En el espacio de unas horas, se sucedieron varias y sintomáticas señales del candidato león tratando de demostrar que es apenas un felino doméstico, algo inquieto, pero doméstico al fin. Herbívoro, se hubiera dicho en otro tiempo. Esas señales estuvieron dirigidas a dos públicos distintos, pero son la evidencia de que Milei estima que podrá seducir con la misma medicina: empresarios y demás miembros de las elites, y votantes más o menos desconfiados y moderados que no votaron el 13 de agosto o lo hicieron por JxC.
La primera pregunta que se plantea es bastante obvia, y se la hacen estos y aquellos: ¿hay que creerle o está simplemente maximizando sus chances electorales para, después, en cuanto asuma la presidencia, darles a todos los crédulos donde más les duela?
Puede que, como suele suceder, sea una mezcla de las dos cosas: como a todo político, a Milei le importa llegar. Después, verá cómo gobierna, qué de lo que prometió podrá realmente intentar, no digamos concretar.
En su caso, es probable, de todos modos, que el componente de simulación sea más relevante que en otros, porque siempre ha sido un fanático, pero veamos en qué cosas sí puede estar simulando y en qué cosas, tal vez, no tanto.
En materia económica, puede que esté arriando el piolín en serio. Por caso, dejó de decir que viene la dolarización a matar o morir, porque finalmente algo sabe del tema monetario y debe estar haciendo la cuenta de que eso lo llevaba a una muerte segura. Ahora explica que habrá que ver cuándo y cómo, y si es así con la dolarización, también lo será con el Banco Central. Primero, había prometido disolverlo de un plumazo; después, dijo que volaría con dinamita solo el área que se ocupa de emitir. Sin embargo, si no hay dolarización y su eventual gobierno tiene que, al menos, acompañar la inflación galopante, sabe que no solo esa área habrá que mantenerla, sino hacerla trabajar a paso redoblado. Así que no se entiende ahora si piensa hacer algún cambio en el organismo o, mejor, ni se mete y se lo deja a Pesce.
Algo semejante sucedió con respecto al tamaño del Estado. Del divertido numerito televisivo en que tachaba ravioles del aparato público como un pac man se pasó a advertencias muy matizadas sobre los estatutos que protegen a los empleados públicos. De nuevo, petardo en vez de dinamita.
La referencia a las leyes vigentes hace pensar que, tal vez, también tire pronto por la borda esa tontería de avanzar con reformas con la única arma en la mano de la consulta popular. Entonces, necesitaría explicar de dónde va a sacar apoyos legislativos. Al respecto, por ahora, poco o nada ha dicho, porque sabe muy bien que sería la vía para terminar con lo que queda aún en pie de su revolución: el soñado derrocamiento de la casta pasaría a ser simplemente un intercambio de caballeros, a ver quién pone y quién saca artículos en los proyectos de ley, y cuánta paciencia y aguante demuestra cada uno. Más o menos lo que les sucedió a todos los presidentes desde 1983, y en lo que siempre les ha ido peor a los que empezaron con menos apoyos legislativos confiables, y menos recursos contantes y sonantes para repartir.
De esto último, parece que Milei se quiere proteger, más bien, intensificando su ataque contra esa dirigencia, puramente retórico por ahora, pero que se ha visto en casos similares como los de Trump y Bolsonaro. Después, termina abonando ofensivas polarizadoras y excluyentes que pueden ser mucho más violentas y concretas contra los eslabones débiles de las redes de representación política establecidas. ¿Y contra quiénes podrían ir aquí encaminados esos ataques, quiénes podrían ser los chivos expiatorios preferidos de Milei? Algunos son cantados, los grupos piqueteros, pero tal vez no todos, solo los de la izquierda, más o menos lo mismo que ya viene haciendo este Gobierno; los grupos feministas y, ahí, algunos conservadores tal vez sonrían; pero también tal vez una vez más los porteños, a los que siempre es más fácil sacarles algo que a todos los demás distritos, y entonces esos mismos conservadores se lamenten.
En otro rasgo de posible continuidad con la actual administración, tendremos, muy probablemente, poco de nuevo, pero mucha retórica de lo nuevo para pagar con bienes simbólicos apoyos que, de otro modo, se frustrarían demasiado rápido. El resultado no podrá ser sino enrarecido. Eso, sumado a un esquema económico por lo menos improvisado, gestionado por una administración poblada de gente que ha participado en el Estado, con suerte, hace 30 años, o nunca.
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La segunda cuestión a plantearse es, ¿por qué más votantes y más capas de las elites podrían recibir esta versión petardo de Milei como una oferta tentadora? Primero y obvio, porque los demás ofrecen cosas peores. Además, pueden intervenir factores coadyuvantes no tan obvios, ni abiertamente reconocibles. Por ejemplo, que algunos prefieran un gobierno lo más débil posible, así lo usan en su provecho (y algunos compañeros de andanzas de Massa en el empresariado sin duda piensan en estos términos). Otro factor es que consideren que, como casi siempre se ha hecho en la política argentina, es mejor contar con una dosis importante de carisma, antes que de administración. Por último, lo más simple, que un fracaso aun más resonante que el del FdT va a venir bien porque, entre otras cosas, servirá para dejar en el olvido a esta coalición y que la sociedad vuelva a perdonar, una vez más, al peronismo.
Todo esto puede ayudar a Milei a completar el recorrido que ha emprendido. Pagando costos mínimos reputacionales, porque la reputación de zarpado y de loco la tiene y bien ganada. En mucho de lo que más importa para nuestra futura convivencia, el uso sistemático de la agresión, el oportunismo más craso, la brutalidad y la simplificación como remedio a problemas complejos sigue y seguirá siendo auténtica dinamita, no un petardo inofensivo.
Y porque, por otro lado, ¿quién va a discutirle que es lo nuevo, lo más nuevo de lo nuevo? A eso nadie le va a ganar. El desafío para sus adversarios, tal vez, no sea cómo hacerle pagar por moderarse, sino elevar la discusión un poco más sobre las cosas que nadie le discute, que sigue y seguirá diciendo, porque son su ADN más básico.