Westfield, Nueva Jersey, siempre había sido un refugio de serenidad. Las mansiones victorianas, las calles adornadas con árboles centenarios y el ritmo pausado de una comunidad adinerada parecían proteger a sus residentes de cualquier infortunio. Pero en noviembre de 1971, esa sensación de invulnerabilidad se rompió en la casa de los List. A pesar de las luces que seguían encendidas en la imponente mansión de 19 habitaciones, algo no andaba bien. Los vecinos, acostumbrados a la rutina predecible de la familia, comenzaron a inquietarse. Nadie había visto a Helen ni a los chicos, ni siquiera al reservado John List. Las persianas seguían cerradas, el correo se acumulaba en la puerta, y la casa, que solía estar llena de vida, parecía congelada en un inquietante silencio.
Cuando por fin alguien se atrevió a entrar, la verdad salió a la luz y dejó a todos sin aliento. Helen, la madre; Patricia, la hija adolescente; Frederick, el menor; John Jr., el mayor, y la abuela Alma, yacían sin vida. El padre de familia, John List, había desaparecido, dejando solo una carta críptica que sembraba más dudas que certezas. List se desvaneció sin dejar rastro y durante 18 años su paradero fue un misterio, hasta que la verdad finalmente emergió de una forma literalmente cinematográfica, revelando una historia de engaño y huida que desconcertó a todos.
John List no era un hombre violento. Al menos, no lo parecía. Nacido en Bay City, Michigan, el 17 de septiembre de 1925, fue criado en una familia profundamente religiosa. Su madre, Alma, una devota luterana, lo educó con estricta disciplina y con la convicción de que la fe estaba por encima de todo. Durante su infancia, John no tuvo muchos amigos; era un chico reservado, meticuloso, que encontraba refugio en las enseñanzas de la iglesia y los libros. Le gustaba la calma de la soledad y el orden que imponía la fe, siendo su mundo interior uno de reglas claras y expectativas rígidas. A pesar de esta introspección, su relación con su madre era cercana, aunque ella ejercía un control casi absoluto sobre él, moldeando no solo su fe, sino también su percepción de la vida.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que sirvió como técnico de laboratorio, List volvió a los Estados Unidos con la esperanza de construir una vida exitosa. La guerra no lo había afectado del mismo modo que a muchos de sus contemporáneos; para él fue una extensión del control y la disciplina que siempre había valorado. Al regresar, estudió Administración de Empresas y Contabilidad en la Universidad de Michigan, y fue allí donde empezó a trazar su camino hacia el “sueño americano”. Sus logros académicos y su dedicación lo llevaron a conseguir buenos empleos, primero como contador y luego en puestos de más responsabilidad.
Su vida parecía estar destinada al éxito: un buen trabajo, una familia hermosa y una fe inquebrantable en Dios. Pero debajo de esa superficie impecable la presión crecía. La carga de las expectativas y su incapacidad para adaptarse a los cambios del mundo moderno lo dejaron cada vez más atrapado en un rincón. Siendo un hombre acostumbrado al control, la idea de fracasar como proveedor y cabeza de familia era insoportable para él.
John conoció a Helen Morris Taylor a principios de los años 50. Viuda, madre de una niña pequeña, parecía la compañera perfecta para un hombre que valoraba tanto la familia como la fe. Se casaron en 1951 y su vida juntos empezó de forma prometedora. Con el tiempo, con Helen y sus tres hijos tuvo lo que siempre había deseado.
Sin embargo, detrás de las puertas cerradas de su hogar no todo era tan perfecto como parecía. Helen sufría problemas de salud que la volvían cada vez más dependiente del alcohol. La situación se agravó cuando su enfermedad no tratada, contraída de su primer esposo, empezó a deteriorarla física y mentalmente. Para John esto no era solo un problema médico: era un ataque directo a la estabilidad de su familia y de su fe.
