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 «Los políticos tienen que dejar de ser tan moderados porque con eso no se llega»

Eduardo Fidanza advierte que, para enfrentar a fenómenos como el de Milei, Bolsonaro o Trump, los líderes deben adaptarse a las nuevas formas de la política o arriesgarse a ser irrelevantes. “Sin establecer la raya entre ellos y nosotros, sin usar los recursos de la comunicación, no se llega”, explicó. Además: la influencia de las nuevas tecnologías en la política, las razones del triunfo de Trump y el rol de Cristina Kirchner en la transición del peronismo.

A continuación el diálogo con Perfil

En el pasado, el malestar de las sociedades se canalizaba a través de la izquierda, que le echaba la culpa de los males a los más ricos, la famosa lucha de clases. Mientras que los movimientos de derecha, como el fascismo y el nazismo, frente al malestar social, le echan la culpa al de al lado. Como ahora al planero o al inmigrante. ¿Qué reflexión te merecen estos cambios que cada tanto hacen las sociedades? ¿Es algo que cíclicamente va y viene o es una tendencia que puede llegar para quedarse?

Los resultados de Estados Unidos son desafiantes para los que reflexionamos, pensamos y analizamos. Yo inscribo estos resultados en lo que podríamos llamar, en términos generales, un “malestar con las élites”. 

Este punto de las élites me parece muy importante. Recordé en estos días una lectura muy inicial de cuando yo estudiaba sociología, un libro clásico que se llama “La élite del poder”, del sociólogo Charles Wright Mills, que era también un contestatario en aquella época. Allí lo que se dice es que el análisis del poder muestra estructuralmente un estrato dominante que distingue a los políticos, los militares, los sindicalistas, los medios de comunicación, que tienen cierta lógica y ciertas complicidades.

Creo que hay dos formas interesantes, entre tantas, de analizar los fenómenos políticos y sociológicos: desde la perspectiva de la ideología o desde la lógica del poder. Esto me parece que está pasando, sobre todo en las democracias occidentales. Hay algo que no está cerrando, en términos de la estimación política, en relación con el capitalismo. Una de las razones del triunfo de Trump es el estancamiento económico y la disparidad de oportunidades de los norteamericanos medios y bajos, frente a las élites.

Llama la atención que, en lugar de ver que el problema está en la concentración de esta “nueva oligarquía económica”, que concentra el 60% del producto bruto de Estados Unidos en un 10% de la población, lo que hubiera sido la respuesta imaginable del siglo XX, se considera que el problema está en el de al lado. ¿No es así?

Hay un tema muy importante que todavía queda por descifrar. Es una conjunción de factores que son transversales, al menos en occidente. Es una transformación muy profunda de las subjetividades y de las costumbres condicionadas por una revolución tecnológica que es permanente.

Uno se puede hacer la pregunta en general de las transformaciones, por ejemplo, en la política antes y después de los celulares y de las redes sociales. Lo que tenemos es un fenómeno de polarización. Entonces, como bien decís, el votante no hace el análisis sociológico, económico y político que hacemos nosotros, sino que esa desigualdad la vive en términos de un resentimiento que los líderes populistas alimentan en un contexto donde, lo que podíamos llamar “valores”, como la conversación democrática, el respeto en términos de estilo, etcétera, pierden valor, para adquirir fuerza la polarización, que yo te diría ya que no es ideológica.

Por ejemplo, comparar la grieta de Cristina con la grieta de Trump o Milei. La grieta de Cristina uno la puede enmarcar en términos ideológicos. Podemos decir que “es una forma populista de la lucha de clases”, “yo represento a la clase oprimida y lo puedo justificar, tú representas a la clase opresora”, etcétera. Esto es de otra índole. Esto es, como se dice, pulsiones de odio, de resentimiento, de violencia verbal retórica, pero también física. Estamos en otro estadío que tenemos que ir analizando. Lo que sí estoy seguro es que es una lógica completamente distinta a la de la democracia liberal, por eso la democracia liberal está sufriendo un declive histórico en esta época.

¿Qué diría hoy Max Weber?

Me pregunto que diría Max Weber, y me pregunto nosotros, que tratamos de combinar el periodismo con una densidad intelectual, ¿cómo vamos a narrar, desde nuestra perspectiva, estas transiciones y estos cambios?

Hay tres formas paradigmáticas de narrar. Una es la optimista. Cuando uno ve lo que dicen los libertarios o los seguidores de Trump, ve la forma optimista. También era optimista el manifiesto comunista. Es una forma de narrar, en este caso de mostrar el advenimiento de una nueva época, aunque es cierto que el optimismo de Marx era intelectual e ideológico y este optimismo tiene otras características.

Después, hay una forma de narrar pesimista, y ahí viene Weber. Al final de La ética protestante, construye esa imagen magnífica de “la jaula de hierro”. ¿Qué quiso decir? Bueno, que el capitalismo naciente de inversión y producción, de transformación de la naturaleza, era una vocación que tenía sus antecedentes en el luteranismo y la religión. Pero dice, cuando llega el capital financiero, por ejemplo, ese cofre pierde la vocación, y se convierte en una jaula que te atrapa. Y se pregunta Weber si volverán los antiguos dioses, es decir, los antiguos valores. Bueno, esa es una narración pesimista.

