El desembarco de la serie Adolescencia a la plataforma digital Netflix (creada por Jack Thorne y Stephen Graham y dirigida por Philip Barantini) expone, como pocas veces se ha visto, una problemática social que tiene que ver con las dificultades que deben afrontar los adolescentes a la hora de relacionarse con sus pares y sentir en carne propia el rechazo, sobre todo del género femenino. Una situación que repercute de lleno en esa etapa de transición entre la niñez y la adultez.
En el caso de la “cultura” incel, término que proviene de la abreviatura en inglés de “célibe involuntario” (‘involuntary celibate’), basa su estructura en un movimiento que agrupa a individuos, mayoritariamente hombres jóvenes, que se sienten rechazados sexual y socialmente, desarrollando un fuerte resentimiento hacia las mujeres y a la sociedad en general. Son, en definitiva, estructuras de personalidades en las que el rechazo resulta intolerable.
Odio, misoginia, frustración y vulnerabilidad son tan solo algunos de los factores que pueden llevar a un hombre o a un adolescente –en el caso de la serie, un chico de 13 años– a formar parte de ese nueva tendencia que ahora toma relieve y trascendencia, sobre todo de la mano de diferentes influencers, como Andrew Tate (ver recuadro abajo).
Conceptos. “Es un espacio de violencia en el que el odio se centra, nuevamente, en la mujer. En especial, cuando el hombre es rechazado, que le resulta intolerable”, explica a PERFIL Charo Maroño, doctora en Psicología e integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “El odio hacia las mujeres puede estar fundamentado en distintos motivos. Uno puede ser esa cuestión de sometimiento, en la que el hombre no quiere perder el poder sobre la mujer. Otro puede ser que a la mujer se la vea impura, como un objeto de deseo, que promueve en el hombre sus pasiones más profundas. También con homosexualidades reprimidas y hasta con los vínculos establecidos entre el varón y la madre”, asegura la especialista en niños y adolescentes de APA. “Son niveles de ira, odio y furia, los psicoanalistas dirían ‘furia narcisista’, que sufre el adolescente que al quedar expuesto, maltratado, y hasta ridiculizado, pueden ser el fósforo que enciende la mecha y genera una situación extrema, como puede ser un crimen, tal como ocurre con el chico de la serie”, completó Maroño.
“Si bien es un fenómeno que existe desde hace algunos años, ahora pareciera que la movida de los incels se tornó más organizada. Las redes les dieron cierta cohesión a estos grupos que estaban más desperdigados, o no tenían tanta difusión, y les permitieron organizarse de otra manera”, afirmó Alejandra Doretti, psiquiatra y psicoanalista de APA.
“Los incels nos hacen reflexionar sobre las dificultades que tienen los adolescentes al momento de acceder a la sexualidad, ya más como actividad genital. Si bien existen chicos con buenas vincularidades, y su autoestima más o menos armada, no viven ese paso de una manera aterrorizadora, ni piensan que les va a ir pésimo. Pero ahora, hay un grupo como son los incels, que tienen la sensación de que esto es una tarea imposible por sus propias inseguridades, y tienden a proyectarlo, lo ponen afuera. El perseguidor es la mujer, ya que es quien los rechaza. Aunque lo nieguen, estos grupos son muy misóginos, al punto de proponer la violencia de género. Creo que es una manera de resolver lo conflictiva que resulta ser la sexualidad de la peor manera, que es colocando un perseguidor afuera”, señaló Doretti, en su charla con este diario.
Consultada sobre si este grupo constituye una cultura o un movimiento, Agustina Fernández, psicoanalista y miembro titular de APA, sostiene que “dentro de la cultura contemporánea hay como una convivencia de distintos factores y de repente surge algo, que sobresale bastante, que son los grupos extremistas. Que, por si fuera poco, se expresan con más fuerza a través de las redes sociales”.
“Y es ahí en donde se desarrollan sobre todo cuando aparece alguien con una sensibilidad particular, con un autoconcepto un poco más débil o con cierta fragilidad narcisista, y se agarra de estos personajes para tomar fuerza, lo que se llama hacer grupo. En patota somos todos más valientes, tal como puede pasar con las barras bravas o los grupos de rugbiers”, graficó la profesional de APA. “Pero más allá de todo esto, lo importante es que esta realidad se visibilizó, está detectada y se trabaja en consecuencia”, completó.
Sobre el rechazo que pueden experimentar los adolescentes, Fernández explica: “A todos nos han rechazado más de una vez. Y no solo eso. Nos van a rechazar alguna vez más todavía. Si nos rechazó la chica que nos gusta, también nos va a rechazar un jefe en el trabajo. Además, hay que tener en cuenta que no nos va a querer todo el mundo, porque solo nos quiere la gente que nos rodea. Y eso es parte de hacerse fuerte en la vida, de poder atravesar ese umbral que es la adolescencia y entrar en algo que se llama adultez, que no todo el mundo lo logra”, enfatizó.
