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Sergio Massa, entre la endeble paz social y el ajuste antipático

Lo despidieron con una sensación de esperanza parecida a la que les generaba Mauricio Macri. ¿Mal augurio? Sergio Massa fue la figura excluyente del Consejo de las Américas. El discurso del ministro de Economía fue celebrado con un aplauso sostenido por parte del empresariado. Uno de los dueños más importantes del país, sin embargo, se aferraba a lo que por la mañana había prometido el otro presidenciable que rindió examen en el Hotel Alvear: Horacio Rodríguez Larreta.

El alcalde porteño prácticamente tocó a pedido de la audiencia, cuando prometió el fin de los dólares múltiples. «En algún momento debemos apuntar a converger a un solo tipo de cambio, que sea competitivo y que permita acceder a insumos importados», afirmó.

El empresario mítico lo destacó especialmente. Pero evitó, en el pasillo del Alvear, entregarle a Rodríguez Larreta el patrimonio de su expectativa ideológica. «Veremos qué plan tiene», se atajó. La cautela es hija de la decepción que le causó la experiencia fallida de Mauricio Macri. A pesar de ese desencuentro con el círculo rojo, el ex presidente sigue tomando envión.

El egresado del Cardenal Newman exhibe un perfil altísimo, con recorridas por el conurbano y reuniones con embajadores del G-7. Ya sea para ir por la revancha o para incidir en la posible presidencia de algún otro cambiemita, la operación es pura ganancia para Macri.

Mientras tanto, Sergio Massa ofrece un blend ambicioso de estabilidad macroeconómica con paz social. Así resumió el objetivo de su gestión ante los empresarios que fueron al Alvear para escucharlo especialmente. Ese equilibrio sintetiza el doble papel, a priori contradictorio, que encarna el tigrense: ser el encargado de concretar el ajuste en un país con una pobreza del 40% y, a la vez, la esperanza blanca del Frente de Todos para obtener una vida más.

¿Se puede ser el candidato que promete un futuro próspero y, al mismo tiempo, la cara antipática que trae las malas noticias? El realismo crudo tiene una respuesta simple para ese dilema: no había alternativa. Y allá va Massa a la pesca de dólares, ensayando un ajuste sin devaluación brusca y con un respaldo político interno sujeto a resultados. El Frente de Todos entró en una etapa de ortodoxia por tracción a miedo ante el abismo.

En la última semana, el ministro atravesó casi sin desgastarse la marcha de la CGT. Fue el debut callejero de la Central bajo la gestión de un Alberto Fernández licuado. Se trató de una protesta descafeinada que, sin embargo, hubiera llegado muchísimo antes y con más enojo en caso de que no gobernara el peronismo. El «compañero Alberto» hizo de airbag.

Con la última designación de Gabriel Rubinstein como viceministro encargado de la macroeconomía en su equipo, Massa prepara un dólar soja mejorado. Apunta a incentivar la liquidación de granos, ante un Banco Central sediento de reservas. En paralelo apura el ajuste para conseguir una quimera: atarse al corset fiscal pactado con el FMI.

No hay demasiados antecedentes históricos para entusiasmarse. Según un dato de la consultora Ecolatina, en los últimos 30 años únicamente en 2001 y en 2002 el gasto primario del segundo semestre fue inferior al del primero en términos reales. Y Massa debería lograr ese objetivo, si quiere cumplir la meta que prometió. La planteó el misma día en que asumió, una vez terminado el momento festivo de la jura, ya en su rol de ministro de la austeridad y la búsqueda desesperada de dólares.

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