Tratando de descifrar esto, recordé un texto que sería representante de la tercera opción, que yo le llamo “ambigua”, la que busco un balance. Recomiendo un texto, Utopía y desencanto, del intelectual italiano Claudio Magris, escrito a finales del siglo pasado como un balance. ¿Qué aparece ahí? Un contrapeso entre lo que podríamos llamar “las cosas negativas”, pero también evaluaciones positivas

Por ejemplo, en el tema de la Inteligencia artificial, algunas narraciones sobre este tema son extremadamente pesimistas, mientras que otras son ingenuamente optimistas. Luego, hay narraciones que son balanceadas. Me parece que Weber sería pesimista, y creo que nosotros debemos hacer un balance entre progresos y retrocesos, un balance que, además, hoy está en muchos intelectuales, en gente que dice: “bueno, la democracia occidental está en declive, pero veamos la gente que salió de la pobreza en los últimos 50 o 60 años”.

Ese tipo de balances creo que también los tenemos que hacer, porque tenemos que describir una época de transición, para muchos de nosotros muy dolorosa, pero se trata de analizar con amplitud de miras.

Me llama la atención, respecto a lo que mencionás de la revolución tecnológica, cómo se ha puesto la mirada en el concepto de “verdad”, y cómo eso abre un horizonte bastante complejo, en especial para la democracia…

Yo creo que ahí tenemos que pensar, porque finalmente el resultado de una elección es el resultado del voto de las personas. Uno podría decir abstractamente que hay un ciudadano medio que define. Creo que tenemos que tratar de entender qué le importa a la gente y qué no le importa a la gente. 

Yo cito en mi última columna en Perfil un artículo que me pareció sumamente interesante, de un ex periodista que dice “yo me fui de Nueva York a recorrer Estados Unidos profundo porque quería escuchar a la gente que vive allí y tratar de entender”. En un momento llega la conclusión que llegamos nosotros, dice que a los trabajadores norteamericanos les importa más el día de la paga, o llegan a fin de mes, que lo que pasó el 6 de enero con el asalto al Capitolio.

Bueno, entonces, quiero decir en primer lugar tratemos de descifrar qué es lo que a la gente le está interesando. Uno lo que ve es que, a medida que las instituciones occidentales, liberales y democráticas no generan progreso. Una sociedad tiene que progresar. En Estados Unidos, la máquina de progreso está rota. 

Entonces, empecemos por ver eso, y también por analizar cómo la tecnología ha transformado la vida de la gente. La gente tiene, mediante el celular, un acceso, por un lado, a muchísima información, pero por el otro muchos recursos embrutecedores. 

Alguien muy inteligente me decía, “ojo, hay un trasfondo de idiocracia”. Es decir, de embrutecimiento, de la pérdida en el aprecio de ciertas cuestiones. Bueno, lo que tenemos que hacer es escribir una transición, fijar un horizonte, y no dolernos porque nuestro mundo está perdiendo su parámetro, sus valores, etcétera. Esa es la función que yo creo que tenemos que tener los intelectuales, por eso hablo de una forma de narrar que sea balanceada, ni optimista ni pesimista.

Yendo un poco a Argentina, aquí la discusión política pasa alrededor de Milei. Algunos dicen que, en la política, para enfrentar a Milei hace falta “un Milei en sentido contrario”, para decirlo en pocas palabras. No un líder que sea democrático, respetuoso de las instituciones, sino al contrario. ¿Compartís esta mirada? 

Sí. Yo escribí en Perfil una nota titulada Guión realista para opositores. Cuando la releo me arrepiento un poco de haber escrito con tanta crudeza, pero el argumento es que yo llego a la conclusión de que, al menos para acceder al poder, no quedan otras herramientas, si estamos en un plano de ideología, al menos de trazar la línea de Laclau en La razón populista, y volver a la lógica de “ellos” y “nosotros”. 

Estamos en un mundo que no reflexiona y no piensa en términos ideológicos, sino en pulsiones emocionales, discursos de odio, etc. Sin establecer la raya entre ellos y nosotros, sin usar los recursos de la comunicación, no se llega. Sin devaluar realmente o dejar de lado las reflexiones complejas, pero vamos a necesitar un líder carismático y todos esos elementos. 

A mí me gustaba la propuesta de Horacio Rodríguez Larreta, me parecía la más razonable, lógica, moderada, pero está lejísimos, lamentablemente, de lo que la sociedad quiere. Hay que construir algo de lo cual nos avergoncemos un poquito, pero que sea realista, porque si no, no se recupera. Esa es la paradoja. Dejen de ser tan moderados, porque con eso no se llega. O retomamos el poder, o construimos un centro de estudios filosóficos y políticos.