Recuerdo casi con nostalgia los tiempos cuando los embajadores de Estados Unidos acudieron a las casas presidenciales de países latinoamericanos o africanos a dar sermones sobre la democracia. Que deberían celebrar elecciones limpias, respetar el traspaso pacífico del poder y tal. Algo de confianza tienen.
Pero hoy, ante las elecciones que se celebran a lo largo y ancho de Estados Unidos el martes, los embajadores latinoamericanos o africanos en Washington son los que no coinciden ir a la Casa Blanca, o quizás mejor al sector republicano del Congreso, para rogarles que se se comportan con madurez democrática. El embajador de Brasil podría ser uno de ellos.
Pensábamos que el presidente Jair Messias Bolsonaro, ultraderechista militar retirado, era el Trump brasileño. Sospechábamos que si perdía las elecciones de hace una semana se inspiraría en el ejemplo de la vaca naranja para clamar que hubo fraude e incitar a sus fieles a invadir las instituciones de gobierno. Pero nos equivocamos.
Resulta que el desvergonzadamente racista, misógino y anti homosexual Bolsonaro posee más sentido de responsabilidad patria que el ex – y quizás futuro – presidente de Estados Unidos. El domingo pasado perdió contra Lula da Silva por un margen mucho más estrecho que Trump contra Joseph Biden en las elecciones de 2020 pero, aunque fuera de los regañadientes, reconoció su derrota. Dio instrucciones para que se prepare la transición. Jair Messias, que profesa ser un devoto cristiano, actuó como Dios manda.
En el mundo político de Estados Unidos la fórmula parece ser que cuanto más cristiano uno dice ser, más proclive es a desdeñar las reglas más elementales de la decencia democrática. Para la mayor parte de los candidatos electorales republicanos y sus votantes el evangelio cuyas palabras más creen es el de Donald el anticristo. Una fe reemplaza la otra y luchan por ella con la misma certeza de poseer la Verdad que un yihadista. Bueno, casi.
Fíjense en el caso de David DePape, el fundamentalista trumpero que atacó al marido de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, tercera en sucesión a la presidencia, Nancy Pelosi. La policía sabe lo que pasó. De Pape, de 42 años, corroboró la versión de su víctima, Paul Pelosi, de 82.
El 28 de octubre, sobre las dos de la mañana, De Pape entró en la casa de los Pelosi en San Francisco tras romper una ventana con un martillo y despertó al marido de la famosa líder democrata. “Where’s Nancy?” ¿Dónde está Nancy?” le dijo, haciéndose eco de la macabra pregunta que habían hecho los fieles de Trump cuando invadieron el Capitolio el 6 de enero de 2021.
Muy al pesar del intruso, Nancy estaba a 4.400 kilómetros en Washington. Paul Pelosi logró escaparse al baño y llamar a la policía. Cuando los agentes de la ley llegaron De Pape golpeó a Paul Pelosi con el martillo, fracturándole el cráneo.
De Pape explicó en la comisaría que su plan había sido pedirle a Nancy Pelosi que dijera “la verdad”. Si no, le rompería las rodillas. La verdad, según De Pape, era el artículo de fe trumpiano de que los demócratas robaron las elecciones presidenciales de 2020.
En una democracia normal, como aquéllos que defendían a los embajadores estadounidenses de antaño, la totalidad del mundo político hubiera condenado el ataque. Los demócratas por supuesto que lo hicieron.
Algunos republicanos, los que no han vendido sus almas a Trump, también. Los republicanos en las elecciones del martes que obtuvieron sus candidaturas gracias a la bendición de Trump o no dijeron nada, o hicieron bromas al respecto o insinuaron que era verdad el bulo que recorrió las cloacas de las redes sociales según el cual De Pape y Paul Pelosi eran amantes descubiertos in flagranti por la policia. Donald Trump Junior y el flamante dueño de Twitter, Elon Musk, estuvieron entre los que propagaron la calumnia.
El propio Trump no solo dijo nada contra De Pape, como no dijo en su día nada contra los invasores del Capitolio, sino que sumó sus muecas a la mentira de lo del encuentro homosexual. Ni hablar, claro, de la cantidad de comentaristas afines a Trump que consagraron a De Pape como un héroe. Uno con millones de seguidores en las redes seguramente que “los patriotas” donaran dinero para pagar la fianza del susodicho.
Una de las muchas curiosidades de la política estadounidense hoy es que a diferencia de, por ejemplo, los años sesenta las fuerzas que se oponen con más vehemencia al establecimiento no son de la izquierda sino de la derecha.
Los que durante la Guerra Fría defendían el estatus quo de “la tierra de los libres y el hogar de los valientes” y se oponían con más ferocidad al comunismo soviético son hoy los que están haciendo el trabajo del ex agente de la KGB Vladímir Putin en su guerra fría –o en el caso de Ucrania, su guerra caliente- contra la democracia occidental.
Estemos atentos a los resultados de las elecciones del martes. Se decidirán los gobernadores de 36 de los 50 estados y el control del Congreso. Si los republicanos obtuvieron la mayorías en el Senado y en la Cámara de Diputados el presidente Biden no solo verá su capacidad de gobernar dentro de Estados Unidos reducida reducida, sino que la continuidad de la ayuda militar a Ucrania se verá en peligro.
Hay mucho en juego, principalmente si la aberración que representa Trump se acabará convirtiendo definitivamente en la nueva normalidad estadounidense, para el júbilo de Putin, del líder chino Xi Jinping, del líder saudí Mohamed bin Salman y demás integrantes del eje autoritario que identifica a la democracia como el enemigo mundial número uno. Y otra cosa: Trump declaró el jueves que “muy, muy probablemente” se presentaría como candidato presidencial en 2024. Si la panda de ignorantes, cínicos y lunáticos que cuentan con su apoyo triunfan el martes se asegurará./John Carlin