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El libro póstumo de Carlitos Balá

A casi dos meses de su muerte (el 22 de septiembre, a los 97 años) la biografía de Carlitos Balá llega a las librerías. Su amigo durante 25 años, el productor Esteban Farfán, grabó conversaciones durante dos décadas y decidió homenajearlo con un texto en primera persona.

«Señoras y señores, y por qué no lactántricos», se lee en las primeras páginas, a modo de bienvenida del hombre que inventó un lenguaje. El prólogo está firmado por el actor Alfredo Casero, con tono de protesta: «Sé que los dañinos de la televisión borraron toda su obra para reutilizar casetes. Eso le hicieron a Balá».

Carlitos Balá, lo mejor de mi repertorio, se llama el texto (más de 320 páginas) que editó Galerna y va desde el nacimiento de Carlitos en una carnicería hasta hitos que incluyen un capítulo a creación de Angueto, el perro invisible más famoso.

«El día que se invente la máquina del tiempo seré el primer voluntario del experimento para volver, aunque sea por un minuto, a tomar la leche con Carlitos», escribe Farfán en su introducción.En su casa en 2010. (Foto: Néstor García)En su casa en 2010

A continuación, fragmentos de algunos tramos:

Capítulo Balabasadas:

Yo creo que mi ausencia de la televisión se debió, en parte, a que durante la época de los militares seguí trabajando. Debe haber algunos que me tomaron idea, otros por una especie de esnobismo. La mayoría de los cómicos siguieron trabajando esos años. Yo no tenía contacto con militares, ni los adulaba como otras personas que siguen trabajando actualmente en televisión. Yo hacía mi trabajo de siempre. Si en alguna canción nombraba a la bandera argentina, era porque soy argentino. Una vez, una persona en un colectivo me dijo: -¿Te acordás cuando les usabas los aviones a los militares?

La gente que piensa así no me conoce, nunca habló conmigo. Yo siempre trabajé, con todos los gobiernos. Necesito trabajar como cualquier padre de familia.

En un época, la mayoría de los que venían a reportearme se hacían los simpáticos con las preguntas. Empezaban con preguntas bien, pero yo enseguida veía a qué venían. Al final me salían con la política.

Mi carrera es de más sesenta años, laburé con todos los gobiernos, como cualquier trabajador del país. Pero claro, hay gente que ve lo que quiere ver.El libro de Carlitos Balá, "Lo mejor de mi repertorio", de Esteban FarfánEl libro de Carlitos Balá, «Lo mejor de mi repertorio», de Esteban Farfán

La carpa de Balá

Me contrató Pepsi para hacer un show un domingo en el estadio mundialista de Mendoza con Raffaella Carrá. Es decir que yo abría con mi espectáculo y cerraba la noche Raffaella Carrá. Yo estaba con Oscar, mi secretario, cenando tranquilos en el hotel.

En eso viene un tal Pérez y me propone laburar en el Club San Martín, a cuarenta kilómetros de Mendoza.

-Señor Balá, yo vengo en representación de Producciones Aurelio Gaumont. Quisiéramos contar con usted para hacer un espectáculo. Ya hemos contratado a Raffaella Carrá…

-Mire, señor, yo llegué a Mendoza contratado por Pepsi. Ellos me trajeron, pagaron el viaje de mi compañía, creo que tienen la exclusividad. Salvo que me autoricen a trabajar en otro lado. Déjeme averiguarlo con el empresario que nos trajo. Si me espera un minuto, creo que el hombre está por acá.

Le pregunté al tipo. Le conté cómo era la situación.

-Balá, mientras el domingo vos estés para la función, no hay ningún problema.

-Bueno, te agradezco mucho.

Nos juntamos a hacer el contrato. Pedimos una máquina de escribir en el hotel y le dimos. Acordamos que me pagarían antes del show.

-Eh, ¿es cubierto el salón?

-Sí, sí, sí. No se suspende por mal tiempo.

-¿La función a qué hora sería?

-A las 21.

-Bueno, yo el pago lo quiero a las 19. Pero no quiero cheques.

-Ningún problema, señor Balá.

Mientras tanto, todo se escribía en el contrato: 1000 (mil) dólares que serán entregados a las 19, en efectivo, antes de la función. Hicimos todas las cláusulas firmes, ningún cheque, pago en efectivo, porque yo no los conocía a los tipos. Firmamos y nos despedimos hasta el sábado.

Sábado: eran las siete de la tarde y no aparecía nadie en el hotel. Siete y cuarto, siete y media… Raffaella Carrá iba a actuar después que yo, pero como yo no llego, tana viva, les dice a los tipos, hace su show y se raja. Vos sabés lo que era que después de la tana salga a laburar yo. Ella llevó su show, una cosa de locos. Despliegue espectacular de luces, bailarines que se mataban en el escenario.

