“Vas a quedar embarazada antes de los 20, como fulana, como la mayoría”. Esas eran algunas de las frases que escuchó Daniela Villasanti desde los 8 años, cuando su papá y su mamá se separaron y ella se quedó a vivir con su padre, su madrastra y sus dos medio hermanos en una casa de un barrio “picante” y calles de tierra, en Temperley.
Pero Daniela tenía un plan. A diferencia de su papá, llegó a tener su título secundario, ingresó en la universidad y el año pasado, a los 20, consiguió un empleo formal.
Jesús Goró logró ser el primero de su familia que salió de la pobreza extrema. Nació en El Volca, un barrio que está pegado a uno de los basurales de la ciudad de Paraná, en Entre Ríos. Los desperdicios, acumulados en montañas nauseabundas, eran el paisaje que veía desde la casilla donde vivía con su familia, al irse a dormir y al amanecer. A los 14, decidió abandonar la primaria para ayudar a llenar la olla de comida. Iba al basural y buscaba junto con sus vecinos, familia y amigos cartones, metales y todo objeto que se pudiera vender, por pocos pesos, por nada, que era algo.
Estas historias hablan de cómo una hija o un hijo de padres sin estudios, sin trabajo o con trabajos informales logra salir de lo que parece que será su destino. Pero son los menos.
“Casi la totalidad de las personas cuyos padres realizaban tareas no calificadas, hoy hace tareas no calificadas. Si ese universo se compara con el de quienes tuvieron padres con empleos calificados, se puede deducir que el hecho de haber crecido en un hogar donde el padre o la madre tenía un empleo calificado multiplica por 4 o 5 la probabilidad de que el hijo o la hija acceda a un empleo calificado”, sintetiza un estudio sobre la evolución de la movilidad social en la Argentina hecho por la organización Fundar.
Otro dato del reporte, que se difunde este martes, ilustra aún más las desigualdades. Los varones cuyos padres tenían un empleo formal tienen una probabilidad del 84,5% de tener un empleo formal. Es una probabilidad 11 puntos porcentuales mayor que la de quienes tuvieron padres con empleos informales. Ese fenómeno se agrava en las mujeres, entre quienes esa diferencia aumenta a 23 puntos porcentuales.
“Vimos que las condiciones del hogar en el que se vive influyen mucho en la realidad posterior de los niños y adolescentes. Por eso analizamos lo que se llama movilidad social según las preguntas que se realizaron en la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (ENES) de 2015, que si bien es de hace unos años, es la única en la que se le preguntó a los adultos sobre su origen: qué nivel de estudios y tipo de trabajo tenían sus padres cuando ellos tenían 15 años para comparar en qué situación se encuentran ellos ya de adultos”, explica Martín Trombetta, doctor en Economía y uno de los autores del estudio junto con la licenciada en Economía María Fernanda Villafañe.
“Son preguntas para saber si las desigualdades sociales son un fenómeno que se hereda de padres a hijos, de generación a generación”, detalla el economista del centro de estudios y diseño de políticas públicas que promueve una agenda de desarrollo sustentable e inclusivo para la Argentina.
El estudio habla de desigualdades sociales, dice Trombetta, para analizar el fenómeno no solo desde las condiciones socioeconómicas, sino para analizar qué herramientas existen o deben reforzarse para que todos los ciudadanos tengan la posibilidad de progresar. Como Daniela, como Jesús. Los menos.
No se entiende el salto que dio Daniela y Jesús si sus historias no se ven más de cerca, si no se estiman los detalles. Daniela nunca abandonó sus planes, pero necesitó ayuda para concretarlos. Jesús tenía el ímpetu de colaborar con su familia para salir del hambre, pero no encontró oro en el basural.
“Yo no iba a heredar eso que me decían en el entorno del barrio o lo que veía en la familia de mi papá”, comenta Daniela, ya con casi 21 años, un sábado a la tarde, lejos del barrio de su padre. Es que a los 17, ella, tras un acuerdo con él, se mudó a Valentín Alsina junto a su madre, quien vive con su pareja y su hijo pequeño. “Sí, tengo tres soles, medio hermanos, son mis muñecos”, cuenta la joven mientras se prepara para caminar las cuatro cuadras hacia la agencia de lotería donde trabaja desde fines del año pasado. Allí necesitaban a alguien que no tuviera experiencia, pero mucha predisposición para tratar con gente.
“Mi plan era mudarme de la casa de mi papá, terminar de estudiar, seguir estudiando, trabajar. Y lo logré. No me fue fácil, yo era muy tímida, no decía lo que realmente quería, me dejaba influenciar”, cuenta y aclara que su padre es un hombre bueno, a pesar de las diferencias que puedan tener.
