De repente se frenó el miedo a una inflación descontrolada. Es que después de una continua suba que venía desde noviembre del año pasado y que llegó a 8,4% en abril, hubo un respiro en mayo porque bajó a 7.8% en mayo y se espera que vuelva a bajar en junio. Pero a pesar de este alivio temporario hay que recordar que estamos lejos de la estabilidad prometida cuando el gobierno dijo que la inflación iba a bajar al 3%, en abril y mayo y que se mantiene un alto nivel de inflación reprimida por controles de precios y un tipo de cambio que se sigue atrasando respecto al dólar.
¡La calma ha vuelto porque la inflación parece estabilizarse en un rango de siete u ocho por ciento!
El gobierno ha perdido la guerra contra la inflación, pero todo indica que a menos que haya un nuevo shock la situación no debería a desestabilizarse. También queda claro que los esfuerzos que está haciendo el gobierno para que la inflación no se escape no van a ser gratis y que este modesto objetivo se alcanza atrasando tarifas, el tipo de cambio, el precio de la nafta y los precios justos entre otros. En otras palabras, se sigue apretando el resorte con lo cual cuando se lo suelte el salto será más vertiginoso. Vieja receta de postergar las correcciones esperando que las corrija el que sigue.
De alguna manera llegaremos al 10 de diciembre y a partir de ahí empieza una nueva película, en la que el gran desafío será corregir precios relativos y bajar la inflación. ¿Es posible sincerar los precios sin que haya un salto en inflacionario? Parece muy difícil, pero sí se puede limitar el impacto que podría llegar a tener en los sectores más vulnerables de la sociedad si se hace con las medidas adecuadas. También hay que tener en cuenta que, si el sinceramiento de precios se hace en el contexto de un programa económico integral, los efectos sobre precios pueden ser mucho menores.
La inflación seguramente va a seguir siendo un tema candente durante los primeros meses del próximo gobierno y el gran desafío va a ser bajarla lo antes posible. En ese sentido es útil mirar la experiencia internacional, en especial la de las economías en las que hubo una historia de inflaciones altas por varios años (las llamadas inflaciones crónicas), que casi todas están en América Latina.
En general estas economías mostraban una fuerte inercia inflacionaria que hacía que los programas tradicionales basados ya sea en una política monetaria dura o en un tipo de cambio fijo o que se depreciara por debajo de la inflación tuvieran un efecto muy moderado. Los casos más interesantes para analizar son los de Chile, Brasil y México dentro de la región, y por el otro el de Israel que ya hemos comentado en columnas anteriores.
Chile implementó un plan super-ortodoxo a mediados de los setenta con una monetaria muy dura que no lograba domar la inflación a la que la siguió otra política que se basó en controlar el tipo de cambio (la famosa tablita cambiaria).Estas políticas fueron acompañadas de una fuerte reducción del déficit fiscal. Sin embargo, la inflación mostró un fuerte componente inercial y llevó más de cinco años lograr que baje a tasas del 30% anual. Luego la inflación se mantuvo por una década en esos niveles y recién bajó a un dígito en los años noventa. La principal lección del caso chileno es que si bien la eliminación del déficit fiscal es necesaria para bajar la inflación, por sí sola no alcanza. El déficit fiscal no es un ancla para bajar la inflación, en gran parte porque la inflación, como hace muchos años dijo Milton Friedman, es un fenómeno monetario. Para frenarla hace falta un ancla nominal que sea creíble, y en el caso de Chile no se pudo generar credibilidad justamente en ese área.
Hay otros dos casos interesantes que pueden ser ilustrativos. México vivió a partir de la crisis de la deuda y cambiaria de 1982 varios años de inflaciones que rondaron el 100% anual y que se aceleró a 157% en 1987. Ante una situación que lucía preocupante optó por un programa integral, conocido como el Pacto, que tomó elementos de los planes Austral en Argentina y del plan Israelí de 1985 con lo que combinó ortodoxia fiscal con políticas de ingresos, o sea acuerdos de precios, salarios y tipo de cambio, que sirvieron como ancla nominal. El programa fue exitoso, logró bajar la inflación primero a niveles del 20% y luego de un dígito.
Brasil, por último, también tiene una larga historia inflacionaria, con muchas similitudes con la Argentina. Tuvo su «plan Austral» frustrado, que fuel el plan Cruzado implementado a mediados de los ochenta, a lo que le siguió una historia de subas y bajas en la inflación que llegó a casi 2.500% en 1993. La gran frustración de los gobiernos en Brasil era que en gran medida habían logrado equilibrar el déficit fiscal primario, pero eso no había alcanzado para lograr la estabilidad de precios.
Luego de varios planes que terminaron en fracaso, finalmente se implementó el Plan Real a mediados de 1994, que fue un enfoque original que finalmente frenó la inflación «de cuajo». Al año siguiente la inflación fue de sólo 22% y en 1997 había bajado a 5%. Nuevamente un plan que combinó ortodoxia con políticas de ingresos funcionó para bajar la inflación.
Entre las lecciones de estas experiencias, sumadas a otras como el plan israelí, son entre otras que el equilibrio fiscal es fundamental para cualquier estabilización, pero que el déficit fiscal en sí mismo no es un ancla nominal y no alcanza para estabilizar. Segundo, que el ancla nominal que mejor ha funcionado en países de alta inflación es el tipo de cambio, y probablemente en una economía tan dolarizada como la Argentina en algún momento cuando haya reservas va a ser necesario usarlo. Por último, todos estos países mantuvieron su moneda, no tuvieron que recurrir a la dolarización para frenar la inflación, y han logrado recuperar la confianza en ella. El Real, el Shekel y el Peso chileno se usan para hacer transacciones y para ahorrar a pesar de que en algún momento eran tan desconfiables como es el peso argentino hoy.