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Vende vidrio, cartón y chapa, enseña inglés y sueña con tener su propio instituto

En Loma Verde, Adrogué, donde reside desde 2017, lo conocen todos como «El Cartonero Yanqui», un laburante de lunes a lunes, de sol a sol. La vida de Rolando Russell (52) es, literalmente, «una montaña rusa de altibajos», como él define. «Estuve en la buena, allá arriba, luego caí al abismo y hoy estoy atado con alambres», grafica su estado. Hoy junta cartones, botellas, chapas y metales y los vende, pero también encontró en la enseñanza de inglés otro vehículo de ingresos.

Russell vivió cuarenta años en Los Ángeles (Estados Unidos), donde estudió y se especializó en electrónica. Trabajó con su padre en una empresa de alarmas, hasta que en 2016, por pedido de su madre enferma, viajó a la Argentina, donde había nacido y vivido hasta los siete años, para acompañar a un hermano menor. Se instaló en San Isidro, en una casa familiar, y empezó a trabajar en el rubro seguridad.
Rolando Russell, en planea faena: "A la mañana y a la noche, cartoneo, busco vidrio, metales y los vendo. Luego, doy clases de inglés".Rolando Russell, en planea faena: «A la mañana y a la noche, cartoneo, busco vidrio, metales y los vendo. Luego, doy clases de inglés».

Las vueltas de la vida hicieron que su hermano tuviera un pico de presión y muriera de un ACV en 2017 y Russell se quedó solo. De golpe y porrazo, en 2018 tuvo un ataque de epilepsia –enfermedad que arrastraba desde EEUU– y estuvo internado diez días, período en el que le usurparon la casa de San Isidro. Solo, casi sin castellano ni papeles, no pudo demostrar que le pertenecía. Hasta hoy intenta como puede recuperarla por vías legales, pero todo se le hace cuesta arriba. «Necesito dinero para pagar un abogado», dice.

Se casó con Marina Asís, a quien conoció por Facebook. «Estuvimos como un año chateando sin habernos visto en persona hasta que, estando solos los dos, nos conocimos en la Navidad de 2017 y no nos separamos más». Sin vivienda, Marina le dijo que se mudara a su casa, en Adrogué, partido de Almirante Brown, en la otra punta del Conurbano. «Hace cinco años que estoy pero no me voy a resignar, quiero recuperar la casa por la memoria de mi madre. Me corresponde, allí están todas mis pertenencias».

Por falta de idioma, dice Rolando, no supo ni pudo seguir trabajando de lo que hacía en EEUU, aunque sí consiguió entrar a una empresa de seguridad privada, en el turno noche, donde no necesitaba decir palabra. «Con la pandemia me enfermé, estuve internado y grave, más cerca de allá que de acá, y cuando me recuperé había perdido el trabajo. No tenía un peso ni tampoco otra opción: empecé a cartonear y a recolectar lo que fuera para vender, o me moría de hambre».
Rolando "El Yanqui" y Marina Asís acaban de cumplir 5 años de casados.Rolando «El Yanqui» y Marina Asís acaban de cumplir 5 años de casados.

Un conocido de Loma Verde tiene un local que le compra todo lo que encuentra en la calle: «Por un kilo de vidrio me dan 20 pesos, por uno de cartón, $ 34, por uno de metal, $ 36 y por uno de chapa, $ 29″. Dice «El Yanqui» que ayer pudo llenar «varias carretillas con un poco de todo». Saca una agenda prolija y repasa: «Conseguí 52 kilos de vidrio y me gané 1.000 pesos. Y otros 45 kilos de cartón a cambio de unos 1.300 pesos. Al cartoneo le dedico unas ocho horas al día… a la mañana bien temprano y a la noche tarde, porque tengo muchas clases ahora».

Por su dificultad con el español y su fuerte acento sajón, rápidamente el barrio se hizo eco de la presencia de «El Cartonero Yanqui», que se convirtió en el personaje pintoresco del lugar. «Me respetan y me cuidan, saben que soy una persona trabajadora y digna, pero hay códigos que desconozco. Los vecinos me dijeron que no cartonee fuera de los límites del barrio porque puede ser peligroso y a otros vecinos podría llegar a caerle mal».

