Después del triunfo electoral y de varios días dedicado al recambio de gabinete, el Gobierno inició la segunda etapa de su gestión. En la semana que termina exhibió un nuevo diseño de su poder interno, que venía jaqueado por una interna desgastante; demostró capacidades renovadas de interlocución política con el Congreso y con los gobernadores, tras meses de derrotas y desentendimientos; y dejó señales ambiguas en el plano económico.
Esta nueva fase de la gestión asume dos características fundamentales, que son reconocidas dentro del propio Gobierno, pero también por sus interlocutores. En primer lugar, el giro de Javier Milei hacia una mayor apertura con una alta dosis de pragmatismo. Se lo transmitió a los gobernadores en la reunión de hace diez días, y lo bajó como consigna a sus flamantes espadas en el Gabinete, Manuel Adorni y Diego Santilli.
No está claro cuánto tiene este viraje de convicción, o hasta qué punto influyó el reclamo del gobierno de Donald Trump para que lograra consensos. Pero sí es evidente que hay una interpretación del Presidente de que no podía continuar en la senda en la que estaba antes de las elecciones y de que debía resetear su lógica de interacción con quienes pueden ayudarlo a avanzar con sus planes.
En palabras de un funcionario muy cercano, “Javier entendió que no tenía destino si seguía peleándose con todos”. Hay un clima distinto en la conversación política, al menos por estos días, de parte de la Casa Rosada, pero también del resto de los actores. “Todos cambiamos un poco. Nosotros tratamos de dejar la soberbia de lado, y ellos dan señales de abandonar las posiciones hostiles”, sintetizó uno de los hombres que hoy definen ese vínculo.
La segunda característica de esta etapa es su carácter temporal: el Gobierno asume que la nueva ventana de oportunidades que se le abrió con el triunfo electoral será breve, y que tiene que aprovechar el período desde diciembre hasta marzo para introducir todos los cambios de fondo.
Hoy está fortalecido por el apoyo social en las urnas, tiene enfrente a una oposición desconcertada y a gobernadores dispuestos, despejó las urgencias económicas más acuciantes y está impulsado por un panorama externo favorable. Cualquiera de estas variables podría mutar cuando despunte la actividad intensa del 2026.
“Tenemos cuatro meses para hacer lo más importante, después no sabemos qué puede pasar”, explican muy cerca de Milei. No hay una hipótesis de conflicto específico, simplemente la amenaza de una Argentina siempre indómita e impredecible, y una demanda social de corto plazo enfocada en la necesidad de una rápida recuperación económica.
Los gobernadores percibieron esa idea de temporalidad en sus diálogos con Santilli. Todos se quedaron con la sensación de que el ministro del Interior en funciones tiene una pequeña billetera abierta, pero por un tiempo acotado, y por eso se van a tirar de cabeza para ver qué pueden conseguir antes de que la ventanilla vuelva a cerrarse.
A cambio, les piden apoyo para el presupuesto (hay disposición de parte de los mandatarios, pero también varios planteos puntuales) y para la primera reforma, que sería la laboral (hay un acompañamiento conceptual, aunque aún no está la letra chica). La idea es aprobar el presupuesto en diciembre, y la ley laboral en febrero, en período todavía vacacional para evitar escaladas de conflictividad.
Así como hubo un replanteo en el plano político, Milei parece haber traducido este nuevo escenario como un aval para mantener los principales pilares de su programa económico. Allí no hay todavía señales de cambios profundos.
El primer tema en debate, como desde hace mucho tiempo, es el de las bandas cambiarias. Frente a las fuertes presiones externas para que abandone el régimen actual, Milei respondió asegurando su continuidad hasta 2027. En la reunión cerrada que tuvo Luis Caputo con inversores en la noche del viernes de Nueva York, insistió en que no irá hacia una flotación libre porque “hay que proteger a los argentinos” de los efectos de una posible escapada del dólar. Dos de los brokers presentes aseguraron a La Nacion que apenas deslizó un “maybe that” (“tal vez eso”) cuando le preguntaron si existía una posibilidad de “recalibrar” el techo de la banda. Lo interpretaron como algo muy improbable en el corto plazo.
El otro interrogante crucial es cómo hará Caputo para empezar a cumplir con el compromiso de acumular reservas, un objetivo que el FMI había resignado para no afectar las chances electorales de Milei, pero que ahora retomará de la mano del Tesoro de Scott Bessent. En este punto el ministro fue más claro frente a los bonistas, porque habló de su disposición a que el Banco Central compre dólares dentro de la banda, a partir del ingreso de más divisas provenientes de las emisiones de las empresas privadas y de inversores que empiecen a hacer carry trade. Este sería el único cambio significativo en el esquema monetario por el momento.
