No es una novedad que dos personas de la misma edad luzcan y “funcionen” de maneras completamente diferentes. Por ejemplo, ambas tienen 65 años, pero pueden “aparentar” ser mayores, o por el contrario, tener mucho menos que la edad real.
Aptitudes físicas, motoras, cognitivas y funcionales son las que justificarían en este caso tal o cual hipótesis, ya que no se están evaluando aquí cuestiones vinculadas a la estética.
Ahora bien, según un nuevo estudio, más allá de todo lo que podamos hacer desde el plano individual para estar bien (como tener una alimentación sana, hacer ejercicio, descansar correctamente, moderar el estrés, la ingesta de alcohol y eliminar el tabaco); existen otros factores que tienen la capacidad de “acelerar el envejecimiento”.
Publicado en Nature Medicine y basado en datos de casi 162 mil personas de 40 países, este nuevo y pionero estudio, denominado El exposoma del envejecimiento saludable y acelerado en 40 países, señala que no depende exclusivamente de nosotros que el envejecimiento se adelante.
“Debemos dejar de pensar en la salud cerebral como una responsabilidad puramente individual y considerar un marco más ecológico y neurosindémico”, asegura Agustín Ibáñez, autor correspondiente del estudio e investigador del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral.
Ibáñez amplía cuáles son las consecuencias de contemplar este marco neurosindémico: “implica reconocer que la salud cerebral y el envejecimiento no ocurren de manera aislada en el cerebro, sino como resultado de la interacción de la biología con múltiples efectos ecológicos del ambiente”.
Y añade que esto significa entender que procesos biológicos, ambientales, sociales y políticos interactúan “de forma sinérgica” para afectar la salud cerebral y el envejecimiento.
“Es un enfoque que integra el concepto de exposoma -es decir, el conjunto total de exposiciones físicas, sociales y políticas que vivimos a lo largo de la vida- para explicar por qué algunas personas envejecen más rápido o más lento de lo esperado”, explica.
“Este marco nos permite ver el envejecimiento no sólo como un proceso biológico intrínseco, sino como algo profundamente influenciado por factores estructurales y colectivos, lo que abre la puerta a intervenciones ambientales, sociales y de políticas públicas”, esboza.
El exposoma, esta influencia de todo lo que nos rodea, es promovido desde hace un tiempo para comprender que determinados factores ambientales deben considerarse, junto con los enfoques tradicionales, a la hora de desarrollar nuevas intervenciones destinadas a la prevención de enfermedades.
En este contexto, los resultados del estudio apuntan a que tanto la polución del aire, como la desigualdad, y los sistemas democráticos debilitados, son factores centrales que inciden en el aceleramiento de nuestro envejecimiento.
“Esto no es una metáfora: las condiciones ambientales y políticas dejan huellas mensurables en 40 países, revelando un claro gradiente de envejecimiento acelerado desde África hasta América Latina, Asia y Europa”, afirma Hernán Hernández, primer autor del estudio.
Para entender por qué dos personas pueden envejecer de maneras tan diferentes en el estudio se habla de edad real y de edad predicha.
“La edad cronológica es simplemente la edad que indica nuestro calendario, cuántos años hemos vivido. La edad bioconductual o predicha, en nuestro estudio, es la edad que se estima a partir de distintos factores protectores y de riesgo, como salud cardiovascular, función cognitiva, educación, bienestar, actividad física, entre otros”, precisa Ibañez.
E indica que la diferencia entre ambas se denomina brecha de edad bioconductual (BBAG, por sus siglas en inglés: biobehavioral age gap), una novedosa medida del envejecimiento acelerado.
Fue liderado por un equipo multinacional de Latinoamérica, África, Europa, Asia y Norteamérica, y se propuso analizar factores ambientales, sociales y políticos y su impacto en el envejecimiento cerebral mediante inteligencia artificial avanzada y modelos epidemiológicos.
Los resultados muestran que el lugar donde se vive, es decir, el exposoma, puede acelerar el envejecimiento, aumentando el riesgo de deterioro cognitivo y funcional.
“Nuestra edad biológica refleja el mundo en el que vivimos. La exposición al aire tóxico, la inestabilidad política y la desigualdad, por supuesto, afectan a la sociedad, pero también influyen en nuestra salud”, asegura Ibáñez.