Después de terminar la secundaria, Daniela hizo un curso de la Fundación Empujar, una asociación de empresarios que capacita a jóvenes en el último año de la secundaria para que consigan su primer empleo registrado. “Me enseñaron a hablar frente a otras personas, a decir mis opiniones, a argumentar, a hacer un currículum, a ver mis capacidades y valores”, resume con entusiasmo y saluda a los vecinos a cada paso.
“Con mi primer sueldo, para las Fiestas, me fui con mi mamá a la verdulería. Le dije ´comprá lo que necesites para la cena de fin de año´ que yo pago. Ella me miraba sorprendida y yo tenía el corazón enorme de felicidad. Nunca había sentido eso. Esa felicidad”, cuenta.
Su segunda casa es la Universidad Nación de Lanús (UNLA), donde estudia Relaciones Internacionales. Dice que todo cierra, el trabajo en el barrio y la facu a unos 30 minutos. “Así como terminé la secundaria, voy a terminar mi carrera. Me encanta. También me quiero mudar sola…”. Daniela suma ítems a su plan, tan naturalmente como aconseja caminar rápido por una de las calles porque “pasan muchas motos dudosas”.
La historia de Jesús Goró también necesitó de un empujón, desde el afuera de ese hogar donde las montañas de basura eran el paisaje y el sustento.
Unas personas de la organización Suma de Voluntades, que trabaja para ayudar a las 700 familias que viven en los tres barrios que rodean al basural, le propuso a Jesús darle el dinero que ganaba por los desperdicios a cambio de que volviese a la escuela pública de la zona.
“Yo también andaba en las malas en ese tiempo, pero cuando empecé a estudiar traté de convencer a muchos otros de que salieran de eso, como lo había hecho yo. No es fácil, es realmente complicado”, contó Jesús hace unos días.
Hoy, a sus 25 años, vive a un kilómetro del basural y trabaja en una cooperativa de reciclaje, en blanco, está en pareja y tienen una niña. “Llegamos a tener una reinserción educativa del 100% entre los chicos de los barrios, pero después del aislamiento por la pandemia, hubo que volver a empezar”, explicaba Anabella Albornoz y sumaba que en los últimos tiempos se ha duplicado la cantidad de familias que buscan remediar el hambre en el basural.
En las sociedades más desarrolladas, allí donde hay más movilidad hay más igualdad, y viceversa. Son las sociedades las que tiene que garantizar eso y se da gracias al igual acceso a la calidad del trabajo, la educación y la salud, indica el informe de Fundar.
“Cuando uno mira el gasto del Estado en educación y en salud, la correlación aparece. Las sociedades más justas son más móviles. Tienen un sistema de salud público muy importante, como en muchos países escandinavos donde las personas ricas también mandan a sus hijos a las escuelas públicas. En la Argentina es importante el desarrollo de la escuela pública y la salud pública, más allá de las deudas en su fortalecimiento, son herramientas claves innegociables para mejorar la movilidad social”, compara Trombetta.
Por otra parte, advierte: “El buen funcionamiento del mercado de trabajo también ayuda a la movilidad. En Europa, Alemania o los países escandinavos, el mercado de trabajo formal tiene una cobertura importante, el Estado está presente en una fuerte protección social, con una fuerte presencia del Estado y un rol muy importante de los sindicatos”.
Al hacer una proyección, Trombetta analiza: “En la Argentina tenemos un gran problema en el mercado de trabajo porque hace 12 años está estancado y no genera empleo formal. Hay una franja informal que se mueve al compás del ciclo económico, pero generando empleo que hoy tiene salarios muy bajos. Y claro, sin una estabilización macroeconómica, nada de esto va a mejorar. Si se hace una proyección sobre cómo ha evolucionado la movilidad social desde 2015 hasta ahora, el PBI per cápita en la Argentina ha bajado un 6% o 7%, tranquilamente. La sociedad argentina está cayendo en prosperidad y lo más razonable es pensar que estamos empeorando en esos rankings de movilidad”.
Es por eso que el analista prefiere ver el vaso medio lleno y que prefiere enteder el estudio que lanza Fundar como algo constructivo y propositivo. “Queremos pensar en cómo subir en el ranking, no contentarnos con lo que hay abajo. La Argentina tampoco es el peor país del mundo y no ayuda creer eso”, destaca.
Por último, adelanta algunas de las conclusiones del estudio: “Cuando el rol del Estado en estos tiempos se está cuestionando – en lo que es la salud, las escuelas y universidades públicas-, la evidencia sugiere que la inversión pública en capital humano es un poderoso vehículo de igualación de oportunidades. El capital humano no es solo educación, también es salud pública, en la niñez y la adolescencia, porque un niño con hambre no puede desarrollarse y estudiar, y el embarazo adolescente expulsa a las chicas de sus estudios. También hay que considerar la inversión en infraestructura para caminos, calles y puentes, que no sean barreras para acceder al trabajo, a la escuela. Hay que analizar que el Estado tiene herramientas que han funcionado y que pueden funcionar mejor”.