Con un nombre tan literal que termina siendo encriptado, las constelaciones familiares están en auge en esta Argentina pospandémica. Si ir a terapia (la clásica, la del diván) ya es casi más normal que hacerse un chequeo, constelar todavía es un verbo que está abismalmente lejos de aparecer en la cartilla.
Es que no es por ahí.
No tiene que ver estrictamente con «Salud». Ni siquiera con «Psicología». Pero cada vez más este tipo de alternativas se toman como un complemento para un horizonte compartido por esos ámbitos clínicos: el bienestar emocional.
Tampoco es autoayuda. Es un giro hacia una disciplina práctica. «Sanar», «Soltar», son los objetivos de inmiscuirse (en cuerpo y mente) en las constelaciones familiares. Otro verbo fundamental: reconciliar. «Que es diferente de perdonar», explica Andrea Kovacs Kadar, médica de la UBA y una de las pioneras de esta corriente de sanación en el país.
A la par de que cada vez hay más opciones online y presenciales para capacitarse como consteladores (hace una década esto pasaba con los coach ontológicos y esa búsqueda del Ser para la transformación personal), crece exponencialmente el interés por constelar.
Incluso este domingo –con Gabriela Arias Uriburu como gran referente, por su camino interior hasta «perdonar» al padre de sus hijos–, habrá un evento multitudinario en Olivos para consteladores, constelados y estudiantes, a $18.000 la entrada.
La idea es popularizar las «nuevas constelaciones», las cuánticas, una rama que mira hacia adelante (de cara al pasado). Vibrar al son de cuatro fuerzas: aceptación, orden, inclusión y equilibrio. Todo deviene de una filosofía de vida basada en Fuerzas del Amor, best seller de Brigitte Champetier de Ribes, discípula de Bert Hellinger, el creador de las constelaciones en el ’78.
Así como ya hay encuentros masivos para respirar, ¿falta poco para que la gente se reúna de a cientos a constelar en los bosques de Palermo? Falta.
Pero hasta el mundo editorial pasó de la autoayuda a conquistar público con estos ejercicios prácticos. Entrá en crisis, de Violeta Vázquez (Planeta) y Sanar la herida, de la coach espiritual y especialista en codificación Claudia Luchetti (Grijalbo), son los últimos ejemplos locales. Y Klouser, la exitosa plataforma creada en 2019 por dos argentinos que querían ser un catálogo de profesionales del bienestar, se centra en las constelaciones.
La serie de Netflix
Si se habla de interés, por sobre todo lo anterior está Netflix. En agosto, cuando se estrenó la serie turca Mi otra yo, fue tendencia y en el país hubo un pico de búsquedas en Google sobre constelaciones familiares.
Sin spoilear nada, cuando a Sevgi le diagnostican cáncer, con Ada y Leyla emprende un viaje a Ayvalık para buscar a Zaman, que hace este tipo de sesiones. Lo que no saben es que eso va a hacer que conozcan a sus respectivas familias, a sus ancestros y a otra versión de sí mismas.Mi otra yo, la serie de Netflix sobre constelaciones familiares
¿Por qué crece este interés? ¿Qué onda que hasta la más escéptica de las almas argentinas puede darse una vueltita por estos senderos tan elevados? ¿Por qué a nuestro rinconcito espiritual le prendemos más velas que nunca?
«Estoy constelando a lo loco», dice Kovacs, quien hace 23 años que es consteladora (se les dice facilitadores a quienes ayudan a hacerlo y consultantes a quienes acuden a hacerlo). «La gente está necesitada, desesperada», apunta.
Lo primero que explican sus adeptos es que «constelaciones familiares» es un tipo de abordaje (atención: no es una terapia) emocional. La mirada es la de la terapia sistémica. Esa que dice que somos quienes somos por nuestro origen, de dónde venimos.
Por eso es que se trabaja con todo el linaje del padre y de la madre de quien haya decidido constelar. «Hasta nueve generaciones atrás», marca Kovacs, que también ofrece la experiencia de sanar heridas con caballos, desde un corral en Capilla del Señor.
Sí, todavía hay que explicar este verbo.
Constelar es poder tomar consciencia de lo que opera inconscientemente. Revisar las creencias sobre uno mismo, porque desde ahí se toman decisiones que muchas veces no son propias sino repetitivas.
Hablan de patrones de comportamiento «heredados». Fidelidad a sostener una manera de hacer las cosas. «Porque si no lo hacés de esa forma, se juega tu pertenencia al clan».
