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Botana: “En el plano verbal estamos viviendo un momento autoritario que me parece preocupante”

“Estamos viviendo una tormenta reaccionaria: no sabemos si es reformista o solo destructiva”, así describe Natalio Botana al actual gobierno de Javier Milei. “Una cosa es reformar el Estado teniendo la visión de que es necesario tener un Estado en forma que provea bienes públicos y otra cosa es reformar el Estado porque lo consideran maligno”, agrega Botana, profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella.

Se trata de uno de los intelectuales públicos más importantes de la Argentina. Historiador, politólogo y académico, desde hace sesenta años Botana se dedica a estudiar y a escribir sobre liberalismo en la Argentina. Es autor de obras clásicas de la historiografía argentina como La libertad política y su historiaEl orden conservador y La experiencia democrática, entre tantas otras. Ahora, acaba de publicar la edición definitiva de La tradición republicana (Edhasa), una referencia ineludible para cualquier historiador que quiera escudriñar las figuras de Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.

Le preocupa profundamente la violencia verbal y sus posibles escaladas, los discursos de odio e intolerancia generados desde las esferas gubernamentales. Lo dice sin eufemismos: “En el plano verbal estamos viviendo un momento autoritario que me parece preocupante”.

Para Botana, vivimos en “la era de la humillación”. Y la gran tradición liberal que comenzó en el siglo XVIII se construye sobre el principio de la tolerancia. “El principio de la tolerancia significa que no hay humillación; significa que hay diálogo, significa que hay transparencia, significa que hay cordialidad cívica”, concluye.

-Además de historiador y politólogo, has ejercido el periodismo y naciste en una familia de periodistas. Tu tío Natalio Botana fue el fundador del diario Crítica. Hay un recuerdo tuyo muy particular del año 42, el año en que entrás por primera vez a una redacción. ¿Podrías reconstruirlo?

-Sí, puedo reconstruirlo fácilmente. La vieja redacción de Crítica o de LA NACION eran redacciones de estrépito: el ruido de las máquinas de escribir, el humo, se fumaba mucho y, sobre todo, había una interacción humana permanente. No había ninguna mediación de imagen. Ese aroma a tinta que impregnaba todo era inconfundible.

-Como conferencista has recorrido el país, no solo las grandes ciudades, sino los pequeños pueblos. Y en todos había un diario, un periódico. Esa imagen describe muy bien la Argentina sarmientina porque recordemos que los grandes liberales del siglo XIX que construyeron la Argentina eran, también, periodistas.

-¡Y qué periodistas! Sobre todo, Sarmiento, que fue un periodista paradigmático. Pero la primera parte de tu pregunta es muy interesante porque este país lo integraron el ferrocarril y los diarios, ¿no? Y ese es un recuerdo muy bello. El diario era un medio de comunicación y, sobre todo, de ilustración. Por eso me duele profundamente este ataque injusto, maligno, preñado de odio que se ha dirigido contra los periodistas desde las más altas esferas del gobierno.

«Estamos viviendo una etapa de violencia verbal; lo que yo llamo la tormenta reaccionaria. Y esa violencia verbal está marcada por la barbarie de la palabra».

-Es paradójico, ¿no? Es un discurso que invoca la palabra libertad y lo hace con iracundia y con enojo. Es un discurso que se presume liberal y que al mismo tiempo se muestra muy intolerante con las diferencias. “No odiamos lo suficiente a los periodistas”. ¿Qué te genera esta frase?

-En tiempos de la revolución francesa hay una famosa frase de una mujer: “Ah, la libertad, cuántas cosas se han hecho en tu nombre, ¿no?» Tiene que ver con el período jacobino de la revolución francesa y que en nombre de la libertad se cortaron cabezas. Bueno, no se están cortando cabezas hoy en la Argentina, pero estamos viviendo una etapa de violencia verbal; lo que yo llamo “la tormenta reaccionaria”. Y esa violencia verbal está marcada por la barbarie de la palabra. Me ha satisfecho bastante haber escuchado a León XIV hablar de la guerra de las palabras. Esto significa que esta violencia verbal, esta tormenta reaccionaria, no solo está en la Argentina, está en el mundo occidental. No me imagino que en China haya una tormenta reaccionaria porque es un sistema totalitario. Pero desde Estados Unidos hasta Buenos Aires estamos padeciendo esta tormenta reaccionaria, la violencia de la palabra es común hoy en el presidente de los Estados Unidos y en el presidente de la Argentina.

-La libertad de prensa es la madre de todas las libertades. Uno podría pensar que las relaciones entre los gobiernos y la prensa siempre han sido tirantes y la prensa siempre ha tenido un destino de asedio, de acoso. ¿Ahora es peor? ¿O es parecido a otras épocas?

