Si hay una pesadilla que comparten muchas personas con obesidad es lograr bajar de peso y, en seguida, caer en el famoso efecto “rebote”. No importa cuánto les haya costado perder los kilos de más, que recuperarlos será una amenaza en el horizonte, con la que el choque cara a cara parece difícil de evitar. Pero, ¿por qué ocurre ese efecto “yo-yo”? Científicos suizos publicaron un paper en la prestigiosa revista Nature que echa luz sobre esta cuestión. La clave: un fenómeno llamado memoria epigenética de la obesidad.
No es una novedad que existe una memoria celular de ese tipo, pero es la primera vez en demostrarse la existencia de una memoria epigenética sobre el pasado con sobrepeso focalizado en adipocitos, las células grasas que conforman –valga la redundancia– el tejido adiposo. Además, es la primera vez que una demostración así se hace en humanos, primero, y en ratones, después.
Antes de seguir, es clave explicar qué es la epigenética. Siguiendo las explicaciones de Marcelo Rubinstein –investigador del Conicet, docente de la Universidad de Buenos Aires y director del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (Ingebi)–, a diferencia de la determinación genética, la epigenética se consolida a lo largo de la vida, en la experiencia.
Mientras los genes portan información que define los mil y un rasgos que nos caracterizan como individuos, la epigenética abarca los mecanismos que regulan las expresiones puntuales de esa información genética. Los factores ambientales y el estilo de vida son mecanismos decisivos, en este sentido.
¿Qué enfermedades tuvo o tiene? ¿Qué comió todos estos años? ¿Qué medicamentos ingirió? ¿Qué traumas lo limitaron? ¿Qué aire respiró? ¿Cómo, en definitiva, vivió y vive su vida? Estas preguntas explican por qué gemelos absolutamente idénticos, pueden terminar siendo absolutamente distintos.
La idea de que el paso de los años deja marcas en el cuerpo, no es pura metáfora. Y mientras de la genética no es posible zafar, la epigenética, definió Rubinstein, «se va construyendo a lo largo de la vida, sin que nos sea posible volverla para atrás».
Multicéntrico, publicado el 18 de noviembre y firmado por investigadores suizos, suecos y alemanes, el título del paper conlleva una afirmación inquietante: “El tejido adiposo conserva una memoria epigenética de la obesidad después de la pérdida de peso”.
Ese mismo día, Nature publicó a la par otro artículo, esta vez periodístico, que incluyó unas palabras de una de las autoras del trabajo; Laura Hinte, bióloga del Instituto Federal Suizo de Tecnología (ETH) de Zurich (Suiza), quien se refirió al costado dramático de la memoria de la obesidad en adipocitos, en términos muy claros: “Significa que, potencialmente, necesitas más ayuda. No es tu culpa”.
El “no es tu culpa”, alude al indeseable “rebote”. Para estudiarlo, los autores contemplaron tanto pacientes que habían regulado su peso por años, mediante dietas, ejercicio o soluciones quirúrgicas, como la famosa cirugía bariátrica.
Aunque en el paper recuerdan que “reducir el peso para mejorar la salud metabólica y las comorbilidades relacionadas es un objetivo principal en el tratamiento de la obesidad, subrayan que, “sin embargo, mantener la pérdida de peso es un desafío considerable, especialmente porque el cuerpo parece retener una memoria obesogénica que lo defiende contra los cambios de peso corporal«, una barrera que consideran difícil de sortear, ya que «los mecanismos moleculares que sustentan este fenómeno siguen siendo, en gran medida, desconocidos”.
Uno acepta que existe algo llamado “memoria”, imposible de palpar y gobernar, y que esa memoria se aloja en el cerebro. Ahora bien, ¿las células del resto del cuerpo (incluyendo las de la grasa) también tienen memoria? ¿Cómo hicieron los investigadores para «verla»? Todo esto exige ir más a fondo en el concepto de epigenética.
“Hay muchas definiciones, pero una que me gusta define la epigenética como la forma en que el genoma se pone en acción. Ahora bien, ¿qué es el genoma? Una biblioteca. Pero una cosa es la biblioteca en sí, y otra distinta, cómo, cuánto, para qué y con qué grado de entendimiento se leen los libros que tiene”, explicó Rubinstein.
El genoma es una secuencia de cuatro letras que se repiten 3.000 millones de veces. “Cuando hay modificaciones en el genoma, hablamos de mutaciones, pero las modificaciones de las que estamos hablando ahora ocurren en otro nivel. En un nivel epigenético”, aclaró.
«Porque, podés tener personas con genomas muy parecidos, gemelos por ejemplo, pero si uno tuvo una vida solitaria y no tuvo estímulo alguno, ese genoma va a ser una biblioteca con los libros sin abrir. Los genes que no se usan, es como si no existieran. Esas dos personas, fenotípicamente parecidas, finalmente van a ser distintas porque tuvieron experiencias muy diferentes y es la historia (que a su vez construye memorias) la que le da sentido al genoma”, detalló.
Lo de “abrir” los libros es tan simbólico como literal: “El ADN –o sea, la información genética– está enrollado de forma muy compacta dentro de un conjunto de proteínas. Las más estudiadas y más abundantes son unas llamadas histonas, que envuelven el ADN con la forma de ‘carreteles’. No hay forma de acceder al ADN, salvo que las histonas se corran un poco, lo que dejará lugar para que se pueda leer un pedacito de la ‘biblioteca’”.
El ADN determina las funciones que tienen que cumplir las distintas proteínas del cuerpo. Sin embargo, si está encerrado y es inaccesible (con los libros cerrados), ¿cómo ocurren esos procesos? A través de un mecanismo llamado «transcripción génica«, llevada a cabo por unas partículas que van «copiando» la información, conocidas como ARN mensajero. Es un capítulo difícil, con muchos tecnicismos, pero lo importante es que para que estos procesos puedan ocurrir, las histonas deben correrse, y son movimientos que dejan una marca.
Justamente, lo que vieron los investigadores suizos fue que, aunque su peso estaba equilibrado, los adipocitos de los pacientes conservaban cambios en las histonas que compactan el ADN.
Esos cambios podrían haber manifestado una memoria actualizada, que podríamos llamar «ser flaco». Sin embargo, no fue así: las histonas mostraron el epigenoma edificado en los años de obesidad, como si fuera una marca persistente. Y así es como los científicos asociaron ese fenómeno al frecuente efecto “rebote”.
“La historia epigenética no se puede rebobinar. Sería como aprender alemán durante años y un día querer olvidarlo”, sentenció Rubinstein. ¿Estamos literalmente presos de nuestro pasado?