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El debate universitario atrasa, es analógico no digital

En la historia reciente, las rebeliones estudiantiles han cambiado varias veces a la sociedad de manera radical. Si analizamos con objetividad la realidad actual de Occidente, desde la vida cotidiana hasta los desafíos que enfrenta en ciencia y tecnología, veremos en ella más huellas de las rebeliones juveniles del siglo XX que de la Revolución de Octubre.

Mayo del 68 fue un hito en la historia del pensamiento, de la política, y fue el principio del fin del comunismo burocrático. Fue una revolución desmesurada, como todas las que expresan pulsiones juveniles. No realizaron del todo su lema “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, pero terminaron con el gobierno de Charles de Gaulle, produjeron una hecatombe intelectual y dejaron obsoleta a la vieja izquierda.

En esa época aparecieron las revoluciones de fondo que corroerían las bases de la sociedad conservadora: el rock y el movimiento hippie. Los Beatles, los Rolling Stones, Pink Floyd, los musicales, Woodstock y una constelación de artistas difundieron un mensaje que cuestionaba la ética y las costumbres del pasado, que llegó a más gente que la obra de Lenin. El lema “Peace, flowers, freedom, happiness” opacó finalmente a las consignas proletarias. La ruptura de la cultura tradicional tuvo que ver directamente con su difusión.

Es lógico que la tercera revolución industrial tenga lugar en las universidades de California, la de Berkley, en donde los jóvenes se movilizaron para terminar con la Guerra de Vietnam y la de Stanford. En la ciudad de San Francisco, estuvo Haight-Ashbury, la capital psicodélica del movimiento hippie, de la contracultura, la música y los Diggers, un grupo anarquista que tenía locales para regalar todo lo que conseguía, porque suponía que vender los objetos era una perversión capitalista.

Rogelio Alaniz escribió en una nota: “Ser joven, ser rebelde, ser bello, excita la imaginación y la libido. Hay que rebelarse contra los padres, contra los profesores, contra los consejos sensatos de los viejos, y desde el siglo XX hay que asustar burgueses. Lo importante de las ideologías es que sean radicalizadas; poco importa que sean de derecha o de izquierda” –“minucias teóricas”, diría Roberto Arlt–.

El balance histórico enseña que en la mayoría de las ocasiones los estudiantes estuvieron equivocados porque sus ideales eran desmesurados, o porque con los años se reconciliaron con su clase social, o porque sencillamente fueron derrotados cuando no manipulados. Lo que se conoce como movimiento estudiantil nunca fue mayoritario ni le importó serlo. Hablaban en nombre de todos los estudiantes, pero ellos, incluso en su diversidad, nunca dejaron de ser una minoría intensa”.

Mayo del 68 en París fue un hito en la historia del pensamiento y de la política, y fue el principio del fin del comunismo burocrático

Siendo muchas veces pocos, los jóvenes han producido acontecimientos importantes, porque logran fácilmente el apoyo, efímero pero intenso, de amplios sectores sociales. Recordemos las movilizaciones de los últimos años, que en Chile pusieron en crisis la Constitución y llevaron al poder a Gabriel Boric. Años antes, las protestas en contra del ajuste económico terminaron con el gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, los jóvenes ecuatorianos asumidos como “forajidos” depusieron a Lucio Gutiérrez. Podríamos quedarnos sin espacio en el artículo para enumerar otras conmociones causadas por rebeliones juveniles en todo el mundo, incluida la Primavera Árabe, que normalmente han tenido el encanto y la peligrosidad de la desmesura.

Quienes nos iniciamos en la política a la sombra de la Revolución de Mayo creíamos que había poco lugar en el mundo para el mundo, que el que cumple 20 años se convierte en traidor. La vida nos enseñó que todos pasamos de esa edad. Estando por cumplir mis primeros 80 años, trato de conservar la frescura mental de ese tiempo, promoviendo cursos, trabajando para armar el mejor posgrado de política práctica del mundo. Me queda la desmesura.

La universidades son el epicentro del progreso actual, como lo fueron las fábricas en la primera revolución industrial. El progreso de los países más prósperos y de su poder avanza en hombros de los descubrimientos de la ciencia y del avance tecnológico. Veamos algunos ejemplos.

El país capitalista autoritario más exitoso, en estos términos, es China. El puerto de aguas profundas de Yangshang, en la provincia de Shanghai, es el puerto de contenedores más grande del planeta. Maneja 20 millones de contenedores al año, más que los que arriban a todos los puertos de los Estados Unidos. Es llamada la terminal del diablo porque reina el silencio y la precisión absoluta de sus trabajos. Los buques son descargados por grúas inteligentes y containers transportados en vehículos autónomos, controlados por una inteligencia artificial, sin intervención humana directa. Opera todas las horas del día, los 365 días del año. Este portento de la técnica ha sido creado por científicos de la Universidad de Beijing que, como otras del país, produce conocimientos que cambian no solo la vida cotidiana de los chinos, sino que también pueden cambiar la especie, con sus estudios genéticos.

