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Grieta y protesta al modo argentino en Gran Bretania

Cuando en Inglaterra hay protestas por temas tributarios, más vale tomárselas en serio: hay una larga historia que muestra que las discusiones sobre los impuestos han derivado en cambios de régimen -como la Revolución Gloriosa de 1688-, así como guerras civiles, derrocamientos y hasta cabezas reales que rodaron por el suelo tras ser cortadas por el verdugo.

Siglos después, los métodos de protesta han cambiado, pero la pasión con la que los británicos pelean sobre quién y cuánto debe pagar de impuestos sigue siendo la misma. Fue por el impopular «poll tax» que Margaret Thatcher vio cortado abruptamente su gobierno tras 11 años en el poder. Y, más cerca en el tiempo, fue por haber bajado los impuestos del sector más rico -al tiempo que subían las tarifas de servicios públicos- que cayó el gobierno de Liz Truss, apenas 44 días después de haber asumido.

Hoy otra vez hay un feroz debate, en torno al impuesto a la herencia en la propiedad rural. Pero esta vez hay algunas circunstancias que hacen que a los argentinos el tema les resulte más familiar: se está generando una virulenta discusión política que por momentos hace recordar al tono con que se discutía durante el debate entre Cristina Kirchner y los productores sojeros en 2008, cuando la famosa «resolución 125» cambió el curso del clima político del país.

Por insólito que parezca tratándose de uno de los países más liberales del mundo, hoy en el debate británico se habla sobre el riesgo de que la ideología socialista cope el gobierno y se ingrese en una ola de violaciones al respeto a la propiedad.

En la red social X, ex Twitter, con la inestimable ayuda de Elon Musk, que ayudó a globalizar el debate, tomando clara postura por los agricultores, se leen acusaciones que perfectamente podrían cuadrar en los debates de la política argentina. De hecho, hasta hay fragmentos de entrevistas de Javier Milei, en los que explica por qué se opone al impuesto a la herencia -el entonces candidato libertario argentino argumentaba que la herencia no es otra cosa que una donación post-mortem y por lo tanto no es pasible de ser regulada por el Estado-.

En síntesis, el tema es así: en julio pasado el partido Laborista -la tradicional centro-izquierda británica- ganó las elecciones, poniendo fin a 14 años de hegemonía «Tory», como se llama al partido Conservador. El candidato ganador, Keir Starmer, defendió una típica agenda de la nueva izquierda internacional, con foco en la redistribución de la riqueza, la reforma tributaria progresiva, un programa de nacionalizaciones de servicios públicos y un radical cambio ecologista en la economía.

Quien leyera su plataforma no vería demasiadas diferencias con el estilo de, por ejemplo, Axel Kicillof: promesas de mayores derechos a los trabajadores, impuestos a escuelas privadas para financiar la educación estatal, generalización del voto a los 16 años… y la propiedad rural en el centro de la estrategia.

Así como el gobernador bonaerense se arriesgó a un conato de rebelión fiscal a inicios de año, con asambleas de productores que se negaron a pagar los aumentos del impuesto inmobiliario rural y judicializaron las subas, ahora los laboristas británicos están en el mismo ojo de la tormenta.

En estos días han desfilado tractores por las calles de Londres, exhibiendo carteles de hablan en términos bélicos, con llamamientos a resistir la guerra contra los agricultores tradicionales.

Igual que Kicillof, que se defendió con el argumento de que, en realidad, apenas una ínfima minoría de propiedades muy grandes recibirían un aumento impositivo, ahora el gobierno «progresista» británico hace el mismo planteo.

The Guardian, el principal vocero de la tendencia ideológica «progre», fue el que hizo la argumentación más arriesgada -y con mayor repercusión en las redes-. Señala que, bajo las banderas de defender un estilo de vida rural tradicional, no hay más que el egoísmo de una clase privilegiada que ha venido heredando las tierras desde la Edad Media, cuando regía el sistema feudal. Y que sólo las extensiones muy grandes serán alcanzadas por el impuesto, para el cual, además, tendrán un plazo de 10 años de pago.

Un artículo del editorialista Will Hutton señala que el impuesto a la herencia será un costo muy menor en comparación con los beneficios que traerá. Empezando, obviamente, por la mayor recaudación fiscal, que ayudará a mejorar los servicios públicos. Pero, además, incluyendo el efecto de una caída en los precios de la tierra y de los alquileres rurales. El hecho de que los mayores terratenientes tengan que vender un 20% de su propiedad permitirá que una nueva generación joven de agricultores, con nuevas ideas, pueda entrar al negocio, con una ayuda estatal.

Y aquí es donde entra otra parte de la polémica, con tintes de teoría conspirativa. En los medios «de derecha» se está alertando que este impuesto busca una masiva sustitución de los agricultores tradicionales por una nueva clase agrícola, de hecho manejada por el Estado, que llega con una agenda neo-ecologista, en la cual se prevé, entre otras cosas, la implantación masiva de paneles solares en el campo y un cambio radical en la forma en la que hoy se producen los alimentos.

Ese tipo de acusaciones está ligada con otro problema hipersensible en la Europa de hoy: la sospecha de que se quieren crear colonias rurales para dar lugar a la masiva inmigración desde medio oriente.

Pero el tramo del artículo editorial que escandalizó a los libertarios a los que Elon Musk da «retuit» es uno en el que se afirma: «El impuesto a la herencia surge de la creencia universalmente aceptada de que la sociedad tiene el derecho de redistribuir cuando la riqueza es transferida tras la muerte, como un acto de justicia. Eso no es una confiscación, especialmente si la parte del león queda intacta».

Lo cierto es que el debate por el impuesto rural está llevando al país a un nivel de «grieta» política que ya califica en estándares latinoamericanos. Una de las figuras que resiste con más virulencia el avance laborista es el mediático Jeremy Clarkson, un ex presentador de TV en programas sobre automovilismo, que hoy se erigió en un emblema de la nueva derecha.