De hecho empezó a ser moneda corriente que después del mediodía, en La Villita, un sector vulnerable de Loma Verde, «El Yanqui» enseñara palabras y frases a los chicos que se juntaban cada vez en mayor cantidad. «Hello, how are you?, What’s your name? How old are you? What’s your favourite football team?«. Con paciencia y una incipiente docencia, Rolando estaba una hora enseñando en la calle, sin imaginar que esa sería una señal.
Anoche, en la cocina de su casa, El Yanqui recibió a quien fue su primer alumno y va dos veces por semana.Anoche, en la cocina de su casa, El Yanqui recibió a quien fue su primer alumno y va dos veces por semana.

A principios de junio, Marina, su mujer, que le está encima a Rolando, le dijo: «Tenés que pensar en cambiar de vida, no podés estar todo el día recolectando cartón y vidrio para vender. No tenés edad ni salud para eso. Vos hablás inglés, ¿por qué no enseñás? Yo te ayudo a divulgarlo». Y el forastero abrió los ojos sorprendido por la buena idea y empezaron a darlo a conocer por las redes sociales y por el boca a boca. «Tengo una promo de dos horas $ 2.000. Si no, la hora está $ 1.500″.

«No se me había ocurrido, quizás porque no soy profesor ni tengo un programa a seguir, por eso no me animaba, pero Marina me impulsó a dar clases de inglés y me animé y me descubrí en una labor que me encanta. Son alumnos humildes y algunos me dicen que no les alcanza para pagar los mil pesos, a otros les fío las clases, pero la mayoría cumple perfecto. Hoy estuve contando y pasé los 30 alumnos. Estoy muy contento», expresa.
Manos a la obra. Rolando, junto a su nieto Demian, yendo con la carretilla a buscar cartón, vidrio, chapa y metales.Manos a la obra. Rolando, junto a su nieto Demian, yendo con la carretilla a buscar cartón, vidrio, chapa y metales.

Cuenta «El Yanqui» que, en general, le piden «conversation» y «comprehension«. «Y yo a veces no me doy cuenta y les hablo rápido. Entonces, cuando les veo las caras de que no entienden, les aflojo y hablo más lento. Hay ocasiones en las que no se traducirles al español, con lo cual se hace más interesante e intensa la charla, porque se ve el esfuerzo de las dos partes por comprendernos», dice.

El balance en esta tercera semana como profe es «increíble», dice Rolando, que en ningún momento transmite algún tipo de queja o señal de cansancio.

«A mí me ayudan y yo los ayudo, aprender inglés es clave, yo les digo a mis alumnos que estudiar un idioma es invertir en el futuro. Qué loco, tenía una herramienta muy importante y no me daba cuenta, nunca se me ocurrió explotarla porque para mí es normal hablar inglés. No se termina de aprender nunca, la vida te enseña y te abre el camino, como me está pasando ahora», reflexiona.
Cargando botellas en la carretilla, Rolando cobra por kilo de vidrio 20 pesos, equivalente a tres botellas.Cargando botellas en la carretilla, Rolando cobra por kilo de vidrio 20 pesos, equivalente a tres botellas.

Hombre de manos curtidas y gestos módicos, Rolando sonríe lo justo y necesario. Pero sus ojos brillan cuando comparte sus sueños: «Quiero tener mi pequeño instituto de inglés acá en la casa, pero tengo que poner el galpón en condiciones. El piso es de tierra, las paredes son de chapa, entonces necesito materiales para restaurarlo y que el frío no se sienta tanto. Ya tengo seis asientos de auto que me regalaron y les voy a poner una tabla y una base. Es un avance».

Dice «El Yanqui» que ya se puso de pie, que siente fuerzas y energías renovadas. Ahora espera seguir sumando alumnos «para poder dejar de cartonear, ya que es mucho tiempo de andar en la calle, haciendo fuerza, a cambio de muy poca plata».

«Pero esto recién empieza y aquí estamos, mirando para adelante. La vida me golpeó de todas las maneras, pero la vida es una sola y si pienso en las injusticias me voy a enfermar más de lo que estuve. Ya habrá tiempo de recuperar lo perdido. ¿El futuro? Me encantaría ir con mi mujer Marina a vivir a Estados Unidos», sueña.

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