-Varía según los países. Asombra, por ejemplo, que haya una violencia de tal estrépito en los Estados Unidos. Trump no es el primer presidente de los Estados Unidos que lleva a cabo una presunta restauración conservadora. Pero ha habido otros casos, como el de Reagan, por ejemplo, que respetó la libertad de prensa. De modo tal que en este momento estamos viviendo la radicalización de una tradición. ¿Por qué digo esto? Porque si volvemos un poquito atrás en la Argentina, durante el kirchnerismo, sufrimos este problema de la prensa, este tipo de acosos. Y no hablemos de lo que fue la Argentina de mi juventud o en tiempos del terror, donde prácticamente la libertad de prensa estaba anulada. El peronismo se creó en primer lugar controlando la prensa. Hay una tradición negativa que los demócratas tenemos que prestarle mucha atención. Porque es como un río subterráneo, a veces se aplaca, pero vuelve a la superficie. Y es lo que estamos viviendo en este momento. Me parece interesante y dramático a la vez comprobar una suerte de administración del odio que viene desde los sectores gubernamentales. Acá hay un fenómeno que sí es profundamente novedoso, que es la combinación de esta mutación científico-tecnológica que estamos viviendo en el país y en el mundo -las redes sociales, la inteligencia artificial- con visiones muy reaccionarias y muy antiguas de la política. En este momento hay una sincronía entre el progreso científico-tecnológico y la declinación política y moral. Este fenómeno no se está dando solamente en la Argentina. Es mundial: se está dando en Estados Unidos y en Europa Occidental con una resurrección de los grupos de extrema derecha. Y también desde luego está ocurriendo en la Argentina.

«¿Estamos ante una reacción destructiva o estamos ante una reacción reformista? Yo creo que en este momento están predominando estas nociones destructivas de que el Estado como tal es maligno»

-Vamos a hablar de la tormenta reaccionaria. ¿Cómo la describís?

-Aquí tenemos un nuevo liberalismo, que yo no lo llamo liberalismo sino libertarismo y que dice que lo único que importa es la acción espontánea del individuo en el mercado. Evidentemente hay un principio de razón ahí. Solamente a través de los mercados se va creando riqueza. Pero no podemos olvidar que, para tener una buena democracia y para tener una buena república, es fundamental necesitamos un Estado en forma: un Estado que sea reformado, pero que sea capaz de proveer bienes públicos. Y eso en este momento hoy en la Argentina está seriamente en cuestión. Tenemos un presidente que habla pestes del Estado. Dice que es un topo que quiere destruir el Estado. Ahora, si quiere destruir el Estado, ¿a qué tipo de sociedad vamos a llegar? Porque evidentemente no se concibe la tradición republicana y la tradición liberal sin un Estado en forma que contenga y que sea como el marco para la realización de la libertad. En la tradición republicana, ¿cuál era la obsesión de un Sarmiento? Instaurar la República, sí. Instaurar la libertad, sí. Pero fundamentalmente instaurar un Estado. Y eso en este momento está en discusión. Creo que es una discusión en alguna medida válida porque el populismo kirchnerista de los últimos 20 años destruyó el Estado en nombre del Estado. Fue una caricatura de lo que debería ser un Estado. La educación pública, la salud pública, el hospital público, que fue una de las creaciones más notables que tuvo la tradición liberal reformista, a la vuelta del siglo XIX y del siglo XX, todo eso está en cuestión. Entonces, uno se pregunta, ¿se está achicando el Estado? Es positivo. El Estado en la Argentina estaba lleno de privilegios de la peor calaña. Ahora, estoy de acuerdo si se reforma el Estado para instaurar bienes públicos de calidad. Pero no estoy de acuerdo si se reforma el Estado para eliminarlo. La tormenta reaccionaria de los Estados Unidos se hace en nombre de un proteccionismo conservador que está poniendo en jaque a los mercados internacionales. En la Argentina se hace en nombre de un libertarismo derogatorio. Ahora, ¿hasta dónde van a derogar? Porque una cosa es reformar el Estado teniendo la visión de que es necesario tener un Estado en forma que provea bienes públicos y otra cosa es reformar el Estado porque lo consideran maligno. Entonces, ¿estamos ante una reacción destructiva o estamos ante una reacción reformista? Yo creo que en este momento están predominando estas nociones destructivas de que el Estado como tal es maligno.

-En La experiencia democrática afirmás que “no hay libertad sin república y no hay república sin Estado”. Si tenemos un déficit republicano y además hay una ola antiestatista, ¿podemos decir que las libertades podrían correr riesgos?

-Sí, un gran filósofo italiano, Benedetto Croce, a principios del último siglo distinguía entre el liberalismo político y el liberismo, como decía él, que era la libertad de los mercados. Ahora, lo que trato de describir es que muchas veces la libertad de los mercados no coincide con el liberalismo político, coincide con regímenes autoritarios. El ejemplo más cercano que tenemos es el de Chile durante la dictadura de Pinochet. No hubo libertad política, no hubo libertad cultural, hubo persecución. Y a su vez, la libertad de los mercados funcionó y floreció. Algo parecido, pero en un esquema más de economía mixta, ocurre en China, donde evidentemente hay libertad económica para invertir, para vender y para comprar, pero que en un esquema de un Estado autoritario de partido único. Entonces, el arte de la libertad es el arte de radicar la libertad en diferentes esferas. La esfera económica es una ellas. Entonces, eso hay que verlo con mucho cuidado, porque las experiencias históricas en ese sentido son muy negativas.