La otra pregunta pendiente apunta a la economía real: ¿alcanzará con las reformas laboral e impositiva, cuyo impacto se prevé en el mediano y largo plazo, para reactivar una economía que lleva dos trimestres de estancamiento? En el Gobierno piensan que el clima de mayor estabilidad postelectoral que contribuyó a bajar el riesgo país generará un flujo de inversiones productivas, que se sumará a la recuperación del crédito por la reducción de la tasa de interés. De eso depende el éxito del Gobierno en esta segunda etapa.
Contrariamente a lo que se percibió en público, el recambio de Gabinete se empezó a definir antes de la elección. Milei partió de una convicción absoluta, que era la de fortalecer a su hermana Karina después de todos los sobresaltos que había enfrentado con los escándalos de $LIBRA y con los audios de Diego Spagnuolo, y las críticas que recibió por las derrotas electorales en las provincias. De allí surgió el nombre de Adorni, que ya era número puesto para la Jefatura de Gabinete desde la semana preelectoral, independientemente de los resultados. Karina ya había definido que ese lugar no iba a ser para Santiago Caputo.
Milei lo comentó en reserva con muy pocos, pero con la expectativa de demorar el anuncio hasta que se resolviera la situación de su asesor. El problema fue que Guillermo Francos no estaba al tanto, y al enterarse renunció de inmediato y precipitó todos los movimientos.
Cuando el viernes pasado se conoció la salida de Francos, se intensificaron los diálogos entre Milei y Santiago Caputo, que culminaron con un encuentro cara a cara el domingo a la mañana en Olivos. Las conversaciones fueron frontales y profundas. A fin de cuentas, se jugaba el futuro de una de las piezas clave del Gobierno. Un aspecto de esas charlas giró en torno de las cuestiones formales del supuesto cargo que ocuparía Caputo. A Milei le entusiasmó la idea de crear un Ministerio de Gobierno, que absorbería Interior, más Transporte y Obras Públicas.
Pero el asesor siempre puso más interés en definir con claridad cuál sería su rol y reclamó el monopolio de la interlocución con los gobernadores y los legisladores. En el fondo, nunca pareció del todo convencido con subirse a un cargo formal y todo el tiempo demandó precisiones para justificar ese paso. Nunca encontró una respuesta precisa.
Según varias fuentes, incluso planteó la necesidad de tener el control total del Ministerio de Justicia con el ascenso de Sebastián Amerio, por entender que era conveniente que la negociación de los jueces de la Corte y de los juzgados vacantes fuera parte de las tratativas. Milei, en línea con Karina, no estaba dispuesto a semejante delegación de facultades.
Caputo debió intuirlo, cuando los hermanos del poder llamaron a Mariano Cuneo Libarona el día previo a las elecciones para pedirle encarecidamente que reviera su renuncia y se quedara un tiempo más, incluso cuando el ministro les dijo que iba a estar un tiempo fuera de funciones por una operación de rodilla y por un viaje a Alemania. Le manifestaron un cariño repentino (“sos de nuestro equipo, cien por ciento”, lo endulzaron), que sorprendió hasta el propio funcionario, quien terminó aceptando quedarse unos meses más. Nunca le dijeron que también estaban blindando ese casillero.
En el momento crucial de la definición de la nueva cúpula del poder, Milei se inclinó por su hermana, como la mayoría suponía que iba a ocurrir. Caputo les dijo a los suyos sentir alivio porque no se vio forzado a asumir un ministerio que, según su mirada, iba a “acotar el espectro de temas” que maneja. “Estábamos discutiendo con premisas incorrectas, partiendo de la base de que yo debía asumir un cargo en el Gabinete”, comentó.
En su entorno, en cambio, hay decepción. “Javier le dejó en claro que lo que Santiago logró hasta ahora es todo lo que le dejará avanzar. Su límite ya no es Karina, es Javier mismo. Es él y sus complejidades, es él y su dependencia emocional de su hermana”, admitió una figura que siguió de cerca todo este proceso. La interna Karina-Santiago debería ceder; por un tiempo, perdió sentido. La gran duda ahora es si además de limitar su ascenso, la implacable secretaria General también irá de a poco por las áreas que gobierna Caputo. La SIDE y la ARCA son los puntos álgidos de conflicto.
Esta semana quedó en claro que hay un nuevo esquema de interlocución en el que no participa directamente Caputo. Su papel por ahora será replegarse para volver a su tarea de estratega en las sombras y en el guardián ideológico de los proyectos oficiales; el que le cuida el capital simbólico de Milei.
