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Se inicia una campaña para la adopción de niños grandes

“Amados y seguros por primera vez”, así describe Andy, que adoptó un niño de 6 años, el sentimiento de los chicos cuando tienen la posibilidad de ser parte de una familia. En Argentina el 90% de los postulantes prefieren adoptar a menores de dos años.

Andy fue con su hijo a la plaza y vio cómo sus tres amigos del hogar de menores en el que había vivido corrían a abrazarlo. “Vivo por momentos así. Tuvieron una vida difícil y hoy se abrazan como hermanos y comparten su nueva vida. Se prometen pijamadas y meriendas en sus casas. Amados y seguros por primera vez”, escribe en Twitter un año después de convertirse en mamá de un niño de seis años.

Bajo el hashtag #AdoptenNiñesGrandes tanto Andy como muchas otras personas que adoptaron (o quieren difundir esta campaña) se unen para relatar las historias más conmovedoras y clarificadoras sobre uno de los sectores más vulnerables de la sociedad: las niñas y los niños que crecen en instituciones. 

No son pocos los menores que por orfandad o por alguna otra razón viven su infancia en institutos y, en el caso de que no tengan familia o que no puedan regresar con los adultos que fueron su familia, esos chicos pueden pasar muchos años o incluso alcanzar la mayoría de edad dentro de estas instituciones. 

Desde el Registro Central de Aspirantes a Guardas con fines de Adopción dependiente de la Corte Suprema de Justicia existe un último recurso para estos menores sin familia: una convocatoria a través de las redes sociales para que alguien los adopte. Esto ocurre en general con menores de más edad, con grupos de hermanitos o con niños con problemas de salud.  “El 90% de los postulantes se inscribe para adoptar niños de hasta dos años y sanos”, explicó a PERFIL Claudia Portillo prosecretaria del organismo.

Niños que encuentran padres y adultos que encuentran hijos

“A nuestro hijo lo conocimos cuando tenía cinco años y ya hace un año y medio que vive con nosotros”, contó Andy en diálogo con PERFIL. “Nosotros tuvimos un mes de vinculación nada más, estas vinculaciones dependen de cada niño”, contó. “La nuestra fue muy corta porque él tenía mucho deseo de salir del hogar”.

La historia de los hogares donde viven estos niños y el proceso de adopción no es como un cuento de hadas o de Cris Morena. El proceso presenta sus dificultades, pero el lazo que se construye, el amor bidireccional que nace a partir de ese paso es incomparable. 

Andy está casada con Lean y, cuando decidieron que querían adoptar, todo sucedió muy rápido. Ella a los veintialgo se enteró que tenía una enfermedad degenerativa visual y que existía la posibilidad de que, si cursaba un embarazo, perdiera gran parte de su visión. En su caso esa limitación no la afectó porque estaba segura de que su maternidad sería de otro modo.

En febrero de 2020 se anotaron con Lean para adoptar y en septiembre los llamaron porque eran candidatos para ser la familia de un niño. Como era plena pandemia el proceso fue particular, lo conocieron en su cumpleaños a través de un zoom y luego se fueron pautando encuentros en plazas para respetar las restricciones de ese entonces. “Se quedó a dormir dos noches con nosotros y al mes se mudó”, relató Andy.

La rapidez con que se dio su caso tiene que ver con algo puntual: “Nosotros pusimos la adoptabilidad hasta ocho años y enfermedades tratables y todo el mundo está anotado para niños de hasta dos años”. “La realidad es que para los que ponemos más edades se suele dar muchísimo más rápido porque justamente son menos los legajos que aceptan esto”, detalló.

#AdoptenNiñesGrandes

Andy comenzó a conectarse a través de las redes sociales con otras familias como la suya para compartir experiencias y, sobre todo, para difundir y promover estas adopciones. “Nos dimos cuenta de que somos un montón, si bien parece como que es una opción bastante acotada, somos varias las familias que estamos en redes en donde estamos tratando de difundir lo mismo bajo el hashtag de adopten niñes grandes que lo arrancó Diego que adoptó una niña de 12”, relató.

