Por si todavía faltaba alguna confirmación , el mensaje que patentó la conducción de la CGT desde el escenario de Obras Sanitarias no dejó espacio para las dudas: el vínculo con el presidente Alberto Fernández está herido de muerte y no habrá esfuerzo sindical por intentar recomponerlo. Apenas la promesa de no romper el Frente de Todos, aunque eso -claramente- depende más de los intereses que surcan la cúspide del liderazgo de la coalición oficialista. La ambición que formalizó este lunes la cúpula sindical supone el objetivo de encarar su propio destino en la apuesta de recuperar protagonismo político y pulsear por espacios de poder en la línea de largada para 2023.
La declaración del «basta» al ninguneo que dicen padecer desde el Gobierno los sectores que ostentan la mayoría de la conducción cegetista fue el recurso constante en todos los discursos que dieron forma al acto austero que la central obrera privilegió para celebrar este Día de la Lealtad. Fue apenas una de las múltiples imágenes que mostraron la profundidad de la divisoria de aguas que atraviesa al oficialismo, en una jornada clave para la liturgia peronista, y a la par graficaron la soledad que rodea al Presidente, ausente en todas las celebraciones.
«No nos pueden dejar al margen de la mesa de decisiones». «No queremos ser convidados de piedra». «Se nos dijo que éramos parte del Gobierno, pero la CGT no está sentada en los lugares en los que se define la política». Hasta el argumento de que «el peronismo está hecho mierda» del siempre verborrágico Luis Barrionuevo o la queja de un dirigente de la juventud sindical porque La Cámpora ocupa más espacios en la estructura del PJ que la representación gremial. Los reproches se sucedieron uno tras otro y todos aguijonearon en idéntico sentido. «Está claro, queremos cargos», apuntó Andrés Rodríguez, el jefe de UPCN y secretario adjunto cegetista.
La referencia no sonó casual una semana después del desplante con el que los caciques sindicales interpretaron la designación de Kelly Olmos al frente del Ministerio de Trabajo, una decisión para la cual Alberto Fernández ni siquiera los consultó. El acto en Obras a esa altura ya estaba organizado, pero para muchos dirigentes fue la gota que rebalsó el vaso y que abrió el juego para dimensionar con un sentido más crítico la sensación de una relación sin retorno con quien hasta ahora concedían como su principal aliado en el Frente de Todos.
Las quejas por su ausencia absoluta en el proceso de toma de decisiones del poder y los cuestionamientos que desde los micrófonos enarbolaron con pocos matices al describir la coyuntura económica y social respondieron a la misma lógica. Resonó la crítica por la incapacidad del Gobierno para contener la escalada inflacionaria («no podemos negociar salarios por un 100% y al día siguiente se nos esfuma», advirtió molesto Gerardo Martínez), el reclamo de un plan de estabilización y la defensa a ultranza de las paritarias que encaró Héctor Daer, casi como una chanza frente a los planteos K por un aumento salarial de suma fija que el propio Máximo Kirchner repitió horas después en la Plaza de Mayo.
La contraofensiva frente al ninguneo oficial montada sobre la conformación de una mesa política sindical, casi como una fuerza política propia, fue en el propósito central de la puesta en escena ideada por la coalición dominante en la interna cegetista, que componen «gordos» (grandes gremios de servicios), «independientes» y el barrionuevismo.
La grieta en el pago propio, o la interna de la interna, fue el otro mensaje. Pablo Moyano y sus gremios aliados, un sector más acotado en la cúpula gremial, marcharon junto al kirchnerismo ratificando un encolumnamiento cada vez más firme con el liderazgo de Cristina y su posicionamiento crítico en el espacio oficial. Atada con alambre delgado la unidad sindical hace agua por todas partes. Los separa un abismo cada vez más insondable.