En el comunicado en el que dieron a conocer estos hallazgos, los investigadores señalan que “llegan en un momento crítico: con la democracia en retroceso a nivel mundial, la contaminación atmosférica alcanzando niveles críticos y la creciente brecha de ingresos”.
Y suman: “Estos datos presentan la primera evidencia de que las exposiciones estructurales combinadas, más allá del estilo de vida individual, están profundamente arraigadas en nuestro proceso de envejecimiento”.
Asimismo, postulan que «en una era de creciente populismo, degradación ambiental y desplazamientos globales, comprender cómo los entornos envejecen nuestros cerebros es un imperativo científico, político, ético y sanitario».
A la hora de abordar la relación entre la influencia de los cuidados individuales y el entorno, Sandra Beaz, coautora del estudio y becaria Atlantic del GBHI en Trinity College, afirma que “el envejecimiento saludable o acelerado de una persona depende no solo de sus decisiones individuales o su biología, sino también de su entorno físico, social y político, y estos efectos varían considerablemente entre países”.
Puede resultar complejo comprender cómo factores ambientales, institucionales y aquellos vinculados a la equidad, inciden en el envejecimiento acelerado. Por eso, Ibáñez brinda ejemplos concretos:
- Ambientales: “La mala calidad del aire puede generar inflamación crónica en el organismo, lo que acelera procesos de envejecimiento biológico y afecta la salud cerebral”.
- Sociales: “La desigualdad económica o de género aumenta el estrés crónico, sumada a menor acceso a educación y cuidados de salud y, en consecuencia, puede acelerar el envejecimiento”.
- Sociopolíticos: “La falta de elecciones libres, la baja representación política o la ausencia de democracia local crean entornos de inestabilidad y estrés social, que tienen efectos biológicos muy concretos”.
“Por ejemplo, elevan los niveles de cortisol, generan inflamación crónica, producen cambios en el sistema inmune y aumentan la carga alostática, que es el desgaste acumulado que sufre el organismo al intentar adaptarse al estrés. Todo esto contribuye al envejecimiento acelerado y afecta directamente la salud cerebral y física”, suma.
“En nuestro estudio, observamos que el impacto de factores sociopolíticos en el envejecimiento acelerado fue comparable en magnitud al de la contaminación ambiental o la desigualdad económica. Es decir, no es solo el aire que respiramos, sino también el contexto político y social el que deja huellas en nuestra biología”, concluye.
Lo que en definitiva señala este estudio es que con tener hábitos de vida saludable, no alcanza. Incluso, estando ubicado en lugares privilegiados, el entorno social tiene impacto.
¿Cómo se mide la influencia de estos factores, teniendo en cuenta que lo que haga cada persona a nivel individual, incluso en el mismo país, puede ser muy diferente? Muchas personas cuidan su alimentación, hacen deportes, descansan bien, mientras que otras no.
Ibañez señala que esta es precisamente una de las grandes fortalezas del enfoque utilizado.
“Medimos la influencia de estos factores a dos niveles: individual y macro. A nivel individual, recogemos información sobre hábitos de vida, salud física cardiometabólica y mental, educación, actividad física, entre otros. Pero además, analizamos el exposoma de cada país o región”, describe.
Y aclara: “Incluso si dos personas en el mismo país cuidan mucho su salud, pueden verse igualmente afectadas por factores estructurales, como vivir en un entorno contaminado o en una sociedad con alta desigualdad o inestabilidad política”.
Por eso, los autores plantean que este estudio redefine el envejecimiento saludable como un fenómeno ambiental, social y político. “Las estrategias de salud pública deben ir más allá de las prescripciones sobre estilo de vida para abordar las desigualdades estructurales y los déficits de gobernanza”, sostienen.
Según Hernando Santamaria-Garcia, coautor principal y becario del GBHI, la solución es macro: “los gobiernos, las organizaciones internacionales y los líderes de salud pública deben actuar urgentemente para transformar los entornos, desde la reducción de la contaminación atmosférica hasta el fortalecimiento de las instituciones democráticas”.
Y aclara que “estos van más allá de las cuestiones climáticas o de gobernanza para fundamentar intervenciones sanitarias urgentes”.
“Para promover el envejecimiento saludable y reducir el riesgo de demencia en todo el mundo, debemos intervenir desde las primeras fases, donde se produce la desigualdad, donde la política moldea las vidas y donde los entornos erosionan silenciosamente el envejecimiento saludable”, cierra.