Durante años, John List mantuvo la apariencia de un hombre exitoso. Como contador, había trabajado para grandes empresas y bancos, proporcionando a su familia un estilo de vida acomodado. En 1965, la familia se mudó a Westfield, a una impresionante mansión victoriana con 19 habitaciones y un majestuoso salón de baile.
Pero en 1971 todo se derrumbó. John perdió su trabajo como vicepresidente en un banco de Jersey City. Incapaz de afrontar la vergüenza de confesar su fracaso a su familia, continuó fingiendo que tenía empleo. Salía de casa cada mañana con traje y corbata, y pasaba sus días en la estación de tren leyendo periódicos. Cuando el dinero se acabó, empezó a desviar fondos de las cuentas de su madre para pagar las deudas. Pero eso no era suficiente.
Las cuentas no paraban de acumularse, y la hipoteca de la mansión se volvía insostenible. John List no veía en la bancarrota una opción viable. Para él, perder la casa significaba algo más profundo: la humillación pública, la condena social y el riesgo de que su familia se apartara de Dios. Esta idea lo atormentaba día y noche, hasta que llegó a una conclusión perturbadora.
El plan macabro
El 9 de noviembre de 1971, John List decidió que la única forma de “salvar” a su familia era matarlos. Esa mañana, mientras sus hijos estaban en la escuela, fue a la cocina, donde su esposa Helen tomaba su café, y le disparó en la cabeza. Luego subió al tercer piso y mató a su madre, Alma, mientras ella desayunaba. La siguiente parte de su plan lo obligaba a esperar. Se preparó un sándwich y limpió la casa antes de recoger del colegio a su hija Patricia, de 16 años.
Cuando ella y su hermano menor, Frederick, de 13, llegaron a casa, John les disparó en la cabeza, un tiro a cada uno. Su frialdad y meticulosidad no terminaron ahí. Tras limpiar la escena, condujo hasta la escuela de su hijo mayor, John Jr., para verlo jugar un partido de fútbol americano. Nadie sospechaba que este padre, que animaba desde las gradas, había asesinado ya a cuatro miembros de su familia.
Esa noche, cuando regresaron a la casa, John intentó dispararle a John Jr., pero el joven luchó. El chico recibió diez tiros, convirtiéndose en la víctima que más heridas sufrió. Después de asegurarse de que su familia estaba muerta, John colocó los cuerpos de su esposa e hijos sobre bolsas de dormir en el salón de baile y dejó a su madre en su habitación de la tercera planta. Luego, apagó todas las luces de la mansión, dejó una carta de confesión para su pastor y desapareció.
La huida y los años de anonimato
Durante casi un mes nadie supo lo que había sucedido. John List había planeado cada detalle con una precisión casi obsesiva: canceló las entregas de leche, correo y periódicos, y envió cartas a las escuelas de sus hijos, informando sobre un largo viaje familiar. Mientras los vecinos asumían que la casa estaba vacía, en su interior los cuerpos yacían en un inquietante silencio. Cuando la policía finalmente descubrió la macabra escena, él ya estaba muy lejos.
Bajo una nueva identidad, como Robert Peter Clark, John List se mudó a Denver, Colorado. Con la misma meticulosidad que había aplicado en sus crímenes, reconstruyó su vida desde cero. Encontró trabajo como contador, un puesto que encajaba perfectamente con su experiencia bancaria y formación académica, pero también con su naturaleza precisa y calculadora.
Durante 18 años, mantuvo una vida sin levantar sospechas, se casó de nuevo y se integró como un miembro activo en la iglesia luterana local. Nadie podía imaginar que detrás de su apariencia tranquila y reservada se escondía un hombre que había ejecutado uno de los asesinatos más impactantes de su tiempo. “Lo que resulta más sorprendente es cómo mantuvo esa doble vida durante tanto tiempo sin que nadie sospechara”, señalaría más tarde un periodista que cubrió el caso.
“Nunca sospeché de él, era un hombre tranquilo, como cualquier otro”, recordaría su segundo esposa, que nunca supo que compartía su vida con un asesino.