«El problema que yo planteo desde el punto de vista histórico es si este autoritarismo gubernamental, si esta barbaridad de la palabra, va a descender a los actos fácticos, a los actos físicos. Eso no lo sé»

-Milei ha podido sortear diferentes obstáculos y ha logrado una gobernabilidad inesperada y una estabilización inesperada. ¿Crees que hay deslizamientos autoritarios?

-Sí. ¿Cómo no va a haber deslizamientos autoritarios cuando se está insultando de la peor manera a los homosexuales, se está insultando de la peor manera al periodismo, se está insultando de la peor manera a quienes no piensan como las autoridades gubernamentales? Evidentemente, en el plano verbal estamos viviendo un momento autoritario. El problema que yo planteo desde el punto de vista histórico es si este autoritarismo gubernamental, si esta barbaridad de la palabra va a descender a los actos fácticos, a los actos físicos. Eso no lo sé. Lo única enseñanza que podemos tener de experiencias históricas, por ejemplo, el momento previo a la Guerra Civil Española, ya por los años 30 del último siglo, es desalentador porque los odios en una sociedad comienzan por la palabra. Con el agravante de esos odios antes podían ser mediados por una prensa responsable. Pero ahora los odios corren libremente porque se ha producido la mutación civilizatoria: hay una red infinita, y repito la palabra de redes sociales, que transmiten esos odios desde usinas preparadas a tal efecto. Entonces, mi preocupación en este momento es esa. ¿Hasta qué punto estos odios van a impregnar la realidad y llevarnos a enfrentamientos físicos muy desgraciados y muy terribles que hemos tenido en periodos anteriores?

-Vos te referís a esta época como la “era de la humillación”.

-La humillación comienza por la palabra. La humillación comienza en un nivel de pareja, en la familia, la humillación puede comenzar en el tratamiento de padres e hijos. Y la humillación, de nuevo, comienza y se desarrolla en la esfera política. Entonces, claro, la gran tradición liberal que comenzó en el siglo XVIII se construye sobre el principio de la tolerancia. El principio de la tolerancia significa que no hay humillación; significa que hay diálogo, significa que hay transparencia, significa que hay cordialidad cívica. Por todo eso yo creo que hay un riesgo muy grande que se vaya perdiendo, sobre todo cuando se impulsan polarizaciones de la política que van hacia los extremos. Lo que está pasando en el mundo y en la Argentina es que se quiere pulverizar el centro político, que es el único que, en mi opinión, ofrece equilibrio en una república en forma. Me preocupa enormemente que haya una desafección política en la sociedad y que esa sociedad se encoja de hombros, de vuelta en la espalda a la política y se ocupe exclusivamente de sus actividades privadas. Eso en la tradición liberal es muy grande porque hay corrientes que dicen que eso es bueno y hay corrientes entre las cuales yo me inscribo que dicen que no, que eso es preocupante. El repliegue en lo privado es necesario, moderadamente, pero se convierte en algo peligroso si no hay realmente una conexión virtuosa con lo público.

«Ha estallado el viejo sistema de partidos. Y al igual que Perón en 1946 se está construyendo un partido del Estado»

-¿Cómo describirías el liderazgo de Milei?

-Este es un outsider. Y esto me parece muy importante destacarlo. Este hombre ha ascendido al poder sobre la base de la crisis de los partidos políticos. Entonces, como digo en uno de los capítulos de La experiencia democrática, en esta mutación científico-tecnológica hay un problema de mediación entre el ciudadano, la ciudadana y el Estado. Antes, en los otros períodos de la sociedad industrial, estaban los partidos políticos, se los llamaban “partidos de masa”. Ahora, si uno vuelve cuatro años atrás, ¿quién era Milei? Bueno, un joven interesante que se presentó a unas elecciones de diputado nacional y sacó unos votos para tener dos representantes, él y alguien más en la Cámara de Diputados. Ha estallado el viejo sistema de partidos. Y al igual que Perón en 1946 se está construyendo un partido del Estado.

-En la Argentina de Milei hay, todavía, un enorme desconcierto, una gran perplejidad de la oposición.

-Bueno, esto es clave porque sin el desconcierto y la perplejidad de la oposición Milei no hubiese existido. ¿En qué medida la Argentina es capaz de reconstruir una oposición responsable con contenido republicano y en defensa de las libertades tal cual las entiendo? Ese es un interrogante muy grande. Yo creo que no hay que bajar la cabeza, hay que poner manos a la obra, pero la oposición, sobre todo en el espacio no peronista del país, tiene que volver a recuperar el espíritu asociativo y entender que las buenas repúblicas funcionan sobre la base de coaliciones bien hechas. Y para eso es muy sencillo: hay que tomarse un barco, cruzar el río y ver la experiencia que tenemos muy cerca nuestro que es la República Oriental del Uruguay que funciona sobre la base de coaliciones estables.