El domingo, Victoria Tolosa Paz salió de su casa en el country Grand Bell para transmitir una novedad personal. Había aceptado, luego de rechazarlo en una primera instancia, hacerse cargo del Ministerio de Desarrollo Social. La camioneta de Tolosa Paz rodó unas pocas cuadras y llegó hasta Villa Elisa, el lugar donde vive Máximo Kirchner, para informarle que ya estaba prácticamente nombrada al frente del organismo que paga los bonos de ayuda social y reparte los alimentos entre la población más castigada y que maneja un presupuesto que crece y se hace insuficiente al ritmo de la crisis. Para pincharle la novedad, Kirchner la recibió con una frase a modo de saludo: «¿Cuándo asumís?».
Ese fue, según dicen quienes conocen la agenda del Presidente, el único diálogo referido a los nuevos nombramientos en el que se involucró la familia Kirchner.
El dato podría pasarse por alto si se lo evalúa mezclado en la ensalada de desacuerdos y peleas en que se convirtió el Frente de Todos desde el comienzo de este año, cuando Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque de diputados del oficialismo y el kirchnerismo puso en claro que en el futuro que esperan no está incluido Alberto Fernández.
Pero hay que repetir que, esta vez, el Presidente no consultó con Cristina Kirchner sobre las tres designaciones de ministras que llegarán al gabinete.La evaluación de esa circunstancia divide al Gobierno. El puñado de dirigentes con los que conversa a diario al Presidente -«La mesa ratona de Alberto», le dicen los que no los quieren- lo considera un rasgo de independencia del hombre que tiene en su mano la lapicera de firmar renuncias y designaciones.
Entre el resto de los funcionarios gana otra convicción: Cristina prefirió quedarse al margen, para transmitir el mensaje de que no le competerá vigilar la suerte de los nuevos ministros.
Las diferencias entre los socios del Frente de Todos ya son tantas que, una vez más, habrá que preguntarse si esa agrupación existe todavía en algún lugar fuera de los registros de la justicia electoral. Alberto Fernández y Cristina ya no se hablan, ni siquiera para nombrar nuevos ministros, una de las tareas que siempre involucran diálogos y negociaciones en cualquier coalición política del mundo. El rumbo de la economía no hace más que agrandar las divisiones.
Incluso el método para resolver sus diferencias electorales en el futuro, tal vez el precepto mínimo para que exista un agrupamiento político, está roto.
La Cámpora ya dijo que quiere eliminar la instancia de las PASO de la normativa electoral y el Presidente insiste en que hay que mantenerlas. Ahora, incluso, tiene un argumento nuevo para defenderlas. «Alberto piensa que estamos entrando a una nueva crisis de representación política, que la antipolítica crece, aún después de la pandemia, con derechas antidemocráticas. Desde ese análisis él sostiene que se sale con más política, no con menos, con más participación, no con menos», explica uno de los ministros más escuchados por el Presidente.
Hay una motivación más egoísta. Fernández sabe que está con los niveles de aceptación social por el piso, peor también sabe que en el oficialismo no hay muchos dirigentes que estén en mejores condiciones que él. El otro dato que conoce es que no hay espacio para otro dedazo de Cristina. Después del fracaso de su gobierno, la Argentina no aceptará otro presidente con jefa, o jefe. Por eso, la única posibilidad de ganar legitimidad es llegar a la candidatura presidencial con votos propios. Hoy no existe otra manera de conseguir eso que no sea sea la de atravesar una Primaria y salir victorioso de esa aventura.