreta que comenzó a develarse en 1970, cuando el ex dictador Pedro Aramburu admitió que los restos se encontraban enterrados en Milán, último y fallido recurso para evitar ser ejecutado por Montoneros en Timote.

Tal vez se conozca menos, pero durante el tiempo que el cadáver de Evita estuvo sepultado en Italia, una sábana lo recubrió cual sudario cristiano. Hace poco, ese lienzo fue comprado por un desconocido en una subasta londinense, después de una serie de peripecias que lo llevaron del acervo sucesorio de Perón hasta la sede del Partido Comunista de la Argentina, en avenida Entre Ríos, lugar al que acudió el albacea de Isabel, Mario Rotundo, a mediados de los ’90 para depositar “el santo sudario de Evita” durante algunos años en custodia -tal como consigna la maestra de periodistas Stella Calloni en su libro “Mujeres de fuego”- para que el gobierno menemista no lo robara.

Si hay una inmortalidad agitada, sin duda el trágico privilegio le corresponde a Eva Perón. Morir a la edad de Cristo no concluyó el rodaje de su vida intensa. Si alguien vive a través de la memoria de los demás, siete décadas después de su partida física, podría decirse que Eva no tiene paz. Las movidas políticas, artísticas y hasta comerciales siempre la invocan en condicional del indicativo. Nunca fue. Siempre “sería” tal cosa o la otra. Montonera o serie de Natalia Oreiro. Pero nunca deja de ser algo; eso que promete la muerte a los que abandonan este mundo, a ella no le tocó en suerte. Ni por asomo.

La literatura la consagró “santa Evita” gracias a Tomás Eloy Martínez mucho antes de que el Consejo Directivo de la CGT le llevara la idea de canonizarla al Papa Francisco. Andrew Lloyd Webber y Tim Rice convirtieron su vida en una ópera rock que mezcló genialidad y blasfemia en partes iguales, globalizando su figura. El movimiento social mayoritario en la Argentina se identifica con su nombre y con el rostro de “la abanderada de los humildes” en sus estandartes. Su imagen en el Ministerio de Salud gobierna la 9 de Julio, hacia el sur pobre como hada milagrosa y hacia el norte opulento con su puño crispado.

Es probable, sin embargo, que la mayoría ignore el contenido de su obra póstuma. Un libro de 69 páginas, dividido en 30 capítulos breves, que la editorial Punto de Encuentro acaba de reeditar bajo el título “Mi mensaje”, como parte de su colección Cabecita Negra. Un texto cuyo original estuvo “desaparecido” desde 1955 hasta 1987, cuando la familia de Jorge Garrido, ex escribano de la Casa de Gobierno durante el segundo gobierno peronista, lo puso a subasta. Su irrupción en la escena produjo un pleito judicial sobre su autenticidad, que recién se resolvió favorablemente en 2008, hace apenas 14 años.

Se distingue en el libro una evolución política desde “La razón de mi vida”. Siguen los halagos a Perón, pero aflora en su segunda obra un pensamiento autónomo claramente antimilitarista y anticlerical, aunque cristiano. Escribió Eva para presentar “Mi mensaje”: “En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi corazón. Quizás porque en «La Razón de mi Vida» no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas que debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite. No. Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para todos, como una palabra definitiva”

Conmueve el capítulo 6, dedicado a “Los fanáticos”, donde reivindica el jacobinismo que tanto desesperó a los que festejaron su cáncer cruel y definitivo: “Solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los héroes y los santos. Me gustan los mártires, cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo (…) El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón. Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Nosotros sí”.

“Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo. Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia. Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: «¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino que arda!» Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?”, continúa.

Es necesario resaltar que Evita defiende el “fanatismo” como contracara de la indiferencia y la mediocridad. Podría haber dicho “pasión” y se hubiera comprendido igual su mensaje. La palabra “fanático” no tenía la carga negativa que hoy se le atribuye cuando va asociada a la palabra “política”. Evita estaba convencida de estar haciendo una revolución social. Produjo entonces un texto de agitación y propaganda destinado a que más y más gente abrazara su causa o la comprendiera, al menos.

Pero no se propuso una política de violencia o terror hacia sus enemigos, como sí lo harían ellos con todo lo que oliera a peronismo unos años más tarde. Ni Evita ni Perón bombardearon la Plaza de Mayo para asesinar a 400 argentinos, cosa que sí hicieron sus detractores, además de profanar sus cadáveres, manifestación de un odio irracional, capaz de ultrajar incluso lo más sagrado, que perdura hasta hoy.

En el capítulo 10 de “Mi mensaje” arremete contra los gobiernos cobardes: “Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. Yo los he conocido también de cerca. Frente a los imperialismos no sentí otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi desprecio. Muchas veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. ‘No podemos hacer nada’, decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira…! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. ‘No podemos hacer nada’ es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias”.

Para algunos, este libro es el eslabón perdido de la historia del peronismo. Oculto durante décadas, parece escrito para apoyar el Cooke en sus argumentaciones revolucionarias, pero las pruebas son concluyentes: fue escrito mucho antes de los cruces epistolares entre el “Bebe” y el General exiliado. Dio fe, incluso, el legendario Antonio Cafiero, citado como testigo en el expediente, donde el mítico Fermín Chávez trabajó como perito.

A 70 años de su pase a la inmortalidad, “Mi mensaje” es el legado ardiente de Evita para que el peronismo nunca pierda de vista qué cosas vino a cambiar de la Argentina, sin esos arrebatos consensuales que todo lo esterilizan.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *