Cristian Lavagnino vio todos los partidos de la Selección en Qatar. Se fue el 19 de noviembre, viajó por más 20 horas y llegó Doha con la esperanza de ver a la Argentina campeón del mundo. Lloró con el penal de Montiel y dice que ver a Messi levantar la Copa fue una de las cosas más lindas que le pasó en la vida.
No se fue solo. Con él estaba sus hijos Tomás y sus amigos Walter Carmona y Javier Carballo, con su hijo Ignacio. Cristian le tenía fe al seleccionado: sacó el pasaje de vuelta para el 19 de diciembre, y anticipadamente había comprado las entradas hasta cuartos. La semifinal y la final las tenía bajo una cláusula que le permitía recuperar el dinero si Argentina quedaba en el camino. Afortunadamente, estuvo en todos los partidos. En los cuales, como el resto de nosotros, vivió con pena y gloria, gritando los goles y sufriendo los alargues y penales.
Como buen futbolero, practicó la tradición nacional de la cábala. A cada partido iban vestidos de payasos. Asegura que se perdió contra Arabia Saudita porque ese día «fuimos sin pintarnos la cara» porque no llegaron al maquillaje. Para el encuentro siguiente, contra México, no cometieron ese error. Y la Argentina triunfó, alejando el fantasma de volver en primera ronda.
Hace dos años, fundó un club en honor a Maradona, Napoli Argentino , que juega en la liga de Chascomús. El es el director técnico de primera. Ahí está en la cancha, pero en la tribuna este es su tercer mundial. Antes estuvo en Brasil y Rusia, pero no llegó a ver la final del 2014: se tuvo que volver antes porque no le daba el presupuesto.
De cada partido hace un análisis futbolístico detallado. Y dice que con el gol de Messi a México, «ahí cambió todo». «El primer tiempo fue mal. Pero después de ese gol, todo cambió. Y nos empezamos a ilusionar de nuevo«. De ahí más, todo fue un largo y tortuoso camino hacia la gloria.
Su sensación es que el Mundial son «las primeras semanas», cuando están todos los países jugando y hay hinchas de todos lados. «Había cuatro partidos por día. Fue hermoso. Ver eso. Y relacionarse con fanáticos de otros países». Cuenta que ya en la segunda ronda «no queda nadie».
Todavía tiene fresco en la memoria el encono con los mexicanos. «La previa fue muy dura. Vimos muchas trifulcas. Tres días antes del partido con México, ellos nos saludaban. Pero el día que se jugó, se cortó la comunicación y la tensión subió». Dice que tienen «poco código futbolero» y que «decían boludeces, muy agresivas». Así que no se aguantó gritarles el gol de Messi en la cara. Cristian con la bandera de su club, el Napoli Argentino.
Cristian confiesa que después de ganarle a Países Bajos comenzó a tener la sensación de que Argentina podía llegar a la final y ganarla. «Creo que con ese partido había un objetivo cumplido, Después vino Croacia, que fue un fútbol total». Tuvo la fortuna de ver el tercer gol a diez metros de Messi. «Salimos en la televisión cuando Messi gambetea al central croata. Nunca había visto una jugada de Messi así tan cerca. Ver a un jugador veterano pasear a uno de los mejores centrales del mundial fue una maravilla. Un regalo del cielo«.
El día de la final durmió poco. Para él fue la mejor final de la historia. Habla de la superioridad total de Argentina. «Era obsceno», afirma. Y de los nervios del final: «No entendés lo que está pasando. Se fue todo a la mierda en diez minutos».
«No podía creer cuando Mbappé hace el segundo gol. Primero puteé y después dije qué crack. Ahí pensé en la injusticia por Messi y que Mbappé iba a superar a Pelé. Cuando Messi hace el tercer gol, no lo grité porque yo vi offside. Cuando el árbitro pitó el gol, fue increíble el desahogo. Después vino el penal para Francia y los penales finales. Que locura».
Fervor por Messi y la pasión argentina
Cristian su hijo y sus amigos tuvieron sus 15 minutos de fama. Salieron fotos suyas en varios medios del mundo, representando la pasión de la hinchada argentina. Una de las cosas más raras que le pasó fue cuando indios, paquistaníes o personas de otros países asiáticos se querían sacar fotos con ellos. «Es una cosa rarísima. Veían que éramos argentinos y nos pedían sacarse una foto con nosotros. Nos contaban que hinchaban por Argentina, que se sabían las canciones. Hasta llegan a cantarlas. Se las sabían de memoria. Uno, una vez, sacó el teléfono y me pidió que saludara su mamá, que quería que Messi saliera campeón».Una experiencia impensada, en la casa de un jeque catarí.
Esto fue una de las cosas que más lo sorprendió. Y reflexionando, asegura que «no tenemos ni idea lo que significa Messi para Argentina. Lamentablemente, no lo supimos capitalizar bien. Es increíble el amor que despierta en todo el mundo. La gente se vuelve loca por él y como sos argentino, también quiere conectar con vos. Una locura».
Cuenta que en la cancha, los hinchas indios y paquistaníes filman a la hinchada argentina. «Para ellos era un show increíble. Nos veían cantar, alentar, sufrir. Y nos querían imitar, como queriendo sentir la misma pasión que nosotros».
Las costumbre cataríes y los jeques
Cristian se trajo una valija llena de anécdotas. Comparte la de un día que, después de un partido, se perdieron: los rescató un jeque que los invitó a su casa a comer. Ahí entró a un escenario extravagante que le dio a Cristian un poquito más de idea de lo que es el mundo árabe. «Su casa era un palacio enorme. Y nos quiso evangelizar. Y ahí vimos mucho las diferencias culturales. Cada jeque tiene cuatro mujeres. El tipo va caminando siempre adelante y las mujeres atrás. Se sientan en mesas distintas. Y las mujeres, además de usar el velo o el burka todo el tiempo, no se acercan a hombres extraños. Es todo muy raro», describe. Nacho Carballo, Javier Carballo, Walter Carmona, Cristian Lavagnino y Tomas Lavagnino, vestidos de jeques en la vuelta a casa.
Casi se hicieron amigos, y estuvieron dos veces más en la casa del jeque. «En la último encuentro, jugamos al fútbol y al paddle, ya que tenía dos canchas dentro de su casa«. Cuando se fueron, les regaló perfumes, tazas y dátiles. «Quedamos en contacto y les mostramos la bandera del club», revela Cristian, que tiene la idea de poder aprovechar esa relación para beneficiar al fútbol.
En el viaje le pasó de todo. Tuvo cuatro días enfermo, en el medio del temor por la gripe del camello. «Fue después del partido contra Australia. Hubo muchos argentinos que se enfermaron después de ese partido. Yo estuve destruido. Los síntomas son parecidos al covid. Estuve al punto de irme a un hospital».
Ya completamente recuperado, dice que en estos 30 días extrañó horrores el asado y el fernet: «¿Sabés lo que es comerte un asado sin vino? No es lo mismo. El alcohol está prohibido y lo venden únicamente en lugares autorizados. Eso fue duro, la verdad».
Después cantar los goles, sufrir los alargues, putear a Mbappé y verlo a Messi dar la vuelta olímpica, a Cristian le quedaba una promesa más: volver a la Argentina vestidos de jeques. «Fue experiencia hermosa. Unica. Que la voy a recordar por el resto de mi vida», expresa como buen argentino campeón del mundo.