El sábado 26 de julio Javier Milei dio una de las entrevistas más llamativas del último año. Desde el estudio que Radio Mitre había montado en La Rural y rodeado de familias con niños disfrutando las vacaciones de invierno, dijo que su gobierno era “el mejor gobierno de la historia” y disparó 92 insultos, diez de ellos con una alta carga de contenido sexual. En esa entrevista con Gabriel Anello, lanzó una de sus frases más icónicas. “No quiero ser grosero con la respuesta, porque como le dicen la pastelera, la pastelera le llenó de crema…”, dijo para responder sobre su hermana Karina. Hace una semana, casi tres meses después de aquella mañana en La Rural, Milei volvió a dar una larga entrevista en el mismo programa de Radio Mitre, pero parecía otra persona. Por teléfono desde Tucumán, el Presidente no dijo ni un insulto de índole sexual, tendió puentes con los gobernadores y buscó mostrarse comprensivo con los que están sufriendo por el estancamiento de la economía. “Reconozco que no estamos bien”, admitió. “Hay que hacer el esfuerzo” y “no hay que aflojar”, fueron otras de las frases del nuevo Milei. ¿Qué pasó? ¿Por qué el Presidente modificó de manera tan llamativa el tono de su discurso? Nunca hubo una explicación de parte de Milei, pero sí un hecho político: la derrota por 14 puntos contra el peronismo en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre. Esa misma noche, su tono sombrío contrastó con el “vamos a pintar la provincia de violeta” que había gritado hacía apenas cuatro días, en el cierre de campaña. Las señales de moderación habían comenzado poco antes de aquella derrota. El 4 de agosto, el propio Presidente se comprometió a dejar de insultar. “Voy a dejar de usar insultos, a ver si están en condiciones de poder discutir ideas, porque yo creo que discuten las formas porque carecen de nivel intelectual suficiente para discutir las ideas”, dijo en una cena de Fundación Faro. Para entonces, la sucesión de derrotas en las elecciones provinciales, las encuestas, la presión sobre el dólar y la secuencia de escándalos marcaban que la conexión que Milei y sus modos heterodoxos habían logrado con el electorado mostraba signos de agotamiento. LA NACION hizo un nuevo análisis de todos los discursos y entrevistas de Milei. Esta vez, comparamos los 115 días previos a las elecciones bonaerenses —entre el 14 de abril y el 7 de septiembre— con los 46 días entre esa fecha y el cierre de la campaña en Rosario, el jueves último. Los resultados, que analizamos utilizando una tasa por hora para estandarizar los períodos, marcan un cambio drástico. Luego de la derrota, Milei redujo de manera significativa los insultos y, en especial, los de índole sexual: de 57, pasaron a cero. La moderación táctica del Presidente, sin embargo, implicó un desplazamiento de las agresiones. Al mismo tiempo que dejó de insultar a economistas críticos y se mostró más empático —tendió puentes con los gobernadores y reconoció en sus intervenciones públicas a los que sufren las consecuencias del ajuste—, incrementó sus ataques al kirchnerismo. El otro giro relevante tiene que ver con las hipérboles. Milei las siguió usando, pero ya no insiste con la idea de que el suyo es “el mejor gobierno de la historia” (solo volvió a decirlo en su discurso de cierre de campaña de este jueves, pero no recurrió a esta idea en el mes y medio previo). Ahora, apela a la promesa de un futuro mejor. El drástico cambio revela una dimensión estratégica en el carácter explosivo con el que Milei se hizo famoso en los estudios de televisión y luego conquistó la presidencia. Antes que un rasgo de autenticidad que contrasta con los “buenos modales” que él le atribuye a los políticos profesionales, el Presidente mostró en el último tramo de la campaña que él también puede adaptar su personalidad a las necesidades políticas.
El derrumbe de las expresiones insultantes fue el rasgo más llamativo en el cambio de discurso de Milei. Siguió siendo belicoso, pero la tasa de agresiones se redujo de manera significativa. Pasó de casi 34 agresiones por hora entre el 14 de abril y el 7 de septiembre, a 20 entre esa fecha y el cierre de la campaña en Rosario. Además, abandonó por completo los insultos sexuales. No volvió a usar el término “mandril”, ni ninguna otra de sus habituales metáforas alrededor de la idea del coito anal como elemento de sometimiento. Pero lo más notable es que Milei se volvió quirúrgico en los insultos. En la noche del 8 de mayo, durante sus seis horas de entrevista en el canal de streaming de Daniel Parisini, el Gordo Dan, el Presidente disparó 168 insultos, 35 de ellos de índole sexual. Aquella entrevista fue el clímax del Milei desaforado: destrató al kirchnerismo, pero también a economistas y periodistas. Ya no más. Desde que perdió las elecciones bonaerenses, el Presidente dejó de atacar a los periodistas, salvo excepciones, y a los economistas que considera críticos. Concentra sus dardos en el kirchnerismo. “Los cambios en el lenguaje público de Milei muestran que sus expresiones no responden a impulsos incontrolables”, señala Julián Gallo, consultor en comunicación. Para el exestratega digital de Macri, la adaptación después de la derrota es un acto voluntario, “una respuesta inteligente que capta el cambio de clima de opinión del momento”.
