«Ese judío de m…«. Hace décadas una adolescente criticó de manera peyorativa mientras mantenía una conversación coloquial con su madre, quien le respondió: «No hables así, porque tu padre es judío». Así fue como Mariette Diamant, que tenía 17 años (hoy araña los 91), descubrió que su familia le había mentido. Pero la mujer decidió guardar silencio toda su vida. Hasta que «antes de morir» eligió revelar el secreto. Ahora es la protagonista de la película «Las dos Mariette» que se estrenó el jueves.
La familia Diamant, austríaca, criada en Francia y que llegó en 1941 a la Argentina escapando de los nazis, se codeó en un ámbito cristiano no sólo para salvar su pellejo mientras estuvo en Europa, sino también por las apariencias y para pertenecer a la aristocracia porteña. «Fui a un colegio de monjas, fui devota del catolicismo y me bautizaron a los 7 años. Hasta me aprendí el Padre Nuestro en francés», observa Mariette con esos ojos verdes que se tornan vidriosos y su rostro bello y resquebrajado.
Aquella frase que lanzó «de alguien ignorante, o que desconocía el universo de los judíos», se autocritica Mariette, fue la antesala de otra frase que marcó el principio de algo que le cambió la vida literalmente. «Sin saberlo, la frase de mi madre sobre que mi padre era judío, pero no ella -que lo era, obvio- fue el inicio de un secreto que guardé más de setenta años».
Hoy Mariette se pregunta por qué no habló en todo este tiempo, «por qué repetí la historia silenciosa de mis padres, por qué se los oculté a mis cuatro hijos y a mis doce nietos… No tengo respuesta, sólo sé que lo pude hacer recién ahora. ¿Por temor a fallarle a mi madre que era brava…, por temor a traicionarla? -se pregunta en voz alta-. No sé, todo puede ser, pero ni en años haciendo terapia pude sacarme esta piedra en encima…».
En su casa de la calle Arenales, en Recoleta, Mariette, elegantísima, recibe al periodista. No está sola, la acompañan, luciendo al tono, sus amigas de toda la vida Carmen Foster y Marta Rojas, su sobrino Sebastián Diamant, Helene Gutkowski, escritora que a fines de los años ’90 la invitó a un grupo de sobrevivientes franceses escapados de Europa y Poli Martínez Kaplun, directora de «Las dos Mariette», documental que se estrenará el jueves, y que reconstruye el momento en que la protagonista decidió revelarle a la familia que han vivido, religiosamente, en una mentira.
La primera vez que Mariette esbozó su judaísmo fue ante Helene y un grupo de franceses desconocidos, escapados del nazismo. «No fue una niña abandonada, no conoció ningún gueto ni campo de detención. No padeció la portación de la estrella ni la deportación de sus padres. Muy por el contrario, conoció el bienestar tanto en Francia como en Argentina. Sin embargo Mariette, que lo tuvo todo para ser feliz, afirma que sufrió tanto o más que los miembros del grupo«, escribió Gutkowski en su libro «De la Francia ocupada a la Pampa«.
«¿Por qué ahora, mamá?»
«¿Ya tenemos nuestras vidas armadas en el catolicismo, ¿por qué ahora, mamá, nos venís con esto?» Con más o menos beligerancias, así fue la primera reacción de Patricia, Junior, Valeria y Paulo, los cuatro hijos de Mariette, que en realidad se llama María Magdalena.
«Con Valeria y con Junior fue muy difícil, no son nada fáciles. Mi hija pertenecía al Opus dei y mi hijo se movía en el mundo de la marina. En ambos casos el judaísmo no es lo más conveniente… Patricia y Paulo lo tomaron un poco menos mal, pero tampoco fue sencillo. Para todos fue un terremoto, para mí también, mi vida cambió desde que me saqué este peso de encima», confiesa la dama lúcida, entera, a pesar de un incipiente Parkinson.
Marta, en silla de ruedas, otra amiga de la vida, que hizo un esfuerzo enorme por estar «para apoyar a Mariette en este difícil momento», le confiesa que ella siempre lo supo. «Cuando vos me lo dijiste, yo ya lo sabía, querida. Era evidente que vos y tus padres eran distintos, que hablaban diferente, que se vestían de otra manera y tenían rasgos propios del judaísmo. Y estaba perfecto».
Helen Gutkowski (84), parisina, que escapó de la Europa en guerra, es la descubridora de Mariette. «Un día allá por 1997, yo fui a su tienda de regalos cerquita de acá, en Recoleta, y nos pusimos a conversar. Ella me preguntó por mi acento, palabras van, palabras vienen, le conté que estaba organizando reuniones de franceses sobrevivientes, que desembocarían en un libro con testimonios».
Sin tener muy claro de qué trataban esos encuentros, Mariette asistió y, sin proponérselo se animó a contar su historia. «Yo había dicho que mi familia rechazaba el ser judía y eso no cayó bien al principio entre los integrantes del grupo. También recuerdo que para hablar pedí un vaso de whisky».
En esas tertulias vespertinas, Mariette, de a poco, se animó a soltar prenda. «Lo hice casi espontáneamente, sin darme cuenta, rodeado de desconocidos y acompañada por el whisky -sonríe-. Pero yo no comentaba en mi entorno que iba a estos encuentros y mucho menos de lo que hablaba allí».
A regañadientes, y persuadida por Helene, continuó siendo parte de esas reuniones donde «era la única que tenía una historia diferente. Mariette no sufrió persecuciones del nazismo, tampoco su familia directa. Lo de ella era una cuestión interna, planificada por una madre que llevaba los pantalones de la familia», describe la escritora.