Fue solo gracias a una reconstrucción facial emitida en un programa de televisión que, finalmente, la verdad salió a la luz, y la doble vida de List se derrumbó, poniendo fin a casi dos décadas de una huida calculada que dejó perpleja a toda una nación.
En 1989, su suerte se agotó. El caso dio un giro inesperado cuando el programa America’s Most Wanted emitió un segmento sobre la misteriosa desaparición de John List. Para avanzar en la investigación presentaron un busto de progresión de edad elaborado por el reconocido artista forense Frank Bender, quien, basándose en su intuición, añadió detalles como el tipo de gafas que probablemente seguiría usando.
La imagen resultó sorprendentemente precisa, capturando las facciones envejecidas de un hombre que había logrado escapar durante 18 años. Y una espectadora reconoció en ese busto, en ese rostro probable, a su vecino Robert Clark. La policía obtuvo así la pista clave.

El 1 de junio de 1989, John List fue arrestado en su casa de Richmond, Virginia, donde vivía una vida aparentemente tranquila con su segunda esposa, Dolores. No opuso resistencia y fue extraditado a Nueva Jersey, donde enfrentaría a la Justicia por los asesinatos que habían conmocionado a todo el país 18 años atrás.
Durante el juicio, List no negó los asesinatos. Su fría explicación dejó atónitos a los presentes cuando afirmó que había matado a su familia porque creía que, de otro modo, se alejarían de Dios y terminarían en el infierno. En su carta de confesión, dirigida a su pastor, escribió: “No fue fácil. Lo hice solo después de mucha reflexión”. Para él, el abyecto acto no fue un crimen, sino una medida desesperada para salvar sus almas.
A pesar de su intento de justificar lo injustificable, el tribunal no mostró compasión. List fue condenado por cinco cargos de asesinato en primer grado y sentenciado a cinco cadenas perpetuas consecutivas, sin posibilidad de libertad condicional.
Durante el juicio mostró poco remordimiento y mantuvo su creencia en que había actuado por el bien de su familia. En una entrevista, en 2002, declaró con calma que esperaba reunirse con su familia en el cielo y ser perdonado. “He orado por el perdón desde entonces”, dijo, con una serenidad que inquietaba a todos los que lo escuchaban.

John Emil List murió en 2008, a los 82 años, por complicaciones de una neumonía mientras cumplía su condena en prisión. Su caso sigue siendo uno de los más impactantes en la historia criminal de los Estados Unidos, no solo por la brutalidad de los asesinatos, sino por la frialdad con la que intentó justificarlos.
El caso de John List ha sido adaptado varias veces en el ámbito audiovisual, convirtiéndose en una fuente de inspiración para películas y programas de televisión. La película The Stepfather, de 1987, aunque no recrea directamente los asesinatos de List, toma elementos clave de su historia, centrándose en un hombre que asesina a sus familias, asume nuevas identidades y continúa cometiendo crímenes. A pesar de ser una obra ficticia, la premisa refleja las acciones de List, quien vivió bajo una identidad falsa durante 18 años.
En 1993, se lanzó Judgment Day: The John List Story, una película que ofrece una representación más fiel de los eventos, desde los asesinatos hasta su captura. El personaje del múltiple homicida fue protagonizado por el actor Robert Blake, quien obtuvo un premio Emmy por ese papel y que seis años después sería acusado, juzgado y absuelto por el asesinato de su esposa, Bonnie Lee Bakley.
En el ámbito literario, el caso ha sido cubierto en varios libros, pero uno de los más conocidos es Death Sentence: The Inside Story of the John List Murders, escrito por Joe Sharkey. Este libro proporciona una investigación detallada sobre la vida de John List, desde su infancia hasta los eventos que lo llevaron a asesinar a su familia. Sharkey también ahonda en los años que pasó como fugitivo, su vida bajo una nueva identidad y la captura. Con un enfoque tanto psicológico como narrativo, el libro analiza las motivaciones de List y las repercusiones de sus crímenes, convirtiéndose en una referencia esencial para entender la mente del asesino y el impacto de su historia en la cultura popular.