Quizás hay algo de ingratitud en este mensaje. Caputo asumió más tareas que las previstas en momentos en los que el Gobierno estaba en serias dificultades para torcer votaciones en el Congreso, y cuando los gobernadores no encontraban soluciones en sus interlocutores oficiales. El problema fue que esa vía alternativa después se transformó en la principal, y ahí se desvirtuó el proceso. Milei mantiene una altísima valoración y afecto por su asesor, pero al mismo tiempo entendió que no podía promoverlo más, sin lesionar el vínculo indestructible con su hermana.
En la última conversación entre ambos surgió el nombre de Santilli como posible ministro. Pero hay dos versiones al respecto. Una señala que Milei le pidió a su asesor que lo ayudara a elegir al futuro ministro, y que Caputo le planteó que era importante aprovechar el cargo para reconectar más nítidamente con el Pro, tras la cena amarga que había tenido con Mauricio Macri. Allí desgranó como alternativas el nombre de Santilli, muy cercano a Karina, y el de Cristian Ritondo, con quien el propio Santiago tiene un vínculo mucho más cercano. Al final la moneda cayó del lado de Santilli por su reciente triunfo electoral y porque está más lejos de Macri que Ritondo.
Sin embargo, hay otro relato de los hechos, según el cual Milei le planteó a Caputo tres posibles nombres para ver cuál le parecía mejor. El menú estaba integrado por Santilli, Ritondo y un exfuncionario de origen mendocino. Quienes cuentan esta versión aseguran que era una prueba de Milei a Caputo, inspirado en su hermana Karina. El asesor se inclinó por Ritondo, y así habría dejado en evidencia su interés más personal. Milei al final eligió otro camino.
Cuando se terminó el minué de los nombres, el Gobierno activó de inmediato su nuevo dispositivo del poder, que empieza con Karina, sigue con Santilli a cargo del diálogo político, y termina en Martín Menem en Diputados y en Patricia Bullrich en el Senado. Un poliedro que reemplaza al “triángulo de hierro”, en torno del cual orbita Adorni, con un rol de monitoreo de gestión y de comunicación; algo así como “los ojos y los oídos” de la hermana presidencial. Y Santiago Caputo, desde la mirada estratégica. Pero la forma del poliedro la define Karina. Una escenificación de su nuevo poder quedó retratada en la reunión que encabezó ella sola, sin la presencia de Milei, ante los diputados y senadores electos de La Libertad Avanza en la Casa Rosada.
Santilli lo entendió rápidamente, y por eso ya se reunió en la semana dos veces con Martín y Lule Menem. Sabe que hoy el poder circula por esas venas. También mostró de entrada que aprendió a jugar de volante polifuncional. El jueves se desdobló en su última función como diputado para torcer el dictamen de presupuesto y lograr la primera victoria legislativa del oficialismo en mucho tiempo. Y el viernes, vestido de ministro, abrió la ronda de diálogo con los gobernadores, donde puso en práctica el nuevo mantra del Gobierno: diálogo, negociación y, si es muy necesario, algo de plata.
La gran duda sobre su arribo al Gabinete giraba en torno de cuántos recursos tendría a disposición para resolver las demandas y no convertirse en un nuevo Francos en dos meses. La respuesta es unánime: pocos. Alguno bromeaba con la frase de Luis Caputo antes de las elecciones, cuando dijo que a los negociadores del Gobierno “les dábamos dos escarbadientes”. “Bueno, ahora Santilli tiene tres”, ironizaban.
El ministro cuenta con algo más de recursos, pero deberá administrarlos en poco tiempo. Igual está confiado porque entiende que hay muchos reclamos que tienen más que ver con gestión que con fondos. En la reunión del viernes con Ignacio Torres, por ejemplo, levantó el teléfono para hablar con el ministro de Economía y transmitirle el pedido de eliminar las retenciones petroleras en Chubut, tal como se había comprometido la Nación como parte de un acuerdo integral impulsado por el gobernador. La promesa que le hizo Milei al designarlo en Interior fue que todos los ministerios tienen la indicación de atender rápidamente las demandas que surjan de sus negociaciones, siempre y cuando no comprometan las cuentas fiscales.
Dentro y fuera de la Casa Rosada coinciden en destacar un término que define esta nueva etapa: orden. Al menos de arranque, la gestión parece mejor orientada a responder uno de los grandes déficits del Gobierno, que era la disfuncionalidad operativa y la superposición en la interlocución. Habrá que ver si el aprendizaje resultó eficaz. Milei está ante la gran oportunidad para encarrilar definitivamente su proyecto. Pero no tiene un margen ilimitado./Jorge Liotti
