En las recientes elecciones la mayoría de la población votó por el candidato Javier Milei, nuevo presidente electo de la República Argentina. Según buena parte de la opinión mediática esto fue así “porque interpretó mejor el cambio”. Si bien el candidato es “nuevo,” en el sentido que no tiene ninguna experiencia pública, lo que propone, desde el punto de vista económico, no lo es tanto.
En principio, dada la muy elevada inflación actual, se trata de un plan de ajuste y estabilización, como proponían también otros candidatos, pero con características en principio más radicales, aunque estas, poco a poco, se van diluyendo por la conformación del gobierno y su alianza con Macri.
Cada plan de ajuste y estabilización en el pasado (hubo muchos) ha tenido sus características particulares y circunstancias. El intento más logrado fue el del expresidente Carlos Menem, admirado por Milei, con la “ley de convertibilidad,” que duró más que ningún otro.
El aspecto más positivo de ese modelo, aparte de la estabilización exitosa de precios, fue el ingreso de inversiones “reales” en varios sectores productivos y exportadores (algo de la “lluvia de inversiones” que el presidente Macri mencionó en su mandato, pero no le llegaron). Sin embargo, existen varias diferencias significativas con la situación actual
Para comenzar, Menem contaba en el inicio con más activos públicos para vender o concesionar (unos 25 mil millones de dólares, de aquel entonces). Además, en cuanto a su funcionamiento, la rigidez del sistema de la convertibilidad –y peor aún sería la dolarización– llevó, lamentablemente, a un resultado previsible. Del control de la hiperinflación se pasó a recurrentes crisis de desempleo, que promedió el 13% durante la década 1991-2001. Durante ese período hubo picos de 18% en el “efecto Tequila” de 1995, y del 22%, al fin de la recesión deflacionaria que llevó al colapso de 2001-02. (Por el mismo motivo, el mundo abandonó el “Patrón oro,” del siglo XIX –que tenía los mismos efectos– a principios del XX)
Otro elemento importante de la estabilización y reformas de Menem, que hoy es bien distinto, es el contexto internacional, dominado entonces por la “caída del muro de Berlín,” el mundo unipolar, y el despliegue de la globalización. Esto significaba contar con un clima inversor muy favorable, optimismo generalizado y abundancia de capitales. Milei, asimismo, gusta de citar elogiosamente a Juan Bautista Alberdi (quien no era liberal-libertario), pero en ese caso también nos encontrábamos en el inicio de una globalización muy favorable, luego de la derogación de las “Leyes de granos” en Gran Bretaña. Esto inauguró un período de altísimo crecimiento del comercio para Argentina, además de la inmigración, la inversión en ferrocarriles, barcos frigoríficos, etc., que impulsaron la productividad física y el desarrollo, de la mano de la “generación del 37”.
Hoy la revolución tecnológica, en buena parte enfocada en servicios (medios de compra y pago, etc.), redes sociales, y contenidos, no tiene gran impacto en la productividad, y asoma el riesgo del desempleo tecnológico de la mano de la inteligencia artificial (Respecto a la diferencia de productividad a favor de la “vieja” frente a la “nueva” economía puede verse: Robert J. Gordon The Rise and Fall of American Growth, Princeton U.P., 2017).
Asimismo, la globalización, medida en términos del crecimiento sobre el del PIB, flujos de migrantes, capitales etc. muestra un claro estancamiento. Se está produciendo una –no muy deseada, ni muy organizada– reorganización de las cadenas de valor global, y existe, debido al fuerte debilitamiento del sistema internacional basado en reglas, un aumento muy grave del recurso a la violencia y al conflicto armado, en un contexto de agonal competencia geopolítica.
En definitiva ¿cómo podemos evaluar las posibilidades de éxito del plan de Milei? Podrá ayudar algo la geopolítica (el presidente electo anunció viajará a Estados Unidos e Israel, y descarta relaciones políticas con China y Rusia); también Argentina es una fuente de recursos naturales que están en alta demanda; y finalmente, se verá qué se puede vender o concesionar de activos públicos, al estilo del menemismo.
En esto último hay un riesgo claro, respecto a repetir situaciones similares del pasado, en cuanto a orientar las decisiones al beneficio de sectores o empresas “amigas”. Milei criticó en su discurso de ganador electoral el “estado botín,” apuntando con acierto a que el crecimiento del gasto público lo hace vulnerable a la corrupción. Pero dicha connotación podemos asociarla aún mejor con la metáfora del estado “inmobiliaria,” que gana “comisiones” tanto cuando compra activos, como también cuando los vende (una pasión nacional, pareciera, recuérdese la triste historia de la vapuleada YPF, que se compra y se vende cada tantos años). Milei se quedó corto con su definición de la “casta,” porque puede haber amiguismo y corrupción tanto en el proceso de “agrandar,” como también en el de “achicar” al estado, sin contar con las preferencias regulatorias y de política económica.
Estas razones hacen probable que, en un principio podrá haber algunas buenas noticias, sobre todo del campo financiero (algunas ya pueden verse en estos días). Pero también, en algún momento, puede comenzar el cálculo acerca de cuánto durará la bonanza especulativa. Muchos mercados hoy muestran comportamientos de “burbuja,” por ejemplo las criptomonedas –muy valoradas también por Milei– por citar sólo uno.