Desde su fundación 26 de junio de 1891 por Leandro N. Alem., la Unión Cívica Radical (UCR) ha estado marcada por constantes luchas internas, ideológicas o estratégicas, que han debilitado al partido en momentos clave de la historia argentina. El radicalismo es un partido que ha crecido y sobrevivido en la crisis, pero también ha sufrido fracturas internas que han erosionado su capacidad de liderazgo. Una de las primeras divisiones importantes se produjo entre personalistas y antipersonalistas (1924-1931). Tras la muerte del expresidente Hipólito Yrigoyen, el partido se dividió entre quienes defendían su legado y aquellos que lo consideraban una figura autoritaria. Esta fractura facilitó el golpe militar de 1930 que derrocó a Yrigoyen en su segundo mandato, mostrando incapacidad para mantener la unidad en momentos críticos.
Otra gran escisión ocurrió durante la dictadura que siguió al derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955. La UCR se partió entre dos sectores: UCR Intransigente (UCRI), liderada por Arturo Frondizi que abogaba por ideas desarrollistas, y UCR del Pueblo (UCRP), encabezada por Ricardo Balbín, con un enfoque más clásico y antiperonista.
Esa división, lejos de consolidar un proyecto opositor fuerte, profundizó las debilidades internas del partido.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), el surgimiento de la Coordinadora, un grupo de jóvenes con ambiciones políticas, marcó otro episodio de tensiones. Diferencias entre la nueva generación y los dirigentes tradicionales complicó la gestión y sembró discordias que aun perduran.
Fernando de la Rúa (1999-2001), surgido de la Alianza con el Frepaso, es otro ejemplo de cómo las peleas internas minaron al radicalismo.
Hoy, la UCR atraviesa la que quizás sea su peor crisis. Las recientes elecciones internas en la provincia de Buenos Aires han expuesto la pugna por el control partidario, con maniobras extorsivas y prebendas para sostener una estructura de poder desgastada. Lejos de ser un espacio de innovación, la dirigencia radical se ha convertido en una maquinaria que prioriza sus intereses personales por encima del bien común.
Intentos recientes de la UCR por aliarse con el PRO, como en la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta, también fracasaron, profundizando la sensación de un partido que lucha por mantenerse relevante pero carece de dirección. El riesgo es claro: el radicalismo podría firmar su certificado de defunción como actor político relevante o, en el mejor de los casos, convertirse en un partido irrelevante, apenas sostenido por un grupo minoritario de sobrevivientes.
Sin embargo, no todo está perdido. A pesar del ocaso de su dirigencia nacional, el radicalismo conserva liderazgos locales fuertes en provincias Carlos Sadir (Jujuy), Gustavo Valdés (Corrientes), Alfredo Cornejo (Mendoza), Maximiliano Pullaro (Santa Fe) y Leandro Zdero (Chaco). Además, la UCR mantiene presencia significativa en 28 municipios del interior bonaerense, donde sigue siendo un actor relevante.
Si la crisis interna del radicalismo persiste, se abre una ventana de oportunidad para otras fuerzas políticas, especialmente para un ala del PRO que podría captar a los sectores desencantados del radicalismo. En un contexto donde La Libertad Avanza, liderada por Javier Milei, todavía lucha por consolidar su estructura organizativa y presencia territorial, el PRO podría emerger como un espacio más previsible y coherente (aunque esto deberá demostrarlo). La provincia de Buenos Aires es clave y donde la necesidad de organización interna es fundamental para el éxito político por su peso en votos.
El problema de La Libertad Avanza es que, a pesar de su crecimiento vertiginoso, aún muestra signos de desorden y una base ideológica que tiene un «aroma» más peronista que liberal para algunos. Su falta de estructura podría convertirse en su talón de Aquiles para las próximas elecciones legislativas.
La UCR, un partido que fue fundamental en la construcción de la democracia argentina, hoy parece atrapada en su decadencia. La pregunta es si podrá reinventarse desde adentro o si será absorbida por otras fuerzas. ¿Renovación o desaparición?
Como tantas veces en su historia, el radicalismo está en una encrucijada: o encuentra el camino hacia la renovación, o quedará relegado como un actor del pasado, incapaz de adaptarse a las demandas del presente.
“Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo “Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!” .” Leandro Alem./Eduardo Reina