La consteladora Andrea Kovacs Kadar sostiene el micrófono en una constelación grupal a fines de octubre. Con la mano en pecho, una mujer constelando
Otro dato clave para entender de qué va esto: el impacto de los ancestros llega hasta nosotros. Y, la vez, ese pasado no nos condena, pero sí se trabaja en las sesiones. Consideran que el pasado está en nosotros. «En los genes», sigue la experta.
«Por la serie de Netflix, la gente llegaba diciéndome ‘Vengo a sanar este dolor que no es mío’ (la referencia bibliográfica es del libro Este dolor no es mío, del constelador Mark Wolynn). Y no es tan así, hay que estar predispuesto a sanar. Nadie más que nosotros mismos puede generar un cambio en nuestro campo de información», cuenta.
El punto de partida es que en las historias familiares ancestrales hay sucesos que repercuten en los descendientes. Secretos, cosas no dichas, muertes o embarazos que no llegaron a término, son algunos ejemplos. Una persona no sólo hereda lo físico, también cuestiones emocionales.
Las sesiones
El último evento de Kovacs fue el 22 de octubre en el Hotel Emperador. «Un 30% viene sin tener idea de qué son las constelaciones. Muchos buscan lo que el sistema de salud no les dio. O lo complementan con terapia. Las constelaciones no excluyen a una psicoterapia. Un abordaje no invalida al otro», aclara.
«Todo esto muchas veces es incomprobable», admite a Clarín Daniela, que hace 10 años que recurre a las constelaciones familiares.
«O no tenés esa información familiar o son cosas que pasaron hace muchas generaciones y no sabés qué sucedió en esa rama del linaje con tal abuelo. Hay un secreto ahí que se mantuvo sin revelarse. Pero lo que hacen las constelaciones, justamente, es poder trabajar en otro plano«, explica.
¿Qué plano? «Los campos de información, que rodean a cada persona». La constelada lo explica así: «Toda nuestra historia es información, que está en nosotros. Si nosotras dos consteláramos, toda tu historia estaría delante mío y toda mi historia estaría delante tuyo».El llanto es una reacción muy frecuente entre quienes constelan
En esa línea, al constelar (la sesión en general es grupal y Kovacs tras esta nota iba a tener una con 25 asistentes) los facilitadores, perciben las pautas para abrir ese multiverso de emociones: «Para que esa información se pueda decodificar, interpretar».
En el medio, hay un montón de simbolismos que van analizando, probando como hipótesis, casi sin mediar palabra, respecto a grandes temas que se traen al grupo. Como el dinero, la herencia, el duelo.
«Si vos no te realizás económicamente, como el dinero es recurso, es abundancia, es alimento: es la madre. Ahí hay que abrir algo con la madre«, detalla Daniela.
El cuerpo, consideran quienes constelan, «es el canal para ejecutar esa información». Al constelar suceden cosas como que alguien represente a una abuela usando un bastón, cuando no sabe que, efectivamente, la abuela de esa persona usaba bastón. O que se encorve exactamente como como ella.
Un punto a aclarar es que quienes son consteladores no necesitan ningún tipo de matrícula oficial. No son terapeutas, en el sentido estricto, aunque así se autoperciban y así se los llame en el ambiente.
«Pueden tener cualquier profesión. Yo hice el Profesorado de Historia. Veo muchos abogados, artistas, amas de casa, claro que psicólogos y también docentes», dice Susana Sciarresi, directora del Centro Centro Latinoamericano de Constelaciones Familiares (CLCF), que recién llegó de un entrenamiento en Estados Unidos.
«En los últimos meses hubo más de un 30% de inscriptos para capacitarse», cuenta. También aclara que es mejor no hablar de algún trauma familiar que aflora en las sesiones, sino de experiencias no digeridas, que quedan retenidas en el sistema nervioso. «Y aparecen», dice.
Algunas cifras: los cursos duran unos dos años; las sesiones, entre tres y ocho horas; en promedio son 20 minutos por constelado; en general, si hay 20 asistentes, sólo unos cinco deciden constelar.
Pero nadie es puramente espectador, y lo que surge ahí, como plantean, «sigue trabajando mucho después de la sesión». Un cambio más: el eminente público «maduro y femenino» pasó a ser mixto y cada vez más «sub 40».
