Se les estrujó el corazón una vez más ante las rivales de siempre. Hoy se lamentan estas Leonas, las que soñaron noche tras noche en la Villa Olímpica de Saint-Denis, a un costado del río Sena. Pero si la máquina del tiempo retrocede de a saltos cada cuatro años, las sensaciones de dolor deportivo se repiten: solo cambian las actrices y los cuerpos técnicos, atormentados y con la ilusión astillada. La vieja “Holanda”, estos nuevos Países Bajos, simulan un calvario a perpetuidad para la Argentina en el hockey femenino. Una película con el mismo y amargo final dentro del olimpismo. Un partido demoledor.
El seleccionado nacional encontró en el conjunto naranja a una valla invulnerable y cayó por 3 a 0 en las semifinales, con lo que deberá reenfocarse con pelear por la medalla de bronce este viernes ante el perdedor de China y Bélgica. El equipo de Paul van Ass se enseñó como una barrera infranqueable, como había ocurrido para la Argentina en los últimos seis Juegos Olímpicos: en los cuartos de final de Río 2016, en las semifinales de Atenas 2004 y Pekín 2008 y en las finales de Londres 2012 y Tokio 2020. ¿Por qué nunca se puede? Los guiños a favor de las albicelestes se habían dado solo en dos hitos importantísimos, como los Mundiales de Perth 2002 y Rosario 2010, además de valiosos triunfos en los antiguos Champions Trophy y en la Pro League. Pero en los cruces por los cinco anillos, la amargura volvió a hacer carne entre las chicas, imposibilitadas de dar el gran salto.
Pareció que nunca hubo equivalencias durante las semifinales. Mejor en lo táctico y en lo técnico, Países Bajos empezó a encauzar el encuentro a partir de los goles de Luna Fokke (’21) y Laura Nunnink (’26). Y eso que rápidamente, a los 8 minutos, había perdido el video ref, tras un reclamo de un pie que no fue concedido. Pero siempre funcionó a una marcha superior y dispuso de un dispositivo defensivo impecable, que frustró cualquier intento de las delanteras Agustina Albertario, Majo Granatto y Zoe Díaz de Armas. Argentina nunca logró inquietar. Decididas a zambullirse directo a la final, las europeas dejaron en claro desde un principio que nada podía intimidarlas. Y cuando tuvieron que facturar, lo hicieron con la frialdad acostumbrada.
En medio de la fiesta naranja, con miles de hinchas celebrando en las cuatro tribunas, la tranquilidad final la dio Yibbi Jansen, que fijó el 3-0. Fue prácticamente un trámite, cuando se pensaba que las Leonas podían pelear un poco más. No surtió efecto la encendida arenga de la capitana Rocío Sánchez Moccia poco antes de iniciarse el último cuarto. El duelo estaba perdido: demasiado poderío de esa Naranja Mecánica que tiene memorizado cada movimiento para conservar mayormente el control, al margen de haber recibido algunos córners en contra.
Si existe un mérito en las Leonas es que han sido las principales retadoras de Países Bajos en lo que va del siglo. Conforman el equipo que más ha amenazado a las vigentes campeonas mundiales y olímpicas, al intentar arrebatarles el cetro en las finales de la última Copa del Mundo en Terrassa-Amstelveen 2022 y en los Juegos de Tokio 2020.
Era posible que aquellas primeras Leonas de Sydney 2000, que sorprendieron a todos al alcanzar la medalla de plata, fueran apenas un boom o una moda deportiva pasajera. Pero aquel equipo de Sergio Vigil –pergeñado desde la coordinación por Luis Ciancia- ya había echado bases bien sólidas, con perspectiva de futuro. Al punto de que, a partir de allí, Argentina siempre se metió en las semifinales de los principales torneos FIH, con excepción del 7° lugar en Río 2016. Carlos Retegui y Gabriel Minadeo ayudaron decididamente a fortalecer a la Argentina entre las mujeres, siempre entre los primeros tres puestos del ranking (hoy son las N°2).
Las Leonas eran –y son- una potencia. Una advertencia continua para cualquier seleccionado. Y los talentos siguen aflorando en cualquier rincón de la Argentina, así como también como capaces entrenadores que se exportan al mundo. Hace rato que el hockey sobre césped es una usina imparable en nuestro país, a partir del rol social y deportivo que cumplen los clubes. Claramente, es el deporte N° 1 entre las mujeres, seguramente por encima del voleibol. Solo que Países Bajos se ubica casi siempre en un escalón superior y se separa del resto a partir de una infraestructura mucho mejor preparada a todo nivel. No hay punto de comparación, si incluso se mide por lo que ocurre en el Cenard, con la cancha de hockey inutilizada por falta de mantenimiento.
Lo mental también juega su parte. En 2012, el argentino Maximiliano Caldas –formado en Muni- dirigía a las chicas de Países Bajos. Durante aquel Champions Trophy de Rosario, explicaba la filosofía de sus jugadoras y cómo se enfocan en los partidos, quitándole peso a los grandes enfrentamientos: “El riesgo de jugar siempre ‘contra’ alguien o de querer ganarle a ese equipo solamente, bajo el contexto de un clásico, te hace olvidar de tu propio juego y te consume muchas energías. Nosotros siempre nos ponemos ante un espejo para saber quiénes somos y cómo jugamos. Estamos enfocados sólo en lo que queremos ser”.
La frase de Caldas es toda una muestra de cómo se ADN continúa hasta hoy, una fórmula no infalible, claro, pero que les ha dado enormes resultados, a juzgar por todos los logros de las últimas dos décadas. Un verdadero imperio que apenas perdió algunas batallas en todo este tiempo, pero que domina la gran guerra deportiva del hockey sobre césped, si se mide por largos períodos.
La experiencia en París valdrá definitivamente la pena si las chicas no bajan los brazos para lo que falta. La sensación será totalmente distinta si este plantel se vuelve con la medalla de bronce, como sucedió en Atenas 2004 y Pekín 2008. Las jugadoras de aquellas dos aventuras olímpicas bien podrían rememorar aún hoy cómo les cambió el semblante ante la conquista del tercer escalón del podio. Queda no resignarse y a intentarlo de nuevo ante las inconmovibles reinas de este deporte.