El reciente quiebre del bloque radical en la Cámara de Diputados, con la partida de doce legisladores encabezados por Facundo Manes y Martín Lousteau, ha sacudido el tablero político de la Unión Cívica Radical (UCR). La escisión revela profundas divisiones en el histórico partido centenario, que ahora se debate entre la autonomía de una minoría rebelde y el control mayoritario de aquellos alineados con la estrategia del oficialismo libertario. El conflicto no solo marca una fisura interna, sino que expone el dilema de identidad y rumbo que enfrenta la UCR en un escenario político en reconfiguración.
La grieta en el bloque radical se profundizó tras una serie de desencuentros sobre la postura frente a los cinco diputados identificados como “radicales libertarios”, quienes en votaciones clave, como las relacionadas con jubilados y universidades, inclinaron la balanza en favor de la agenda del gobierno de Javier Milei. Los sectores afines a Manes y Lousteau exigieron la expulsión de estos legisladores, al considerar que su alineación con «el león» contravenía los principios del partido. Sin embargo, el jefe del bloque, Rodrigo de Loredo, optó por una solución intermedia que consistía en un compromiso de lealtad que nunca llegó a concretarse.
La propuesta de De Loredo de establecer una mesa de diálogo fracasó de manera rotunda. Las tensiones fueron evidentes desde el inicio: desacuerdos sobre el lugar de la reunión, reproches cruzados y la negativa a abordar temas clave terminaron por sellar la ruptura. En ese contexto, los doce diputados disidentes anunciaron su salida del bloque, señalando la «complacencia» del sector mayoritario con los radicales libertarios. La escisión quedó así consumada, dando lugar a dos visiones distintas dentro del partido: la búsqueda de autonomía del sector minoritario y la inclinación hacia acuerdos con el oficialismo libertario del grupo mayoritario.
En esta coyuntura, Lousteau y Manes optaron por lo que podría definirse como ser “cabeza de ratón”. Al separarse, evidencian un deseo de mantener una identidad propia, alejándose del bloque mayoritario que, a su juicio, ha perdido el rumbo al permitir la influencia de los libertarios. El movimiento, aunque minoritario en términos numéricos, busca capitalizar una libertad de acción que les permita delinear una estrategia electoral diferenciada de cara a 2025, con miras a construir una opción política que no dependa de la voluntad del oficialismo.
Sin embargo, la jugada no está exenta de riesgos. Al ser un bloque de menor tamaño, la capacidad de influir en las decisiones legislativas se ve reducida, y la apuesta por una identidad más «pura» dentro del partido puede resultar insuficiente frente al pragmatismo de los números. Lousteau, presidente de la UCR, puede jactarse de mantener los resortes formales del partido, pero ha quedado expuesto como un líder sin capacidad de consolidar la unidad interna. Es una victoria pírrica, no concreta, al tener que liderar una fracción que representa a menos de la mitad del bloque original.
Del otro lado, Rodrigo de Loredo ha optado por una postura más pragmática, que los de Manes y Lousteau desdeñan: convertirse en “cola de león”. La decisión de no expulsar a los diputados libertarios responde a la necesidad de mantener cohesión en un momento en que la gobernabilidad se vuelve un activo valioso. La presencia de los radicales afines a Milei en el bloque permite al partido contar con un número mayor de diputados, lo que refuerza su capacidad de negociación tanto en el Congreso como en sus interacciones con el oficialismo.
El sector mayoritario, que incluye todavía a figuras equidistantes como Julio Cobos y Mario Barletta, parece inclinarse hacia una política de acuerdos que permita cierta estabilidad legislativa, aunque implique ceder en algunos principios doctrinarios. El compromiso fiscal es el límite que los libertarios impusieron cuando se les quiso hacer firmar un contrato para avalar las decisiones mayoritarias del bloque, una maniobra ha sido interpretada por los disidentes de Lousteau y Manes como una claudicación.
El trasfondo de la fractura en la UCR es más profundo que un simple desacuerdo sobre la relación con los libertarios. Se trata de una pugna por el alma y el control del partido, donde se debaten el peso de la historia y el pragmatismo frente a la identidad. La UCR, que en otros momentos históricos supo ser un contrapeso importante frente al peronismo, se encuentra ahora en un dilema similar frente al ascenso del libertarismo
Si se opone sostenidamente al gobierno juega el juego del kirchnerismo y va en vías de abrazar nuevamente a Cristina Kirchner (como lo hicieron los Moreau, Leandro Santoro y Ricardo Alfonsín por nombrar algunos). Si acuerda sostenidamente con Milei, será parte del oficialismo. La segunda opción tiene una variante: quienes en el radicalismo ven la fusión como una posibilidad de moderar al libertarismo para lograr un nuevo Juntos, el camino que propone el sector ligado a Maximiliano Abad y Karina Banfi.
Para Lousteau y Manes, la separación les otorga una libertad de acción que consideran crucial para encarar los próximos desafíos electorales. Sin la carga de los compromisos con los libertarios, pueden buscar alianzas y presentar una alternativa radical que aspire a captar el voto desencantado con la polarización actual. Sin embargo, al fragmentar al partido, también han reducido su capacidad de fuego. En el mejor de los casos, serán como El Frente Renovador en Unión por la Patria, un accionista minoritario. La cabeza de un ratón enjaulado.