«Las consultas se incrementan día a día. Hay extremos. Gente muy grande y este sábado viene un chico de 19. Es la necesidad de resolver conflictos que afectan el buen sentir. El camino es mirar a nuestros propios sistemas familiares, ancestros, e identificar cuál es la implicancia que tenemos con ellos», dice Liliana, consteladora de Ayun/Kushe, el espacio en City Bell creado por la doctora Ranjani Cobo.
«Constelar no es una terapia, es un método para resolver padecimientos. Hay que vivir constelando, que no es ir a una sesión todos los meses sino irte esa vez con una foto de eso que pasó y darle sentido a tu vida. Se puede constelar más de una vez un mismo padecimiento. Es como una capa de la cebolla. Vienen por problemas mentales, físicos, por abandono, por traición, infidelidad», detalla.
Quien decide constelar, elige un tema personal para tratar. Mariana recuerda a este diario qué sucedió cuando ella pasó al frente, dos semanas atrás, y habló de dinero.
«Me gusta mi trabajo pero no logro realizarme económicamente», arrojó. La consteladora le hizo un par de preguntas, no muchas, sin profundizar, a propósito. Sin decírselo, trabajó con la hipótesis de la madre.
«¿Cómo es tu vínculo con tu mamá?». Inmediatamente después, le pidió que elija representantes entre el grupo para que personifiquen a los distintos familiares de su constelación. Esos son los «sustitutos».
Alguien será la madre, otra la abuela, otra representará al trabajo y otra al dinero (si ese fue el tema a tratar. Puede ser la enfermedad, la pareja, los vínculos laborales) y alguien más representará a la persona que eligió el tema. Estos «personajes» se trasladarán, físicamente, al centro de la sala. Y se abrirá ese campo de información.
Quienes estén parados representando a alguien o a algo, «empezaron a sentir, sutilmente, como que no podían moverse o saltar, o se ponían de espaldas a alguien. No es como se representa en la serie de Netflix, ni mucho menos, es algo más sutil«. Y, de nuevo, todo es casi sin mediar palabra. Muchos se largan a llorar.
Puede ser que quien represente al dinero se quede al costado de la «abuela» y la «madre», y el resto se quede de espaldas o se acueste en el piso. En otras sesiones pasa que «el constelador pedirá que elija a alguien que represente al padre o al abuelo y levanta algo más de información». Ahí genera un movimiento: «Decile a tu padre: ‘Te perdono». Y la persona repite: «Te perdono».
Todo es simbólico. Las sensaciones van de un lado al otro para quienes creen en constelar y para quienes son consteladores. Es menos de la palabra y más de «la gestualidad» de «lo corporal».
Constelar puede ser algo de una sola vez –«para quienes lo hicieron y sintieron el click»— o puede ser algo de años, para seguir interpretando.
«Nunca es como una terapia convencional, freudiana, porque todo este movimiento es emocional y energético, hay que esperar que eso decante», explica Carlos, que ya consteló dos veces. Lo que se ve en una sesión nunca es lo mismo que lo que se ve en otra. Constelar es un proceso vivo.
La mirada de la psicología
Para el psicólogo y secretario de Investigación de la Facultad de Psicología de la UBA, Martín Etchevers, tras la pandemia «estamos en una crisis de salud mental». Eso allanó el camino para que se instalen este tipo de alternativas.
«Las situaciones de crisis hacen que las personas se inclinen hacia prácticas de la salud. Desde la psicología recomendamos hacer ejercicio, actividades artísticas, incluso la meditación propia del yoga. También surgen las constelaciones familiares, que no tienen ningún nivel de evidencia. Son intervenciones terapéuticas disfrazadas. En base a la terapia sistémica», detalla Etchevers.
Desde su mirada estrictamente académica (es doctor en Psicología, titular de la cátedra “Clínica Psicológica y Psicoterapias: Psicoterapias, Emergencia e Interconsulta”) él sólo promueve modelos que tengan apoyo empírico. Con base teórica pero también con regulación, que es algo más que tener una matrícula: es tener por detrás un órgano de control que regule las prácticas.
«Las constelaciones no tienen nada de eso. Si se toman como algo recreativo, no demoran el tratamiento de una enfermedad física ni un diagnóstico de salud mental, no es una actividad peligrosa», cierra.
Lo que sí le parece grave –y cree que también pudo haber potenciado el furor por lo alternativo– es que en el último estudio del observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la UBA se detectó que «hay dificultades para el acceso a la terapia». El 40% dijo que necesitaría una consulta y el 70% dijo que no pudo acceder. No hay certezas sobre el porqué.