«Soy el vicepresidente del mundo”, dijo una vez Julio Grondona, 26 años vicepresidente de la poderosa FIFA, donde manejó tres comisiones. Una era la de Finanzas.
Don Julio no sabía inglés pero entendía de números. Había entrado a la AFA en 1978, precisamente, como secretario de Finanzas y Hacienda.
Ministro de Economía del País del Fútbol, que luego presidió por 35 años.
Un país soberano, que se planta al poder desde un mapa de códigos internos y pasiones masivas, las venas que alimentan al gran corazón futbolero argentino. ¿Qué político querría provocar una arritmia allí?
La AFA de Grondona también fue allanada varias veces, sobre todo cuando los títulos amainaron. Antes, imposible.
La Selección Argentina jugó tres finales del mundo en 12 años, de 1978 a 1990. Ganó dos. Entonces, meterse con la AFA era meterse con Kempes o Maradona.
Ya en 1996, un juez procesó a Grondona por una maniobra en un caso de dóping.
Tras la penúltima fecha del torneo, fueron al control Maradona, por Boca, y Martín Vargas, por Deportivo Español. Una muestra dio positivo. La de Vargas. Se denunció que alguien había cambiado los frascos.
Apenas supo de su procesamiento, Grondona sólo susurró: “Ahora ya empiezan las vacaciones, así que me voy al campo. A la vuelta hablamos”. A la vuelta estaba sobreseído por la Cámara Federal.
Chiqui Tapia no llegó desde las finanzas sino del entramado de clubes del ascenso que inventó Grondona para ganar siempre. Un club chico vota igual que un grande. Los grandes se cuentan con los dedos de una mano. Si te votan los chicos, que son diez veces más, ganás. La asistencia económica hace el resto.
En el País del Fútbol funciona: el clientelismo te hace feudo.
Tapia -sanjuanino, por entonces yerno de Hugo Moyano- presidió Barracas Central y se sumó al Comité Ejecutivo de la AFA como referente principal de los clubes de la C.
Con su ascenso, ascendió Barracas.
Las noticias sobre los arbitrajes benévolos para el “yerno de Moyano” ya eran frondosas hace 10 años. En 2021, Barracas llegó a Primera.
Si el Barracas de Tapia es el Arsenal de Grondona (el pequeño club de Sarandí que ganó ligas y copas hasta que Grondona murió y el club se desmoronó), Qatar 2022 es su México 86. Y Messi, su Maradona.
Antes de la ola de allanamientos de estas horas, Tapia le respondió al periodista Mariano Dayan, de Olé, sobre los arbitrajes sospechosos: “Con Grondona también había sugestión por los arbitrajes”.
Es que con Grondona los árbitros también pitaban para el poder.
Algo de aquel sentido de la impunidad que alentó a Don Julio a lucir su famoso anillo Todo Pasa -murió antes de los procesamientos masivos del FifaGate, donde testimonios le otorgaron un papel relevante en el reparto de coimas- debe haber llevado a Tapia a inventarle una copa a Rosario Central.
Quizá, otro sobreactuado gesto de amor para Messi, que vio entonces cumplir el deseo de su amigo Di María.
Aquel acto de autocracia extrema fue el disparador, primero, de una ola de indignación genuina de los hinchas, que entre los dirigentes sólo se animó a blandir Sebastián Verón con su orgulloso Estudiantes.
Y, enseguida, de una investigación múltiple sobre una financiera que Tapia y su alter ego Toviggino parecían recomendar a los ahogados para sacarlos del agua, y que va desgranando una saga de episodios del Manual de la Mugre: empresas en Miami que se abren en dos días y se cierran a los dos meses; mansiones a nombre de jubilados; jets privados, yates y relojes de lujo que no son otra cosa que valijas repletas de efectivo en la muñeca.
Un tiempo difícil para los reyes de la AFA, que la justicia debería resolver antes de que vuelva a correr la pelota en el Mundial de junio.
Después, ya con el país en modo blanquiceleste, quizá no se resuelva nunca.
