Massa pidió renovación dirigencial y de mensaje, y analiza si se presentará como candidato o no. Axel Kicillof sabe que la negociación con Máximo Kirchner será diferente con la madre presa, pero si pierde ese apoyo debilita su proyecto presidencial. Otros deambulan entre el quiebre o la continuidad.
“Nosotros, el 17 de octubre, movilizamos por Perón preso y volvimos con el General en libertad. Estos fueron y volvieron y lo único que consiguieron que le permitieran regar las plantas del balcón”, se ríe de su propia ocurrencia un viejo dirigente peronista que mantiene relación con diputados actuales y mandato cumplido.
La ironía es su fuerte, y es la que le sirve para graficar la decadencia de cuadros políticos que tuvo el peronismo, transformado en kirchnerismo. Él, como tantos otros, fueron los que quedaron al margen en el tsunami sufrido por el movimiento nacional durante las últimas décadas y que tuvo a muchos de sus compañeros de ruta “obnubilados por un discurso revolucionario que solo sirve para la televisión”.
Más allá de la emocionalidad y la fe -que lleva a mucha gente a pensar que Cristina Fernández de Kirchner fue víctima de una persecución política y no de un acto de justicia-, Axel Kicillof y Sergio Massa parecen no saber cómo resolver el dilema que para ellos representa no parecer como traidores al dejarla abandonada a su suerte a la ex presidenta ni tampoco contener a su familia y herederos.
El gobernador y el creador del Frente Renovador se hacen los desentendidos, o no quieren tomar nota de algo más que obvio. Nunca nadie será considerado propio o de confianza más allá del círculo cerrado, cuasi familiar, que representan los Kirchner y un puñado de dirigentes, entre los cuales se pueden mencionar al hijo de los dos presidentes, Mayra Mendoza y, después, Wado De Pedro.
Durante mucho tiempo, algo más de una década para los integrantes de La Cámpora, Massa fue el culpable intelectual de la tortura judicial a la que fue sometida la expresidenta. Inclusive quería verla presa a ella e iba a barrer con todos los “ñoquis” de esa agrupación. Si bien con el tiempo consiguió ganarse su respeto, el mote de “traidor” ya quedó en el inconsciente de sus actuales compañeros de ruta.
Lo de Kicillof es más reciente y, por eso, más fuerte. Supuestamente, él traicionó a Cristina, pero fundamentalmente a su primogénito, por no aceptar ser candidato a presidente en 2023, mantener en la fórmula para la vice gobernación a Verónica Magario y, en los últimos tiempos, no haberla apoyado para presidir el PJ Nacional y haber insistido con el desdoblamiento electoral bonaerense que, supuestamente, adelantó los tiempos de la Justicia.
“Quienes mantuvieron bien su relación personal y nunca rompieron los puentes con los jueces y los cortesanos, no sufrieron mayores contratiempos. Están todos libres o con condenas morigeradas. Cristina, en cambio, siempre quiso destrozarlos, los destrató, los combatió, los insultó… Si al menos les hubiera dado un argumento para que le den una salida, hoy no estaría condenada”, suele ejemplificar una legisladora que ha trabajado, en algún momento, en su mismo bloque. Por supuesto, no la recuerda con mucho cariño porque “siempre hacía anti peronismo”.
En la Provincia de Buenos Aires, la trampa de la unidad está tendida. Y tiene muchos más adeptos de los que muchos se imaginan. Para entender el proceso, hay que tener en cuenta que varios intendentes temen perder la elección inclusive yendo juntos con sus rivales internos. No se pueden imaginar lo que les pasaría si fueran divididos.
Esta es la cuenta que hace, por ejemplo, Gabriel Katopodis, ministro pero jefe político en General San Martín. En las últimas horas, se lo vio como un militante extremo de la unidad, minimizó la construcción del Movimiento Derecho al Futuro de Kicillof, e insistió con que todo lo que pasa en el peronismo kirchnerista renovador “lo ata Cristina”.
Katopodis empieza a generar incomodidad en otros como Carlos Bianco, Andrés “El Cuervo” Larroque, Mario Secco y Jorge Ferraresi, quienes no conciben posturas ambiguas en momentos de negociaciones como las que deben enfrentar contra La Cámpora. Tampoco le confía Máximo Kirchner, quien le reprocha: “Cada vez que tuvo que decidirse, lo hizo en contra de nosotros”.
La debilidad política del MDF es que el funcionario no es el único que piensa que no es momento de rupturas. Cree que habrá tiempo para componer o concluir relaciones, aunque en su distrito aún no se hayan sentado a negociar con el ex representante opositor interno, el exdiputado nacional Leonardo Grosso.
Un funcionario cercano a un intendente kicillofista considera a la actual situación como «crítica», y presume que lo mejor sería “romper y perder ahora para ganar en 2027” al construir una alternativa mucho más amplia que el corsé que le impone la relación con los herederos de Cristina Kirchner.
Efectivamente, el propio Kicillof tendrá un par de preguntas incómodas electoralmente que responder. En caso de ser presidente o ganar en octubre, ¿impulsará el pedido de juicio político a la Corte? Si es presidente, ¿indultará a Cristina? Las respuestas tienen costos para uno u otro lado.
A pesar de lo que pretendan los cincuenta intendentes que lo acompañan, el forcejeo por el relato y el dominio de la discusión la sigue ganando el sector minoritario y más radicalizado, al que ahora se integran dirigentes de izquierda con Miriam Bregman, el Pollo Sobrero, y convalidan por qué desde hace años Martín Sabbatella se siente más cómodo con Máximo Kirchner que con el gobernador. Es que los seguidores de Cristina opinan y actúan del mismo modo en todos lados. Los del gobernador, en cambio, tienen diferentes posturas según el lugar y la ocasión.