El griterío en el gimnasio del colegio ORT es absoluto. Hay clima de algarabía en la recta final del año y los alumnos más grandes deben presentar sus trabajos finales. Estamos recorriendo Mecatrónica, el evento anual en el que estudiantes que cursan quinto año dan a conocer los desarrollos tecnológicos que les ocupó buena parte del ciclo lectivo.
Hay un dispositivo capaz de detectar gases tóxicos en el aire, está ese otro que registra la postura de las piernas y caderas mientras una persona camina, levantando datos vía app, y también hay un sistema para detectar los puntos ciegos y evitar choques y accidentes en la calle. Más allá, cinco muchachos explican el funcionamiento de una botonera que llama la atención del cronista. Dicen que busca facilitar la comunicación de personas con trastorno del espectro autista.
Este proyecto, denominado «TEAyudamos: un puente con el resto del mundo«, propone al usuario con imposibilidad verbal, a través de una interfaz con pictogramas, expresar necesidades o emociones simplemente oprimiendo una tecla. «Al presionar el botón, el dispositivo envía un mensaje por Telegram a otro usuario, previamente configurado, indicando una función o expresando un estado de ánimo», explica Rubén Krawicky, director de la especialidad Mecatrónica.
«Comunicador», nombre del dispositivo, cuenta con diez botones, «aunque la idea es poder optimizarlo, abarcando más posibilidades, con el objetivo de que deje de ser un proyecto escolar y se transforme en el puente que conecte a la gente con TEA con el resto del mundo”, sintetiza la autoridad escolar.
Mientras habla el director nos vamos a un aula para escapar del mundanal ruido. Se suman los chicos, hacedores materiales e intelectuales del flamante aparato. Se trata de un grupo de cinco chicos de 17 años que, a principios del ciclo lectivo para Proyecto Final –la materia con más carga horaria: 6 semanales–, debían proponer una idea que tuviera que ver con una posible solución ante una problemática de la vida real.
Entre marzo y abril hubo un proceso de investigación y el quinteto llegó a la conclusión de que llevaría a cabo un dispositivo para facilitarles la comunicación a personas con autismo, en especial a las no verbales.Los autores intelectuales y materiales del «comunicador» que crearon para ayudar a las personas que padecen autismo no verbal. Foto Guillermo Rodriguez Adami
«Teníamos alguna que otra idea relacionada al sueño y, también, a la alimentación pero que fuimos descartando a partir de que esta otra fue creciendo. ¿Por qué? Porque tuvimos el aporte profesional de mis padres, psiquiatra y psicóloga. También, el hecho de tener un primo con el espectro autista hizo que el proyecto fuera tomando forma», arranca Joaquín Bitrán.
Unidos desde un principio por la inquietud de encarar el mismo proyecto, Blas Strambi, Marcos Guilman, Ezequiel Bespresvany, Matías Schatzyki y el mencionado Joaquín se muestran satisfechos por haber llegado a buen puerto. «Sabemos que lo hicimos, que desde el vamos fue nuestro principal objetivo, pero también tenemos en claro que podemos mejorarlo y perfeccionarlo, lo que todavía nos estimula más», coinciden.
Cuando decidieron qué elaborarían, los jóvenes sintonizaron de inmediato y se pusieron a trabajar en equipo. «En lo primero que coincidimos fue que queríamos diseñar un dispositivo vinculado al área de salud», cuenta Marcos.
«Hicimos una investigación intensa sobre el autismo, nos empapamos un poco sobre dicha problemática, además de contar con el imprescindible asesoramiento de los padres de Joaquín», apunta Blas. «Nos dividimos los roles y las actividades, y fuimos repartiendo las responsabilidades. Creo que funcionó de manera aceitada el trabajo grupal», remarca Ezequiel.La botonera del «comunicador» que fabricaron los estudiantes y los pictogramas emocionales pueden ser cambiados por otras necesidad o urgencias. Foto Guillermo Rodríguez Adami
Ellos, los protagonistas, lucen serios, con ganas de contar el trabajo en el que han estado zambullido durante siete meses y repasan los pormenores ante la mirada paternal del director de la especialidad.
En un pupitre luce el flamante dispositivo, una suerte de caja-botonera portátil con diez pictogramas (en un celular serían emoticones) en los que se advierten caritas con diversos estados de ánimo: alegría, felicidad, cansancio, preocupación, miedo, enojo y así…
Blas, como project manager, cuenta cómo organizó las actividades de cada uno y cómo todos se fueron poniendo objetivos y plazos estrictos. Joaquín y Matías se encargaron de la programación del dispositivo, Marcos del diseño de gabinete (la estructura en sí) y Ezequiel de la electrónica (hardware) y de la placa.
Mientras describen sus funciones, manipulan el dispositivo desasnando al cronista. «Esto básicamente es una computadora en la que el paciente –digámosle– presiona un botón que podría implicar estado de ánimo o necesidad, y ese mensaje va dirigido al tutor, a su teléfono y a través de Telegram», explican.