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Marta tiene 100 años y va manejando todos los días a su empresa

Marta se levanta todos los días a las ocho y sale para su trabajo al mediodía. Le gusta tomarse su tiempo, desayunar tranquila, ver su Whatsapp, dar las indicaciones laborales a sus empleados, leer los diarios, arreglarse y estar coqueta. Maneja todos los días su Toyota Yaris, al que saca del garaje con complejas maniobras. Vive en Retiro, frente a la Plaza San Martín y si bien una chica la ayuda con la preparación de la comida, vive sola. Disfruta la soledad, la independencia y la autonomía. Tiene flor de carácter.

Nada de lo descripto llamaría la atención si no fuera porque Marta Beatriz Echaul festejó en septiembre último, a todo trapo, sus 100 años. «La gente me mira asombrada, casi como si fuera un marciano. Me pasa que tengo los ojos de las personas encima, como que no lo pueden creer… Para mí es algo normal, qué sé yo… Cumplí 100, me llegaron un día pero los naturalicé. Yo soy la misma y hago lo mismo de hace 40, 50 años… Lógico, estoy más vieja, pero la edad no me impide hacer nada«.

Marta recibe a Clarín en su espacioso departamento. Un ratito antes, en la planta baja, Luis, el encargado del edificio, previno: «Mirá que es brava la doña, no te deja pasar una. Acá en planta baja, cuando se va, pasa el dedo que desliza por la pared y me dice: ‘Está sucio, Luisito, ¿qué estás esperando?’. Yo me lo tomo bien, imaginate que hace más de veinte años que la conozco. Nos va a enterrar a todos. Es una mujer fuerte, sólida y maneja de puta madre».

En su casa, la anfitriona ofrece algo fresco. Es menudita pero sólida, está peinada y bien arreglada, lista para ir a Pompeya, donde está Santa Marta, su empresa de transportes. Usa un bastón que la acompaña «sólo por las dudas». Se la ve ágil, habla fluido y escucha sin interferencias. a.

Marta Beatriz Echaul recibió a Clarín en su casa de Retiro, desde donde salimos para su trabajo. "La gente me mira como si fuera un marciano, a mí los 100 me encuentran plena". Foto: Fernando de la Orden

Posa junto a una foto de su casamiento con Isaac, el 24 de marzo de 1945. «Una persona maravillosa, el único hombre con el que podía estar una mujer difícil como yo. Fue el amor de mi vida, lo cuidé mucho… partió en 2004″. Dice que es noctámbula, lectora, cena con vino todas las noches y se acuesta entre las 3 y las 4 de la madrugada.

Marta mira su reloj y con la mirada expresa apuro. Ya tiene su cartera y las llaves del auto en la mano. «Voy bajando a sacar el auto, no me quiero demorar, me están esperando en la oficina», dice más con tono demandante que de consulta.

Apuramos el paso junto al fotógrafo y la nieta, que ejerce de un sostén que Marta parece no necesitar. Arriba del auto la mujer se siente a sus anchas y muy hábil, como cuando tras varias maniobras y gambetear un par de autos, sorteó el difícil estacionamiento del segundo subsuelo de su edificio.

"Disfruto el día a día, me gusta ir a trabajar, salir a cenar, tomarme un vinito con amigos, me encanta la lectura y estoy informada de todo", se describe Marta.

Es osada al volante, también prudente, pero no se achica si hay que meter la trompa para ganar espacio en medio de algún embotellamiento. «Espero que llenen bien el camión, el otro día salió medio vacío», murmura. «Tengo una empresa de transportes que llevan todo tipo de mercadería al interior y el negocio es que el camión salga repleto, si no no me sirve», dice en un semáforo rojo, mientras manipula los botones de la radio.

Atenta al tránsito y con la cabeza en el trabajo, no deja nada librado al azar en la vía pública. Vamos por la Avenida 9 de Julio hacia el sur. «Fer, ¿le podes avisar a Sarita que me tenga listo lo que le pedí?», le dice a la nieta. Sarita es la hija que trabaja con ella. «Es tímida, introvertida, dócil, nada que ver conmigo». Vamos a buen ritmo, por subir a la autopista. «Yo tuve dos hijos, perdí al varón, a Alejandro, en un accidente que él tuvo hace muchos años. Fue un golpazo«, se limita a compartir.