Empieza a lloviznar. Ocho y pico llegan los tipo.

-Bueno, acá le traigo el cheque…

-¿Eh?, cheque no. En el contrato dice en efectivo. Yo soy muy derecho para laburar. Si es gratis, laburo gratis, pero si es pago y en efectivo, vos tenés que traer el pago en efectivo.

Se van los tipos muy enojados. Al rato aparece un tal Sierra.

-Balá, cómo le va. Yo soy el representante de Raffaella Carrá en Argentina. Me enteré de la situación que se ha generado por el tema de su contrato. Si usted quiere, yo le cambio el cheque, le doy el efectivo. Después me yo arreglo con el cheque.

-Usted es dueño de hacer lo que quiera.

Al final, cuando todo quedó arreglado, y eran casi las diez de la noche, salimos.

El tipo nos llevaba a los «cuetes» en un Torino marrón. De casualidad llegamos sanos y salvos. Me recibe un tal Rubio, el presidente del club.

-¿Cuál es el salón?

-No, no, no, es acá en la cancha de fútbol.

-No. Yo firmé el contrato que dice bajo techo, no se suspende por mal tiempo y está lloviznando.

-¡Eh, acá trabajó Raffaella Carrá!

-Ella puede hacer lo que quiera. Yo también.

-Pero ¿quién le dijo esa barbaridad?

-El señor Pérez.

-Yo no conozco ningún Pérez.

Se mandaban al frente el uno al otro, y el señor Rubio se quería lavar las manos. Bueno al final que sí que no, yo me había llevado la compañía en un micro. Quince personas. No las podía dejar en banda. Y la cancha estaba repleta de gente. Ya eran como las diez y media de la noche. Había familias con chicos chiquitos, lloviznando. ¡Un frío! Yo con anorak y botas, del frío que hacía. 

Salgo al escenario con «Aquí llegó Balá». Yo acostumbrado en esa época al cariño de la gente, al aplauso, a que me griten con alegría. Tres aplausos. Me quise morir. Cuando termina el tema me dirijo a la platea.

-Yo sé por qué están así. Porque yo llegué tarde, me atrasé. Y yo les voy a explicar por qué me atrasé. Porque a mí no se me respetó un contrato que hicimos así y así… quedamos en que llegaría el dinero en efectivo a las 19 y los empresarios llegaron a las 20.15 con un cheque.

Yo estuve un poco mal en la forma de expresarme pero es que tenía una bronca… Se empezaron a escuchar silbidos y abucheos. Estaban todos los de la comisión del club. Y los tipos se la agarraron conmigo.

-¡Chantún! —me gritó uno.

-No te escondas en la sombra, ¿por qué no venís a decírmelo aquí arriba?

Entonces sube un señor al escenario.

-Mire, Balá, yo soy el comisario Fulano de Tal. Por favor, le recomiendo que baje de acá. Le pueden tirar algo, a ver si le sacan un ojo. Deje, venga conmigo.

Yo con una bronca infernal, antes de irme agarro el micrófono de nuevo.

Yo no me ensucio por mil pesos. Ese dinero que me correspondía voy a donarlo al Hospital de Niños de acá de San Martín.

Y salta un jetón.

-¡Acá no tenemos Hospital de Niños! 

-Pero imagino que tendrán un hospital. ¡¿Hay algún representante del hospital de acá?!

-Bueno, por favor le pido que me acompañe que yo quiero hacerle entrega de los mil pesos.

Entonces viene el presidente del club, Rubio, que tenía una juguetería al por mayor.

—¡Usted no puede donar una cosa que no se ganó!

Saqué el contrato.

-No me la gané porque ustedes no me dejaron. No cumplieron el contrato que tengo acá firmado.

Ellos tenían abogados, escribanos, la policía, todo a favor. Comían todos juntos. Yo me sentí de otro país. La puta, estoy en Brasil, estoy en Chile, pensaba. No, era mi país. El mal momento que me hicieron pasar con la gente. Qué impotencia.

Tuvimos que ir desde San Martín a Mendoza ciudad, donde estaba el hotel, y con una máquina de escribir hice mi declaración que donaba todo el dinero al hospital y entregué los mil pesos a las autoridades. Tiempo después me contaron que al hospital nunca llegaron.

A los dos meses leo en La Razón: «Fueron detenidos y encarcelados los integrantes del grupo Greco», entre ellos figuraba este tal Rubio. Todo el pueblo supo la verdad. Dios los castigó.

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