La experiencia comenzó en 2015 con un plan piloto que involucró a 2.500 personas, más del 1% de la fuerza laboral. El éxito fue contundente y en 2019 se formalizó. Las predicciones que en su momento sostenía la generación Z —en especial sobre la mejora del bienestar y la salud mental— se confirmaron con datos oficiales.
El caso islandés demuestra que otra forma de trabajar no solo es posible, sino también deseable. La generación Z lo anticipó. Islandia lo confirmó.
Las críticas iniciales apuntaban a una posible caída de la productividad, a mayores costos empresariales y a dificultades para sostener los niveles de servicio. Sin embargo, los informes locales desmintieron esos temores: “La productividad se mantuvo estable, e incluso creció en algunos sectores”, según los estudios difundidos por los think tanks Autonomy (Reino Unido) y Alda (Asociación para la Democracia Sostenible, con sede en Reikiavik) a los que se suma el informe “Hacia lo público: el camino de Islandia hacia una semana laboral más corta”.
Uno de los factores clave fue el impacto positivo en la salud mental. La reducción del estrés y una mejor conciliación entre el trabajo y la vida personal influyeron de manera directa en el rendimiento de los empleados. “La semana laboral más corta fue un éxito y cambió la vida de mi familia”, afirmó María Hjálmtýsdóttir, docente y activista. Para ella, los beneficios son claros: “menos estrés, más satisfacción laboral y más tiempo para disfrutar”, citada por el observatorio Farmingdale.
A diferencia de lo que ocurre en países como Bélgica —donde las horas se condensan en menos días— Islandia mantuvo los salarios intactos. Esto fue posible gracias a una fuerte política de digitalización estatal y privada. El país invirtió en infraestructura tecnológica, logró una de las mejores conectividades del mundo y promovió el trabajo remoto.
En ese contexto, la generación Z jugó un papel clave. Su natural familiaridad con entornos digitales aceleró la transición hacia modelos laborales más flexibles. Al mismo tiempo, la nueva distribución del tiempo fomentó la equidad de género: los varones pasaron a tener una participación más activa en las tareas domésticas y en la crianza.
Hoy, Islandia no solo sostiene su productividad, sino que mejoró los indicadores de bienestar general. Las personas disponen de más tiempo para sus familias, amigos y actividades recreativas. El modelo islandés ya motiva ensayos similares en Alemania, Portugal, España y el Reino Unido.
Mientras tanto, el país se prepara para una elección parlamentaria anticipada que podría redefinir su relación con la Unión Europea, un debate que sigue dividiendo aguas. Solo los socialdemócratas y el partido Reforma impulsan la integración. El resto de la coalición gobernante —ecologistas, conservadores y liberales— se mantiene en contra.