La circulación es lenta y avanzar a paso de hombre fastidia a Marta. En diagonal se nos puso un Sandero que quiere colarse de prepo y se impone prepotente. «Dale, dale, ¡qué estúpido!», levanta la voz y toca bocina molesta por la avivada temeraria. «Hoy está complicado porque es viernes, pero al mediodía suele estar más fluido el tránsito», dice mientras suena de fondo Algo contigo, de Chico Novarro. Sube el volumen. Tararea.

En abril de 2026 a Marta se le vence la licencia de conducir. "Por supuesto que iré a renovarla, ¿tenés alguna duda?", responde convencida.

Bajamos de la autopista y primerea a un camión que venía obstaculizando el paso y que la hacía rezongar. Maneja con las dos manos al volante y consulta los espejitos continuamente. «Ya estamos llegando», avisa con alivio. Doblamos en la calle Ventana e ingresamos al playón de la planta. «Señora, quédese tranquila que el camión va a salir a horario y con toda la mercadería«, la tranquiliza Rafa, el encargado que lleva 43 años en la empresa Santa Marta.

El calor agobiante no amedrenta a Marta, al contrario, ella observa el camión con detenimiento. A su lado Rafa le va dando detalles. «Por favor, acomoden bien… Cuanto más prolijo, más cosas pueden entrar», ordena con su bastón hacia un espacio vacío. Rápida de reflejos saluda a un camionero que se aproxima. Primero le pregunta por su hija: escucha, sonríe y al toque anestesia. «¿Por qué llegaste tan tarde, querido?». El gesto que pone al escuchar la respuesta no tiene precio. Rafa baja la vista y se muerde los labios.

Bajo los rayos del sol, algo agitado, Rafael es el soldado más fiel de «doña Marta», como la llama. «¿Cómo es la patrona? Tiene su carácter, no lo vamos a negar -sonríe tímido-. Es brava, pero es una jefa justa. Ella exige, porque no es fácil tratar con camioneros, eh, ojo… Viste, entonces se tiene que poner firme, pero siempre con respeto y no se le pasa una. Y cuando la necesitás, está, cumple, defiende a su tropa».

Dejamos a Rafa porque la vemos a Marta yendo a su oficina. Debe subir un piso por una escalera empinada. Lo hace sola, con su bastón pero sin ayuda. Sorprende otra vez su fortaleza física. Se le hace el comentario y arquea las cejas, dejando en ridículo a su interlocutor. «Hace más de 40 años que hago esto todos los días, querido. Tengo el privilegio de estar bien, no pienso en mi edad para cada cosa que hago. Soy una mujer sana, fuerte, como de todo, me cuido pero no me cuido…».

El «no me cuido» pasa más por un tema de «vivir y disfrutar, no de pensar en lo que podría suceder». No es hipocondríaca, va poco y nada al médico. «Me hago un chequeo cada dos años de sangre y orina, después nada más. Y disfruto comer de todo, no digo ‘ay, esto no lo pruebo porque me va a dar una pataleta. Como y paladeo, muero por el cochinillo».

Es austera la oficina donde trabajan Sarita, su hija, y dos empleadas, Susana y Sandra. El escritorio de la jefa está en el medio. Sin abrir la boca, le acercan documentación para que coteje y dé el visto bueno. Nada se hace sin su consentimiento. Se toma su tiempo Marta, lee cuidadosamente el detalle de la carga del camión. Lee en el papel y chequea en la computadora. Y bebe un vaso de soda. 

"Esta empresa la levanté yo solita, de la nada, y soy la mandamás de la empresa", dice con una sonrisa Marta Beatriz Echaul. Foto: Fernando de la Orden

Cada vez más solicitada en su labor, es momento de dejarla tranquila. «¿Qué esperabas encontrar? ¿Te decepcioné? Espero que hayas encontrado lo que viniste a buscar», sorprende con el comentario. Y se le pregunta si le tema a la muerte.

«No, para nada, tampoco lo pienso como algo inminente. Pero tengo sentido común, lógica. ¿Cuántos años más voy a vivir? Yo creo que 105 como máximo».