Las ganas de acompañar, de construir vínculos con afecto y respeto, de compartir y, sobre todas las cosas, de mostrarle a alguien que lo necesita la otra cara de la vida: una en donde se puede confiar, en donde se puede ser uno mismo, en donde lo que uno tiene para decir importa.
Esas palabras describen tan solo un poco de lo que hacen, día a día, los referentes afectivos -también llamados cuidadores familiares- de niños, niñas y adolescentes que viven en hogares de acogida.
No son adoptantes, y aunque no tienen responsabilidad legal para con el menor que apadrinan el compromiso emocional es enorme.

Geraldine Brousse (32) lo sabe. Desde hace más de un año que es referente afectivo de Ana (N. de la R.: nombre ficticio para resguardar su identidad), una chica de 17 años a la que llegó en medio de una búsqueda de varios meses.
“Siempre quise ayudar, primero intenté en un hogar. Después empecé a seguir páginas que publican niños que están en adopción. En Instagram vi que una de estas páginas había puesto que convocaba gente que quisiera ser cuidador familiar. Busqué qué significaba y entendí que es un rol que acompaña, que visita y está presente en lo que el chico necesita, pero que no es igual que adoptar”, dice Geraldine en conversación con Clarín.
Y no dudó en anotarse en el Registro de Cuidadores Familiares para chicos de entre 10 y 17 años que la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires presenta en su sitio oficial. Los requisitos que solicitan es ser mayor de 25 años, vivir en la Provincia de Buenos Aires, completar el formulario de preinscripción y asistir a los talleres de capacitación.
“Enseguida me llamaron, me dijeron que iba a haber dos talleres online donde nos explicarían cómo era el proceso. Después tuve que inscribirme en el juzgado de familia más cercano a mi casa para presentar documentación. Me avisaron que podía pasar mínimo un año hasta que por ahí me llamaran y que tuviera una entrevista y la suerte de coincidir con ese niño o niña para acompañarlo”, cuenta.»Entendí que legalmente no sos responsable de ese chico, pero esto es una forma de demostrarle que hay otra realidad», dice Geraldine, que es responsable afectivo de una chica de 17 años que vive en un hogar de acogida.
Un poco frustrada por la espera, Geraldine encontró Convocatorias Públicas de la Provincia. Hay dos tipos: aquellas en donde se convocan a personas que quieran ser familia por adopción, y las que se ofrecen para convocar a cuidadores, guardadores, tutores o figuras análogas de cuidado.
Esas Convocatorias Públicas solo pueden ordenarse cuando no se han encontrado postulantes compatibles con ese niño, niña o adolescente en los Registros de Adoptantes y en el de Cuidadores. Geraldine llegó a Ana a través de esta vía.
“Me inscribí en un montón, hasta que me llamaron por una nena de 16 años que estaba cerca de mi casa, en el Juzgado de Familia N° 9 de Morón, y buscaba a una familia que la quisiera adoptar o algún referente afectivo. Tuve una reunión en el juzgado, me explicaron que ella quería una familia que la adoptara y que había dos interesadas, pero que si no se daba me iban a tener en cuenta, porque creían que el perfil podía encajar con lo que ella necesitaba”, explica.
“Ana terminó diciendo que no porque (las familias) vivían muy lejos y ella no quería volver a cambiar su vida. Ya había tenido una vinculación con otra familia que no funcionó, y no quería volver a intentarlo estando en un lugar tan lejos. A los meses le contaron de mí y dijo que lo iba a pensar. Finalmente dijo que sí, que quería”.
Le hicieron llegar un permiso firmado con el comienzo de la vinculación. “Antes de conocerla empecé a investigar más, porque tenía muchos miedos, inseguridades. No conozco a nadie que haya hecho esto. Entendí que legalmente no sos responsable de ese chico, pero esto es una forma de demostrarle que hay otra realidad”.
El vínculo creció de a poco. Primero con visitas de Geraldine al hogar, luego con salidas al shopping y al cine, después con visitas de Ana al departamento de Geraldine. Hoy en día tienen una relación afianzada, en donde se cuentan sus cosas y ambas respetan los tiempos de la otra.
La joven, que ya cumplió los 17, a veces se queda a dormir en la casa de Geraldine, comparte momentos con su familia y está completamente integrada a la vida de su referente. No hay una cantidad de horas o días que Geraldine tenga que cumplir, sino que todo fluye de forma natural entre ellas; a veces se ven más, a veces se ven menos, pero el lazo nunca se corta.
Mónica Caamaño, docente jubilada de 70 años, se emociona cuando dice que se convirtió en abuela del corazón. El vínculo con un adolescente inició hace más de un año y fue creciendo en base a afecto, verdad y confianza. Hoy son eso: una abuela y un nieto que se acompañan a todos lados.