En los Estados Unidos está Silicon Valley, el centro líder de la innovación y desarrollo de alta tecnología del mundo, que recibe un tercio del total de la inversión de capital de riesgo de los Estados Unidos. Nació por iniciativa de un profesor de Stanford, Frederick Terman, que promovió que muchos terrenos de la universidad, que no estaban siendo utilizados, sirvieran para un desarrollo inmobiliario e intelectual, incentivando a estudiantes y graduados a vivir allí, ayudándoles a conseguir capital de riesgo.

Las universidades de los países ricos colonizan el cosmos y aquí reclaman una mejora salarial para los profesores

Consiguió su primer éxito cuando dos graduados, William Hewlett y David Packard, fundaron la compañía Hewlett-Packard en los predios de la universidad. En 1951 se amplió el proyecto, con la construcción de una serie de pequeños edificios industriales, alquilados a muy bajo costo a compañías técnicas, que conformaron el Parque Industrial de Stanford. En los terrenos de la Universidad de Stanford y en otros que luego se fueron integrando, están varias de las empresas más importantes del mundo como Adobe, AMD, Apple, Cisco, Ebay, Google, Hewlett-Packard, Intel, Nokia, Oracle Yahoo!, Tesla Motors, Nvidia, PayPal, Meta, Rappi y Twitter, Microsoft, Adobe, Amazon, Intel. Silicon Valley es también una de las zonas más ricas del mundo: según los informes, en 2022 vivían en la zona 84 multimillonarios.

Escribo este artículo gracias a la tecnología desarrollada en el Valle, todos tenemos en nuestra casa artefactos que tienen ese origen, nos comunicamos con celulares, el gran medio de comunicación entre los seres humanos, que influyen en las elecciones que se celebran en todos lados, desarrollados en el Valle del Silicio.

Son estos temas y estos ejemplos los que deberíamos analizar para pensar en los cambios que necesitan las universidades latinoamericanas para desarrollarse. Cumplieron un gran papel en la sociedad analógica pero necesitan dar un enorme salto para ocupar un lugar de vanguardia en la sociedad digital.

Desgraciadamente, el debate que se da en la región es muy pobre. La mentalidad antigua hace creer que acumular máquinas de escribir puede ser una alternativa al desarrollo de la computación cuántica, pero esa es una equivocación. Nos ha tocado vivir el inicio de una edad en la que cambió el espacio-tiempo. Nada de lo que usamos tiene que ver con lo que aprendimos. Los millones de cálculos que hacen los satélites y los observatorios astronómicos que navegan en el espacio no se pueden hacer usando las tablas de logaritmos que aprendimos a manejar en el colegio.

La discusión del tema universitario de las últimas semanas ni siquiera se ha referido a estos temas. Parecería que el tema de fondo para las universidades y los jóvenes argentinos que las apoyan es solo contable.

Desde el Gobierno, hay funcionarios que dicen que lo importante es alfabetizar y que las universidades se dejen auditar por alguna oficina. Ambas cosas están bien, pero no tienen nada que ver con la posibilidad de que el país se ponga a la vanguardia del mundo en la ciencia y tecnología y cumpla la meta que se puso Javier Milei de convertir a Argentina en uno de los cuatro polos más importantes del mundo que desarrollan la inteligencia artificial. No podemos explorar el cosmos desde una terraza de la Ciudad de Buenos Aires manejando una lupa o logrando que estén en orden los cuadros contables de las oficinas universitarias.

Lo que es comprensible en burócratas con escasa formación intelectual es inconcebible en los jóvenes que defienden la educación universitaria. Mientras las universidades de los países ricos están, literalmente, empezando a colonizar el cosmos y cambiando todo de manera radical, la demanda de las universidades argentinas termina siendo un educado reclamo por una mejora salarial para los profesores.

Los cibernautas de todas las edades sentimos que se necesita un cambio radical en la política y en la sociedad, y más todavía los jóvenes. Insisto en que sentimos esa necesidad, no necesariamente la pensamos. Todos somos cibernautas y andamos con una computadora en el bolsillo. Una protesta tan burocrática y carente de utopía como la de nuestras universidades no moviliza a nadie. Resulta más joven la desmesura de Javier Milei cuando grita “Viva la libertad carajo”.

El principal problema de América Latina es la educación. Aunque los contadores vigilen los balances de las universidades, nuestros países se quedarán cada vez más atrasados si la educación y la investigación científica siguen desconectadas de la realidad y del desarrollo. Si algunos de los activistas que discuten sobre las maldades del capitalismo repitieran su discurso en la China comunista, serían recluidos en un instituto psiquiátrico por anacrónicos.

Nuestros países no podrán progresar mientras los jóvenes no se ubiquen en la realidad pidiendo lo imposible. No hay por qué aceptar que los latinos somos inferiores, incapaces de estar en la vanguardia tecnológica del mundo. Nuestras universidades deben alojar a tantos premios Nobel como Stanford./Jaime Durán Barba