La agresión menguó y se volvió utilitaria para lograr un objetivo: polarizar con el kirchnerismo. Consciente de que los resultados de su Gobierno carecen de la contundencia necesaria, en esta campaña Milei apeló al miedo de la vuelta al pasado como un argumento para movilizar el voto propio. En el período previo a la derrota bonaerense, cuando su lista de enemigos era más amplia, Milei registró una tasa de 12 ataques al kirchnerismo por hora de discurso o entrevista. En el período posterior a esas elecciones, esa tasa se duplicó. “Somos la civilización contra la barbarie”, dijo en su última entrevista con Anello. “Los kukas se convirtieron en gremlins. Después de la elección de Buenos Aires les cayó agua y se convirtieron en monstruos”, añadió. “Se puso en clave electoral: la polarización lo hizo elegir mejor al enemigo”, explica la analista de opinión pública Mora Jozami.
El apaciguamiento del Presidente también se mostró en la apelación a expresiones de comprensión con los que están sufriendo el ajuste. Esta dimensión de búsqueda de consenso no existía antes de la derrota, cuando se ufanaba haber realizado “el ajuste más grande de la historia”. La búsqueda de una mirada más sensible no lo privó, no obstante, de ponerse a sí mismo como ejemplo del sacrificio. “¿Sabe quiénes son los argentinos a quienes más les cayó el salario real en la Argentina? [A los integrantes del] Poder Ejecutivo. Desde que asumimos, nuestras remuneraciones están fijas», respondió en otra de sus entrevistas con Anello. Fue cuestionado por decir esto, pero lo repitió en discursos y entrevistas. La palabra “motosierra” —el gesto máximo del orgullo que decía sentir por haber recortado partidas presupuestarias— casi desapareció de su lenguaje. En el período previo a las elecciones la utilizó 41 veces. En el posterior, apenas dos. Por el contrario, las expresiones empáticas crecieron de manera exponencial. La tasa pasó de dos a diez por hora. “Esto no es la panacea, pero vamos por el camino correcto, por eso les pido que el domingo me sigan acompañando”, esa línea, pronunciada por Milei en el cierre de campaña del jueves último, resume su argumento proselitista. Según Jozami, la empatía y la reducción de insultos buscan apelar al votante del medio, los que ella llama los “siperistas”. “Son los que sí les gusta el rumbo macroeconómico, pero tienen diferencias en tres dimensiones de la propuesta de Milei: las formas, la institucionalidad y los valores”, explica. El desafío de Milei, dice, ya no es endurecer el 30% propio, tiene que tender puentes con el voto antikirchnerista crítico, el exvotante Pro.
Otro de los giros discursivos notables en el discurso del Presidente fue el desplazamiento de las expectativas. Siguió utilizando hipérboles, pero las movió del presente al futuro. Antes de la derrota bonaerense, se había referido 89 veces a su gobierno como “el mejor de la historia”. Después, la reemplazó por una promesa de futuro. El esfuerzo actual, repitió como un mantra, rendirá sus frutos. “En 10 años podríamos ser como España, en 20 años, como Alemania, en 30, como Estados Unidos y en 40, ser la máxima potencia mundial”, dijo el sábado pasado. Milei utilizó ese concepto en 25 oportunidades en el período que va del 7 de septiembre al jueves último.
Los ataques al periodismo fueron otras de las variables que marcaron el período previo a las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Aunque no desaparecieron, se redujeron de manera drástica. Hubo una entrevista, sin embargo, en la que Milei volvió a cargar contra la prensa. Fue el 16 de octubre, con Esteban Trebucq por LN+. Milei acababa de volver de su encuentro con Donald Trump en la Casa Blanca y estaba molesto porque no todo había marchado de acuerdo al plan. Como respuesta a la pregunta de una periodista argentina, Trump dijo que la ayuda de Estados Unidos estaba condicionada al triunfo de Milei y esa declaración alteró a los mercados. “El 85% de los periodistas mienten”, le dijo Milei a Trebucq en una reedición de su ánimo beligerante. El episodio marca el límite en la moderación táctica de Milei. El Presidente contuvo su carácter durante la campaña electoral. ¿Podrá, o querrá, hacerlo luego de las elecciones? Este domingo por la noche se comenzará a develar la incógnita.
