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La inteligencia artificial en el agro genera el abaratamiento de los alimentos

Durante generaciones, sembrar fue un arte, un saber heredado, transmitido entre padres e hijos, donde cada decisión —el tipo de semilla, el momento de siembra, la rotación de cultivos— dependía más del instinto que de los datos. Luego vino la ingeniería, con un aporte científico. Pero hoy, por primera vez, un agricultor puede contar con una inteligencia artificial (IA) que le diga exactamente qué sembrar, dónde y por qué. Y esa decisión ahora multiplica el rendimiento y abarata el precio de los alimentos para todos.

Imaginemos un productor en Santiago del Estero que duda si plantar algodón o maíz. Su suelo tiene ciertos niveles de nitrógeno, cierto pH, cierta humedad. Hasta ahora, la decisión salía de la experiencia, o de lo que “funcionó el año pasado”. Pero ahora, con una computadora o incluso desde un celular, puede cargar esos datos en un sistema entrenado con miles de casos reales y recibir una respuesta clara: “plantá maíz”. No solo eso: el sistema le explica por qué. Por los minerales en la tierra, porque las lluvias van a ser muchas, porque la acidez del suelo es la justa para ese cultivo. Es como si el campo hablara y la máquina lo tradujera.

Este sistema —desarrollado por investigadores internacionales usando inteligencia artificial y análisis de datos— se probó con 2.200 casos reales y logró una precisión del 99%. Es decir, de cada 100 veces que recomendó un cultivo, 99 veces acertó. Pero lo impactante no es solo que acierte: es lo que se logra cuando lo hace. Porque cuando se elige el cultivo adecuado para ese suelo, con ese clima y en ese año, el rinde puede subir entre un 10% y un 25%, solo por evitar el error de plantar lo que no corresponde.

Pero además del aumento de la producción, está el ahorro. Si se planta el cultivo ideal, no hace falta corregir el suelo con tantos fertilizantes, ni combatir enfermedades con más pesticidas. Se calcula que el uso de agroinsumos puede bajar hasta un 40%, y el de agua hasta un 30%. Eso representa miles de dólares por hectárea. Y si se aplica a gran escala, ese ahorro se traslada inevitablemente al precio final de los alimentos.

En la Argentina, donde el costo de los alimentos es un tema cotidiano en la mesa familiar, esto puede significar mucho. Pongámosle números. Supongamos que la soja, el maíz, el trigo y otros cultivos principales bajan su costo de producción en un promedio del 20%. Si los márgenes comerciales se mantienen estables, eso puede traducirse en una baja de entre un 10% y un 15% en el precio de productos derivados: aceites, harinas, pastas, pan, carnes alimentadas a maíz o soja, etc. Es decir, un litro de aceite que cuesta $1.200 pesos podría bajar a 1.050. Un paquete de fideos que vale 600 pesos, a 520. Y no por un plan, un subsidio o una ley, sino porque producir será objetivamente más barato.

Además, si se generaliza este tipo de tecnología, se evitarán los errores que hoy llevan a pérdidas millonarias. Cada campaña en la que un productor siembra el cultivo equivocado implica menos ingresos para él, menos productos para el mercado, más presión sobre los precios. Es como si tuviéramos un GPS agrícola que evita que nos perdamos. Ya no hace falta dar vueltas para encontrar el camino: la máquina te lo dice, te lo marca y te explica por qué.

Esto no reemplaza al productor, al contrario: lo potencia. Lo libera del margen de error, de la incertidumbre de la intuición, y le permite tomar decisiones con información concreta. En vez de preguntarle al vecino qué va a sembrar este año, puede preguntarle a su computadora. Y lo mejor: esto no requiere grandes inversiones. Con una computadora común, una conexión a internet y algunos sensores baratos —que ya existen y se fabrican en el país— se puede implementar este sistema incluso en campos medianos o pequeños.

Lo que está en juego es el precio de los alimentos que llegan a las góndolas. Una agricultura más precisa, más eficiente y más inteligente es también una economía más liviana para el bolsillo de todos. Y si la Argentina quiere seguir siendo el granero del mundo, quizás ahora también tenga que ser su cerebro. Porque hoy, más que nunca, sembrar bien es pensar bien. Y para pensar bien, hay que tener buenos datos.