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A 48 años de la muerte del General Perón

El 1º de julio de 1974, el corazón deJuan Domingo Perón se apagó definitivamente. Sin embargo, el desenlace final de uno de los dirigentes políticos más trascendentes de la historia del país se constituyó como la crónica de una muerte anunciada: meses antes, su salud ya pendía de un hilo y había tenido varios episodios críticos que lo llevaron a requerir médicos personales. Sus últimos días, entre algodones y bajo el cargo de presidente de la Nación, hacían presagiar el peor de los escenarios.

El primer mandatario atravesaba tiempos convulsionados al frente de la Nación: la toma de decisiones en materia institucional quedaba en manos de varios de sus colaboradores mientras, a sus 78 años, lidiaba con varios inconvenientes cardíacos crónicos. El fundador de uno de los movimientos más importantes de la Argentina no podía hacerse cargo de la creciente violencia que imperaba en la nación y él mismo se involucró en conflictos con diferentes organizaciones sociales.

Dos meses antes de su deceso, cuando aún mantenía cierta capacidad de poder, emprendió un discurso en el que acusó a los militantes montoneros que se habían acercado a la Plaza de Mayo de “idiotas útiles” y “mercenarios”; la columna del grupo contestó a los agravios del primer mandatario con un cántico que se volvería icónico: “¿Qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”.

Juan Domingo Perón: sus planes sucesorios

Su condición, sin embargo, siguió deteriorándose más y más. A comienzos del mes de junio, y a contramano de las recomendaciones de los profesionales de la salud –lo escoltaban los médicos Jorge Taiana y Pedro Cossio-, se embarcó en un viaje para visitar a Alfredo Stroessner en Paraguay; aquella travesía contaba con un simbolismo significativo ya que la nación sudamericana le había ofrecido asilo durante su largo exilio, que duró más de 17 años.

Sus movimientos en aquellas jornadas estuvieron estrechamente vinculados con sus intenciones de dejar un legado: de regreso en el país, Perón recibió en la Casa Rosada al radical Ricardo Balbín, a quien percibía como el candidato idóneo para sucederlo.

En más de una ocasión, el líder justicialista exploró, junto a su secretario legal y técnico Gustavo Caraballo, las alternativas para generar un “esquema institucional” que relegara a su mujer María Estela Martínez de Perón, la vicepresidenta, de ejercer sus funciones. Aquel deseo quedó trunco.

Juan Domingo Perón: la despedida en una Plaza colmada

El 12 de junio, después de una intensa agenda que incluyó varios mítines, amagó por primera vez con renunciar. En un discurso efusivo por Cadena Nacional, Perón cuestionó a los formadores de precios y a los especuladores y los acusó de golpistas. Una posterior movilización a la Plaza, encabezada por la Confederación General del Trabajo (CGT) y las 62 Organizaciones Peronistas, lo hizo cambiar de opinión.

Hasta el final de sus días, Perón intentó, sin éxito, quitarles el poder a López Rega y a Isabel.

Ya débil, aquel día el General brindó su última comunicación ante sus seguidores y pronunció una frase que quedó para la historia: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. En el marco de una reunión de gabinete posterior, se definió que tanto el polémico ministro de Bienestar Social, José López Rega, como Isabel, debían rubricar todos los documentos que le provocaran al General un “cambio de ánimo”.

A nivel internacional, las primeras sospechas comenzaron cuando el presidente suspendió una audiencia con el canciller australiano, prevista para el 24 de junio. La embajada de Estados Unidos le envió un cable a Washington con las novedades: “Nos han admitido que está bastante enfermo y han habido complicaciones respiratorias”.

Juan Domingo Perón: los intentos para salvarlo

Pasadas 48 horas, el final era inminente. El jefe de Estado sufrió una angina precordial y los fármacos recetados ya no alcanzaban para contrarrestar la arritmia. Al mismo tiempo, los doctores dijeron que también padecía una broncopatía infecciosa, con repercusiones en una afección circulatoria. El Mundial de 1974, que apreció por televisión, asomó como la única distracción del primer mandatario.

El 1º de julio, cuando las esperanzas estaban posadas sobre una leve pero importante recuperación, y en medio de una reunión entre ministros que comandaba su esposa, Perón se descompuso en un sillón. Eran las 10.15 de la mañana.

Juan Domingo Perón: un final anticipado

El padre Héctor Ponzio, que oficiaba como capellán en el Regimiento de Granaderos, ingresó a la habitación para darle la extremaunción. Pese a los intentos infructuosos de sus médicos para estabilizarlo, Perón reconoció que no había posibilidades de recuperación. Solo atinó a decir: “Me voy, me voy”.

Casi un millón de personas se reunieron en el Congreso para despedir los restos del General.

Tras caer de costado y no mostrar funciones cerebrales, López Rega, que había irrumpido en el cuarto, intentó hacer gala de sus convicciones masónicas y resucitarlo, tomándolo de los tobillos. “¡No te vayas, Faraón!”. Sin embargo, ya no había nada por hacer. El General había muerto. Este viernes, se cumplen 48 años del fallecimiento del hombre que marcó una época.

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