Como cada día José Rodríguez toma un café con leche en el comedor y a eso de las 8 baja al taller que funciona en la planta baja del lote en el que vive junto a su esposa Ana María Sueyro, en esta ciudad, al sudeste de la provincia de Buenos Aires.
Pepe, como todos le dicen, acaba de cumplir 100 años y desde hace más de seis décadas repite una rutina que no conoce feriados ni fines de semana. En los últimos años suele cortar al mediodía para almorzar y dormitar un poco frente al televisor, hasta que, a media tarde, vuelve a bajar para completar la jornada.
Hijo de inmigrantes españoles, nació en esta ciudad el 24 de octubre de 1922. De chico su padre lo llevaba al campo para ayudar en la cosecha de papa. Aprendió a arar a caballo, aporcar la tierra alrededor de los cultivos y a quitar los yuyos que perjudican las plantaciones. Se curtió hasta el llanto con las inclemencias del clima.
Cuando tenía 15 años las oportunidades escaseaban y con su familia se mudó a Mechongué, pero a los 17, luego de terminar la primaria, aceptó la invitación de uno de sus hermanos para irse a Buenos Aires. Trabajó de pastelero, atendió en una despensa y en una carnicería; se hizo hincha de Boca y cumplió el servicio militar.
En 1946 decidió volver a su ciudad natal. Como sabía manejar vehículos y algo de mecánica lo tomaron como chofer para trasladar peones de campo. Ahí tuvo su primer acercamiento con la carpintería ya que sus compañeros le pedían ayuda para armar tinglados que dieran sombra a los caballos y le enseñaron a usar algunas herramientas para cortar, clavar, ensamblar y cepillar. Las tareas básicas de todo carpintero. También empezó a observar con mayor detenimiento las maderas hasta que supo detectar sus virtudes y defectos.
Socios y vecinos
Un día Pepe tuvo que llevar ropa para un compañero que estaba internado en la Clínica Balcarce y allí se topó con Blas Zitarrosa, un carpintero que andaba buscando socio. “En ese momento yo tenía un pequeño taller y decidimos arrancar juntos”, cuenta. Como me gustó siempre la mecánica nos decidimos a comprar varias máquinas y eso hizo una gran diferencia porque en general en ese entonces todo se hacía artesanalmente”.
En 1956 Pepe y Blas lograron comprar el terreno donde aún hoy tiene su amplio taller, ubicado en calle 23 entre 24 y 26 y, en el piso superior construyeron dos departamentos en los que vivieron con sus familias. Así que, además de socios, fueron vecinos.
Desde entonces se dedicó de lleno a la carpintería. El taller fue creciendo junto a la demanda y se sumaron nuevos empleados: Llegaron a ser una docena y hasta tuvieron durante un tiempo una sucursal en la calle 25 donde instalaron más máquinas y acopiaron madera.
Para el experimentado carpintero las mejores maderas son el cedro, el lapacho, el paraíso y el incienso. Según su visión, los años de permanencia responden a haber mantenido siempre la amabilidad y el respeto por los clientes. “Desde que me piden un trabajo siempre pienso en cómo hacerlo mejor, cómo puedo abaratar los costos. A mi nunca me preguntan cuánto les va a salir, encargan las cosas porque saben que no les voy a cobrar de más”, afirma. Y agrega: “Yo también confío en ellos, mi mejor pagaré es un apretón de manos”.
José y Ana María tuvieron dos hijos. José Luis, el mayor, hizo el secundario en la Escuela Industrial con orientación en carpintería y desde chico anduvo entre los bancos del taller aprendiendo de su padre. Analía es maestra especial y profesora de sordos e hipoacúsicos. Si bien no incursionó en la actividad, considera que su papá le enseñó a amar la madera. De cuando vivía con sus padres recuerda el olor a incienso en el galpón y el polvo del lapacho colorado tiñiéndolo todo.
Reconocimientos
A medida que pasó el tiempo, Pepe se fue transformando en un modelo en la ciudad serrana. El año pasado el intendente Esteban Reino lo declaró mediante el decreto 2599 como “vecino ejemplar”. “Se deja constancia que constituye motivo de verdadero orgullo y sincero reconocimiento su vocación, constancia y perseverancia en la cultura del trabajo”, se indicó en el decreto 2599 del 26 de octubre de 2021. Este año, al cumplir los cien, Pepe fue nuevamente homenajeado por el Concejo Deliberante en un acto cargado de emoción.
Con el tiempo muchos de los empleados se fueron independizando y pusieron sus propios locales. En 2008 falleció su socio Blas y Pepe siguió adelante. Actualmente comparte la carpintería con su hijo José Luis, su sobrino Jorge Domínguez y su amigo Néstor el “Zurdo” García.
“Hoy en la carpintería soy un comodín. Hago cosas menores porque la fuerza no es la misma”, se sincera. Y cuenta que en los últimos tiempos se ha concentrado en su armar bastidores para pinturas de artistas.
Una de las cosas que Pepe dice haber aprendido es que en la vida no vale la pena pelearse con nadie. “Lo principal es respetar a los otros. Si me dicen mirá qué lindo esto que es colorado y yo lo veo que es verde entonces le digo: ‘ah, sí, muy lindo el colorado’; y no entrás en polémicas, seguís en otra cosa”, aconseja. No obstante, reconoce que “a veces duele porque uno puede tener razón pero no importa. Creo que conversando los seres humanos podemos entendernos y así evitamos malos momentos y rencores que nos hacen muy mal a las personas”.
La pandemia de Covid-19 no le fue ajena y, si bien extremó los cuidados tuvo que sortear dos contagios en febrero de 2021 y en enero pasado. Cuando se le pregunta cómo hizo para llegar a los 100 años responde que nunca bebió alcohol y solo fumó unos pocos años hasta que nacieron sus hijos. En las comidas solo se cuida de no sobrepasarse en las porciones. Aunque revela que no come pollo, carne de vaca ni pescado pero sí chorizo, morcilla, panceta, guisos, estofados, papas fritas o tortillas y verduras.
Aunque a veces le pesan los años Pepe prefiere estar entre las maderas a quedarse mirando televisión. “A veces me da pena ver las cosas que pasan”, se lamenta al opinar sobre la actualidad y afirma que cuando trabaja se olvida de todo lo demás y se concentra en la tarea. Quienes lo conocen destacan dos condiciones por las que se caracteriza: meticulosidad y paciencia. “Cuando tengo que empezar cualquier nuevo trabajo siempre pienso en que tiene que ser mejor que lo que hay y me esfuerzo hasta lograrlo”, sostiene.
“Por ahora no estoy pensando en parar. Me siento bien y soy feliz con lo que hago. Todos los días tengo la posibilidad de ayudar a alguien y aprender algo nuevo. Eso me mantiene vital”, reflexiona. Parado bajo el umbral de la puerta de su taller se despide del cronista: “Bueno, estoy muy agradecido por esta charla y espero que llegues a mi edad sano y firme y que yo pueda ir a saludarte”, bromea.