“Se viven un montón de primeras veces”, enfatizó Andy para desmitificar que con niños y niñas más grande se pierde la posibilidad de acompañar su crecimiento. “Es un montón lo que uno puede recibir y las primeras veces que se va a vivir con ellos, o sea les decimos grandes, pero en realidad siguen siendo niñes y están esperando una familia”, destacó.

Adoptar a un adolescente

El caso de Daniela es diferente, ella a sus 54 años decidió que quería ser madre y que lo haría sola. En un principio ella quería ser mamá de un niño de entre 6 y 8 años porque añoraba acompañarlo en el proceso de educación primaria. “Yo quería hasta dos si eran hermanos y con enfermedades tratables, hasta con HIV; no tenía ninguna preferencia de sexo y podía ser adopción simple o plena”, recordó.

Con el paso del tiempo, cambio de ley de adopción mediante, decidió ampliar el rango etario para adoptar y así fue como conoció a su hija de 13 años. “Nos elegimos, nos reelegimos aun cuando las cosas se pusieron muy duras, hablamos mucho, soñamos, me reconozco en algunas cosas que habla, sé que tiene algo de mí y tengo algo de ella en mí. Hacemos proyectos, nos cuidamos y nos queremos”, compartió.

Paula Resnik es otra de las mamás adoptivas que comparte su historia para contagiar este deseo de adoptar niñas y niños grandes. “La adopción no está pensada como una opción para los padres que no pueden tener hijos, sino que es para darle una familia a los chicos que no la tienen”, subrayó Paula que con este cambio de orden de prioridades se cristaliza mucho más la importancia de esta tarea.

En 2018 Paula fue al cine a ver Joel de Carlos Sorín, una película que cuenta la historia de la adopción de un chico de 10 años. A partir de entonces se le sembró la inquietud que con el tiempo se transformó en un deseo genuino “quería integrar a la familia que tengo con mis dos hijos biológicos, Lucas de 27 y Mateo de 24, a un chico que no la tuviera”.

Una vez que se inscribió para adoptar, su legajo fue el único en todo el país que estaba disponible para incluir a su familia a una niña mayor de 13 años. Así fue que conoció a Verónica que entonces tenía 14 años y que había pasado por cuatro hogares. “El 23 de noviembre de 2018 conocí a mi hija, llegué a ese encuentro preparada con el mismo bolso que llevé a mis partos, que me había cocido mi mamá”, recordó y continuó: “Esta vez en el bolso no había chupetes ni mamaderas, llevaba un regalo que le preparé a Vero y una carta que le escribí”. Ese día sentía emoción, ansiedad, pero también miedo. En dos meses ya vivían juntas.

“A los chicos que atraviesan historias fuertes les cuesta aceptar que hay un adulto en el que pueden confiar, por eso pasamos varias crisis y Vero se quiso ir de casa un par de veces, pero la ayudamos a sentir que la entendemos y que la vamos a acompañar siempre que lo necesite, pero que los hijos no se devuelven”, destacó.

Acompañamiento y licencia por paternidad: las deudas del estado

En el caso de padres y madres adoptivos hay una ausencia en materia de derechos, no existe una reglamentación sobre las licencias y dependen de los empleadores. “Lo que queremos siempre fomentar es la necesidad del acompañamiento que requieren los padres durante todo el proceso que más allá de la asistencia, que uno pueda tener de forma particular psicológica, creemos que el Estado debería acompañar estas estas necesidades”, subrayó Andy.

Para que estas niñas y niños puedan tener una familia es fundamental que el estado brinde, por un lado, los mismos derechos que a las familias biológicas y, por el otro, fomente que esto suceda más allá de la administración y participación en el proceso adoptivo para que cada vez más personas se animen a dar el paso.

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