Ella lo conoció a través del programa “Abrazar”, creado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2017. Allí se ofrecen referentes afectivos/as a niñas, niños y adolescentes que residen alejados de sus familias de origen, en hogares convivenciales dependientes del gobierno porteño.
Desde el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad señalan a Clarín que no es necesario tener una enorme disponibilidad horaria para ser referente, sino la certeza de que cuando llegue el momento de compartir, sea un espacio valioso y sostenido en el tiempo. Los referente deben ser mayores de 18 años y residir en CABA o en el AMBA.
“Leí la gacetilla del programa y me resonó un montón el nombre, Abrazar. Me apareció esto como una oportunidad”, relata. Tras conversarlo con su esposo y cumplir los requisitos, Mónica se preparó para recibir a un niño pequeño, pero la vida —y las necesidades del sistema— la cruzaron con un adolescente de 14 años.
Recuerda con Clarín su primer encuentro con una mezcla de ternura e incertidumbre. El miedo a lo desconocido la invadió: “Pensaba, ¿qué hago con un pibe de 14 años? ¿De qué vamos a hablar? Se me ocurrió hacer una torta… llevarle algo hecho, porque las cosas importantes no son las que se compran”. Esa torta con dulce de leche le permitió al chico, por primera vez, tener algo propio para compartir con sus compañeros del hogar y después con sus amigos de fútbol.
Carlos (N. de la R.: nombre ficticio para resguardar su identidad) conoció el mar en un viaje familiar que Mónica organizó hace un tiempo. Él viaja hasta la casa de Mónica, que vive en el conurbano, para pasar tiempo en su casa, también se queda a dormir y cuando no puede ir se mantiene siempre en contacto con ella a través de WhatsApp.
El chico descubrió, de a poco, que hay una vida diferente, que no todo es malo, que hay mucho más que dolor y abandono.
“Muchos chicos están a tiempo de conocer que hay otra forma de vincularse, que no todos los adultos son violentos y que hay cosas buenas en la vida que valen la pena”, reflexiona. Para lograr esto, la constancia es la clave: el día de visita es sagrado para ella.
Con historia compartida y un afecto fortalecido por lo vivido, un día se volvió completamente natural tratarse como abuela y nieto del corazón. Carlos se sintió visto y escuchado por primera vez. Como dice Mónica, al final del día el rol del referente afectivo es simplemente ese: asegurar que ningún chico vuelva a sentir la herida profunda de estar solo en el mundo.
«Uno a veces parte de prejuicios»
A este programa también se anotó Julieta Vegas (42), quien llegó a conocerlo a través de su trabajo en el Gobierno porteño.
“Hace dos años que hice el curso introductorio, que es obligatorio. Presenté documentación, hice entrevista en el Consejo y después tuve una visita a mi casa. Y quedé a la espera de que haya un niño o niña para vincularme. En mayo o junio de 2024 me llamaron porque había uno que podía vincularse perfectamente conmigo”, cuenta Julieta a Clarín.
Y aunque el programa está orientado para chicos mayores a los 10 -con posibilidades de adopción más lejanas- Julieta conoció a Juan (N. de la R.: nombre ficticio para resguardar su identidad), que tenía 8 en ese momento.
A él se lo institucionalizó a los 7 años sin referencia familiar y al tiempo se lo diagnosticó con un leve déficit madurativo y de desarrollo cognitivo. Por eso estaba priorizado en el programa, para que tuviera un espacio de uno a uno.
“La verdad es que después de conocer la historia de Juan y las de los demás chicos del hogar te das cuenta de que uno a veces parte de prejuicios. Los chicos más grandes, que están cerca de su egreso de los hogares, son los que más necesitan de referentes que acompañen el proceso”, comenta.»Es la oportunidad real de cambiarle y mejorarle la vida de alguien», dice Julieta, que es responsable afectivo de Juan, que tiene 9 años y un leve retraso madurativo.
Julieta enfatiza en que estos chicos, habituados a vivir en comunidad, pierden la posibilidad del «uno a uno» y que el programa les permite que se piensen como individuos. Como personas con sus propios gustos y miedos. Juan no se queda a dormir en su casa, pero frecuentemente lo incorpora a las actividades familiares de fin de semana.
“Es la oportunidad real de cambiarle y mejorarle la vida de alguien, una persona que está en vulnerabilidad extrema y darle una mejor calidad de vida. El cambio que le hago a Luis es abismal, esto es 100% por otro y es genuino. Es darle amor a alguien que lo necesita”, concluye Julieta.
La inscripción al programa Abrazar puede gestionarse de manera online a través de la página: https://buenosaires.gob.ar/cdnnya/programa-abrazar.
