Fabiana Ocaranza evoca como si hubiese sido hoy aquella mañana en que se levantó de la silla y abandonó una cátedra de abogacía. Recuerda el peso de la frustración en el cuerpo y en el alma: sentir que lo suyo no era el derecho ni tampoco la química, donde ya había alcanzado una tecnicatura. En octubre de 2000, luego de algunos capítulos a prueba y error en su vida, abrió un emprendimiento en Mar del Plata: lo bautizó “Milagros del Cielo” y, 22 años después, ganó el primer Mundial del Alfajor.
“Ya había aprobado 10 materias de derecho, pero sentí que no era lo mío y que no sabía bien por qué estaba sentada ahí”. Nacida en la Ciudad de Buenos Aires y criada en La Feliz, la mujer ya había trabajado anteriormente en el sector de análisis químico de una empresa líder en alimentos: “Mi jefe, Mario, era un profesor que había tenido en la Escuela Técnica N°1. Y él me decía que eso tampoco era lo mío”.
Con los años, Fabiana fue madurando una idea: producir un alfajor que, además de ser artesanal, tuviera una fuerte impronta personal. Su anhelo era llevar a otro nivel a uno de los clásicos de la pastelería argentina. “Fueron 22 años de sembrar, de jornadas de entre 12 y 14 horas. A mí me gusta decir que trabajamos en lo que no se ve para lograr lo que se ve”, dice.
Lo que vieron (y probaron) los jurados en la definición del primer Mundial del Alfajor fue un producto que destacó entre 350 aspirantes. El alfajor de mousse de chocolate al licor, de singular sabor, imponente cantidad de relleno y sin dulce de leche, resultó ganador entre todos los finalistas. Ya había sido condecorado con la medalla de oro en la categoría “Mejor Sabor Exótico”, para la cual también la emprendedora candidateó uno elaborado a base de crema de avellanas y cacao.
“La postulación del alfajor de mousse de licor fue una elección de la gente, en realidad. En el local, para convidarles a los clientes, siempre corté ese”, menciona Fabiana. “Charlando con clientas -continúa-, un día una me dice: ‘¿Viste que en Buenos Aires está el Mundial del Alfajor? ¿Por qué no te presentás?’. Le hice caso, aunque yo lo veía como un juego”.
Desde el 8 de agosto, cuando “Milagros del Cielo” conquistó a los jurados, la vida de Fabiana Ocaranza cambió para siempre. “Ese mismo día, a la noche, ya no teníamos más alfajores”, revela. “Recibí 3000 mensajes en el teléfono -sigue-, y en su gran mayoría eran clientes que me decían ‘hace más de 20 años que como el mejor alfajor del mundo’. Di más de 100 notas. Me llamaron de Entre Ríos, Córdoba, Ushuaia, Santa Fe, Misiones. Imaginate que todo esto me desbordó. Me acuerdo y se me pone la piel de gallina”.
“Hasta hace poco rellenábamos los alfajores con una manga”
El boom que experimentó su producto -paradójicamente- le genera problemas impensados hace un tiempo. En días en que la gente se agolpa en la puerta de sus dos locales de Mar del Plata (el original está en Diagonal Pueyrredón 2910, y el año pasado abrió otro en Güemes al 2754), Fabiana libra una batalla por contener la intensa demanda.
Es que los carteles con la inscripción “no hay alfajores” se hicieron parte del decorado. La emprendedora comenzó a enfrentarse con el dilema de crecer sin tener claro cómo, aunque con la premisa innegociable de no alterar el producto de sus desvelos.
“No damos abasto porque somos una pequeña empresa artesanal. Dentro de mis posibilidades tuve que cambiar un montón de cosas. Estamos intentando acelerar el proceso productivo sin tocar la esencia del producto”, cuenta.
Fabiana dice que aspira a “crecer en forma prolija, no desmedida” y habla de ir “sin prisa, pero sin pausa”. “Hasta hace poco, nosotros rellenábamos los alfajores con una manga. Hoy los clientes vienen al local y se enojan si no hay alfajores. He visto gente pelearse por ver quién se llevaba el último, y eso ya no me gusta”, relata.
Dice también que todo lo que rodea hoy a la golosina más deseada responde “a un fenómeno sociológico, más que comercial”. “Yo lo vivo así. En estos días, entre el festival de cine, un congreso de pediatría y otro de neumología, los locales volvieron a explotar. Me tiene anonadada todo lo que está pasando”, reconoce.
El mejor alfajor del mundo pesa entre 90 y 100 gramos y, según su creadora, el secreto es el equilibrio en su estructura y sabores. “Es un producto delicado. Tiene mucho relleno, pero no empalaga. Está en armonía con las tapitas, bañadas en un chocolate riquísimo”, define Fabiana.
Para ella, no se trata solo de un alfajor. “Tiene vivencias y hay mucha parte humana. Es un medio de comunicación, hemos logrado conectar con la gente”, se enorgullece. Esa conexión es, justamente, el detalle que Fabiana Ocaranza quiere mantener a salvo.
“Prefiero que vayan al local y no encuentren el alfajor antes que alterar el producto”, subraya. En su órbita, para el año que viene, está el deseo de abrir un local en la Ciudad de Buenos Aires y comenzar a exportar. “Estoy formando un hermoso equipo de gente”, cuenta.
Fabiana no se pregunta si el mundo se perdió a una doctora en derecho o química. “Esto es definitivamente lo que amo hacer. Todo en la vida tiene un momento. Pudo ser antes, pero fue ahora. Y está bien así”.