Cristina Kirchner no generaría ningún riesgo yendo a hacer las compras a un supermercado. No es peligrosa manejando en una calle o en una avenida. No perjudica a la sociedad trabajando como abogada. No provoca ningún peligro yendo a un café a tomar la merienda, o sentándose en una heladería. No sería problemática llevando a su nieta a jugar a la plaza o sentada en el cine con su nieto. No hay riesgo si se sube a un avión para ir a El Calafate, ni tampoco a New York. No tiene historial criminal relacionado con ninguna de esas actividades. Durante las investigaciones a las que fue sometida, Cristina siempre obedeció los procedimientos y las órdenes judiciales. A pesar de que el Código Penal y jueces de distintas instancias determinaron que por los delitos que cometió debe ir a la cárcel, la sociedad no estaría en riesgo si ella siguiera libre. Eso sí, si Cristina consigue acercarse a recursos del Estado es peligrosísima. Decenas de denuncias y de pruebas confirmadas en los tribunales indican que cuando le tocó administrar dinero público, se lo dio a sus socios comerciales y a sus amigos. La Justicia, incluso, embargó sus bienes porque cree que parte de ese dinero estatal terminó en las empresas de la familia. Allí, en lo que se refiere a la función pública, Cristina tiene un prontuario que da miedo.
Por eso mismo, aunque el Código Penal haya obligado a los jueces a dictarle la pena de prisión prevista para ese delito, el tramo más importante de la sentencia que la ex presidenta empezó a cumplir esta semana es la prohibición de ocupar cargos públicos. Eso no es una proscripción: es uno de los mecanismos de autodefensa que tiene el Estado para protegerse de las personas que lo agreden desviando sus recursos hacia ciudadanos privilegiados.
Es posible que haya gente que considere que lo central es que Cristina esté presa. Incluso hay quienes se sintieron defraudados porque la Justicia le concedió el pedido para pasar sus años de reclusión en una de sus casas. Pero la sociedad no necesita un castigo que sirva como venganza: lo que necesita es protección -que Cristina no pueda acercarse a los fondos del Estado- y reparación -que los condenados devuelvan los fondos que desviaron del erario público.
Esto no tiene nada que ver con el afecto, ni con el amor que le manifestaron a Cristina los muchos miles de argentinos que marcharon a la Plaza de Mayo. Cristina va a seguir siendo querida por sus seguidores durante muchos años, a pesar de que, según decidió la Justicia, su carrera política -al menos la destinada a ganar representación en los cargos estatales para tomar decisiones- está terminada. En la Plaza hubo personas que intentarán cada día que Cristina siga siendo un personaje político poderoso y relevante y también hubo otros que fueron a despedirla.
En esta primera mitad del mandato de Javier Milei, Cristina había conseguido, con algunos pocos gestos y documentos públicos, convertirse en la principal figura de la oposición. Su peso se había reducido a su mínimo histórico: no le alcanzaba más que para presentarse en la Tercera Sección del Conurbano. Sin embargo, su prisión la volvió el personaje excluyente del espectro anti Milei. Está claro que ahí hay muchos votos. ¿Cómo hará el peronismo para reemplazar el liderazgo de Cristina? ¿Será el peronismo el que siga ordenando la oposición a Milei?