Renée, la madre implacable
Renée Kalman, madre de Mariette, era adinerada y estaba casada con Arnold Diamant, dueño de un banco en París. «Era una mujer de personalidad y carácter, muy pendiente de la estética y de las apariencias. Era quien tomaba el mando, lo que ella decía se hacía sin chistar. Arnold la admiraba, estaba muy enamorado y no la cuestionaba. Renée manejaba y fumaba, Arnold no». Con ese «poder», Renée construyó su vida y la de su familia sobre la base de la mentira».
Los allí presentes la recuerdan como una mujer implacable, bella y de una personalidad abrumadora. «Era una mujer llamativa, que te podía decir de la mejor manera las peores cosas», recuerda Sebastián (56), sobrino de Mariette, y agrega: «A mí me dijo que me vendría bien que me operara la nariz, que no pegaba con mi cara, sin decirme, claramente, que tenía nariz de judío. Para que tengas una idea de cómo era Renée, entendé que inventó un accidente doméstico para justificar su propia cirugía de nariz. Un día apareció con una respingada».
«De alguna manera quiero aportar mi granito de arena para luchar contra el antisemitismo. No sé si esto ayudará, pero es mi intención… Por otro lado, me gustaría reivindicar los orígenes de mi padre, que aceptó todo, pero todo, sin decir nada, y también creo que si mi madre estuviera viva -se pone el dedo índice que recorre el cuello- me mataría… se sentiría traicionada», expresa.
Arnold, el papá de Mariette, jamás pudo hablar del pacto de silencio ideado por su esposa y aceptado por él. «Yo no me animaba, quizás me hubiera gustado escuchar algo de su boca, pero papá se tragó todo. Mi padre tenía un padre y un tío rabinos, ¡rabino!, ¿entendés lo que pudo significar eso para él? El día que mi mamá me contó esto fue el más triste de mi vida».
Nostálgica, dice que su papá lo soportó todo como un dandy. «Me llevó del brazo cuando yo me casé de blanco y entramos juntos a la Iglesia del Socorro. Era mi sueño casarme en una iglesia de blanco… A Benjamín Cosentino, mi marido (ya fallecido), días antes le confesé que yo era judía y no me dijo nada y nunca más se habló». De eso no se habla… como la película de María Luisa Bemberg.
Directora y guionista, Poli Martínez Kaplun, después de sus films «Lea y Mira dejan su huella» (2016) y «La Casa de Wannsee» (2019), cierra su trilogía de documentales con «Las dos Mariette», que tuvo su aplaudida première en el Festival de Cine de Mar del Plata.
«Entre muchas cosas que me llamaron la atención de la historia, está la forzosa conversión de Mariette al catolicismo, borrando su identidad, su historia, su pasado. Cómo en ella está la vigencia del prejuicio y en parte de su entorno familiar hay una resistencia de querer escuchar a Mariette», describe la realizadora.
Atraída por la personalidad de Renée, esa matrona que marcaba el pulso familiar, Martínez Kaplun dice que «esa mamá estaba fascinada con el esnobismo y la aristocracia argentina, que aceptó a una mujer refinada que acentuaba su francés para pertenecer a esa elite y mandó a su hija al Colegio Jesús María, para educarla en el cristianismo sin dejar nada librado al azar. Así, Mariette era por entonces una joven que se crió en un ámbito prejuicioso y discriminador». Por eso se explica la frase del comienzo de esta nota.
En el film Mariette hace saber que no conocía ni se conectaba con personas judías, pero que si tuviera que describirlas, lo haría de acuerdo a lo que se decía en su entorno y a lo que escuchaba en el colegio. «Para mí el judío era mala palabra y yo repetía lo que escuchaba… Que ellos (judíos) habían matado a Cristo, que eran feos, que tenían nariz ganchuda y orejas en forma de pantalla, pie plano, pero que eran inteligentes, eso sí». Hoy Mariette admite que «todo era prejuicio e ignorancia».
Paulo, uno de los hijos de la protagonista de esta historia, aparece en el documental y, con cierta distancia, expresa que «la medición del sufrimiento de mi madre está descalibrado. Ella es o fue la prejuiciosa número uno, fue clasista y antisemita. Y si dice que ahora teme ser discriminada es porque ella siempre fue así». Ante la consulta al respecto, Mariette es franca: «Tiene razón, todos mis hijos tienen razón en algún aspecto, pero yo necesitaba decirlo antes de estar en un cajón».
Cuatro hijos tiene Mariette y con Junior (65) el vínculo siempre fue conflictivo., «Chocábamos siempre y con todo esto dejó de hablarme. Un poco lo entiendo, él se crió en una base naval, un ambiente poco receptivo para judíos». Sobre Valeria, la hija que formaba parte del Opus dei, «hoy tenemos una relación más abierta, terminó aceptando, no fue fácil, pero creo que nuestra relación, después de un tiempo, mejoró».
La mayor es Patricia (67), una mujer que «quizás por ser la más viajada y con más mundo, fue la que mejor lo tomó. De hecho fue la que investigó el origen de nuestra familia».
Ultima vuelta de deliciosos sanguchitos de pastrón y ronda de café. Mariette, anfitriona y voz cantante de una historia familiar teñida por ocultamientos, transmite algo alivio, aunque no tanto. «Te confieso que tenía miedo de hablar. por la reacción y el prejuicio de las amigas y por mis hijos… ni hablar».
Marta, amiga leal, le toma las manos. «Tenés que volver a ser vos, la Mariette alegre de siempre, porque todo esto te tiró abajo». Carmen, enérgica, no escatima solidaridad.
«Nunca nos importó que fueras mahometana, árabe, católica o cristiana. Vos siempre fuiste Mariette, nuestra amiga». Abrazo enternecedor, última foto y despedida.