En relación con los efectos que puede llegar a generar en una persona, en este caso en un adolescente, ser rechazado, Fernández señala que “se dan dos circunstancias. Una es el odio del rechazo en sí, y la otra es la identificación con modelos que nos dicen que tenemos que ser agresivos frente a esa situación. Tal como ocurre con los influencers ahora. Hay un mecanismo que tiene que ver con la idealización y tiene que ver con lo que Sigmund Freud llamó ‘fenómeno de masa’, que ahora se produce en las redes sociales. La masa, los chicos, colocan al líder como un ideal a seguir, y lo que el líder dice que hay que hacerlo. La masa no lo cuestiona, o sea, el sujeto cuando tiene un funcionamiento en masa, funciona en conjunto con otros, no piensa, no discrimina lo que está bien y lo que está mal. Tiene ubicado al líder en el lugar del ideal, y no se lo cuestiona”, concluyó la psicoanalista.
Andrew Tate, la cara de la misoginia
C.C.
La serie Adolescencia deja abierto un debate en torno a la masculinidad tóxica y la exposición juvenil a ciertos discursos en redes sociales. En uno de sus episodios, se menciona de forma directa a Andrew Tate, un personaje real que ha sido vinculado con la difusión de ideas misóginas, y cuya figura ha sido clave en la conversación que la serie propone sobre el universo incel y la llamada “manosfera”.
Tate, exluchador profesional de kickboxing y figura mediática, fue expulsado en 2016 de Gran Hermano, edición británica, luego de agredir a una mujer. Desde entonces, ganó notoriedad y polémica en redes sociales, donde millones de seguidores lo ven como referente de una visión del éxito masculino basada en el dominio, la riqueza y la sumisión femenina.
Tate, junto a su hermano Tristan estuvo arrestado en Rumania hasta mediados de febrero luego de haber sido acusados de trata de personas, abuso de menores y lavado de dinero. Aunque se declararon inocentes, las investigaciones continúan abiertas, tanto en ese país como en el Reino Unido.
Perspectivas de una nueva cultura
Jorge Eduardo Catelli *
Desde una perspectiva psicoanalítica, la cultura incel puede interpretarse como la expresión sintomática de un conflicto en la constitución del sujeto deseante, especialmente en la transición de la adolescencia a la adultez.
Este fenómeno, que ha tomado fuerza en comunidades virtuales, encuentra su núcleo en la articulación de aspectos constitutivos de la subjetividad, en particular, en momentos de cristalización de la personalidad, al menos de ciertos aspectos centrales, tal como es la adolescencia, en relación con la sexualidad, la salida a la exogamia, en que se entraman el deseo, las limitaciones propias del encuentro con los otros y la dificultad central para elaborar el modo de encarar estas complejidades en el ser humano.
El término hace referencia a varones que se perciben a sí mismos como privados del acceso a la sexualidad debido a factores externos, lo que genera una narrativa de resentimiento hacia el otro, en particular hacia las mujeres y los varones que encarnarían un modelo de masculinidad exitoso.
Todo esto, como modo de expresión de las inhibiciones planteadas anteriormente, desde las particularidades de la subjetividad, pero en relación con los contextos sociales de consumo: ideales que producen un efecto de hegemonía y exclusión (ya sea de belleza, de éxito o bien de “deber ser” de una época), que reproducen, desde lo social, lógica cruel de la época y, desde lo subjetivo y, por lo tanto, singular, un atrapamiento, en relación con la constitución psíquica de cada quién. Esta situación puede ser entendida, en términos psicoanalíticos, como una posible fijación libidinal en un momento pre-edípico o de una identificación fallida con el ideal del yo, lo que resulta en una posición subjetiva de impotencia y agresividad desplazada.
En Argentina, si bien no existen estudios concluyentes sobre la expansión de esta cultura en adolescentes, se ha observado un incremento en discursos misóginos y de victimización en ciertos espacios digitales frecuentados por jóvenes. La alienación propia de la adolescencia, donde el sujeto debe enfrentar la pérdida de la omnipotencia infantil y la irrupción del deseo, puede favorecer la adhesión a discursos radicales que ofrecen un anclaje identitario frente a la angustia.
Indicios para tener en cuenta. El primer indicio de que un adolescente podría estar transitando por esta situación es un aislamiento progresivo, sumado a un discurso cada vez más polarizado respecto de las relaciones de género.
Otros signos de alerta incluyen:
◆ Expresiones de frustración extrema respecto de su imagen corporal y su autoestima.
◆ Identificación con comunidades en línea que fomentan la misoginia y la victimización masculina.
◆ Aumento en la agresividad, tanto en el discurso como en las interacciones familiares.
◆ Rechazo a experiencias sociales fuera del espacio virtual.